Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 05 de abril de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Los pocos, afirman con esa doblez de toda la vida, somos la ciudadanía democrática; los muchos, elevan la voz adorando al caudillo de turno, son ellos, los que medran utilizando las subvenciones y las prebendas seguros de que su eternidad queda porque los gobiernos, algún momento, pasan. Así, mientras gobierno tras gobierno populista va cediendo el territorio público a sindicato tras sindicato, los sindicalizados dicen de sí mismos que son pobrecitos, que tienen necesidades: “viajes, viáticos, dietas y alguna farra”. Cocaleros, campesinos, Bartolinas, cooperativistas, contrabandistas -para sólo mencionar a esos notables- tienen, farra tras farra, necesidades.
La ancestral estrategia de esos limosneros -pobrecitos somos, tenemos necesidades- ha rendido extraordinarios frutos durante todos los gobiernos populistas republicanos y más allá. Mientras los ciudadanos -cada vez menos, a cada golpe de impuestos con menos convicción- hacíamos de nuestros deberes con el bien común una virtud republicana pero también un padecimiento cotidiano; los limosneros -cada vez más, a cada golpe de prebenda con mayor oportunismo, con mayor patrimonialismo- convertían los indudables derechos en privilegios del cliente político y alquilaban su voto cada vez más caro.
Pero, ¿quiénes son los limosneros? ¿Son acaso todos los que protestan contra los abusos del Estado y los patrones; los que defienden derecho humano tras derecho humano? En verdad, los limosneros son pocos. Y ancestrales. Desde la república de indios y la república de blancos los limosneros fueron aquellos caciques andinos que, para conservar sus privilegios, mantuvieron el sistema de la mita a la que ni ellos ni su familia extendida servían nunca. Iban los auténticos conquistados, los indios comunes. Y así, enmascarados en la defensa de los mínimos derechos de los indios comunes, los caciques limosneros conservaron sus privilegios de capataces.
Hasta el día de hoy que, convertidos en dirigentes del pacto de unidad, los dirigentes limosneros de los movimientos sociales se apropian del Estado. De las tierras del Estado, de los bienes del Estado, de la impunidad del Estado, del monopolio de la fuerza del Estado. Mi cato de coca nomás tengo. Mi draguita para sacar oro nomás tengo. Mi camioncito para traer contrabando hormiga nomás tengo. Mi monopolio de rutas urbanas y provinciales nomás tengo. Mis generalatos nomás tengo. Dirigentes del pacto de unidad. Traficantes de todos los tráficos. Dueños del Estado.
La parábola del limosnero: de la república de indios al pacto de unidad. La paradoja del limosnero: defiendo los derechos de los pobres para conservar mis privilegios. Kautsky los llamaba aristocracia sindical; se quedó corto. Los limosneros son mucho más que eso. Son el fetichismo de la conciencia de clase. Encarnan lo peor de la condición colonial: entre los colonizados hay unos más colonizados que otros. Aquellos que somos los más colonizados debemos ser los más privilegiados: cocaleros del Chapare, auríferos de La Paz, contrabandistas de Oruro.
Con ese discurso: para de sufrir, han hecho de Bolivia el paraíso de los limosneros. Con esa estrategia de primer presidente indio han levantado su iglesia con su nuevo dios con pies de barro: Evo. Con esa conciencia limosnera: ahora es cuando, han definido su eternidad de quinientos años.
Pero el tiempo de la limosna ha terminado. La época de la culpa colonial ha concluido. Ya no MAS. Ahora, ciertamente, es cuando. Es el tiempo del trabajo, no de la limosna. El tiempo de la dignidad, no de la opresión. El tiempo ciudadano, no el tiempo del desprecio.