Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 04 de abril de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Un conductor que saca medio cuerpo por la ventana e insulta desde su vehículo, pero arranca arando antes de que le respondan; el capitán de un equipo de fútbol que finge una lesión para no patear el último penal; un individuo a la salida del bar, que salta alrededor de su oponente y lanza golpes al aire, pero no se le acerca jamás. Fanfarrones. Presumidos.
Muy próximo, el presidente Morales critica a sus adversarios en Twitter, en castellano y novedosamente en inglés, los denigra en discursos ante sus simpatizantes, cuando es protagonista del show, dueño absoluto del tiempo y del preciado micrófono. Qué macho. Su gente lo celebra, él infla el pecho, se embala y arremete, emite calificativos cada vez más excesivos contra (todos) quienes no piensan como él. Pero cuando un contendiente político lo desafía a debatir, arguye numerosos pretextos para no asistir (¿o será porque los canales no tienen helipuerto?), donde los términos imperio y neoliberalismo surgen frecuentemente, aunque casi nunca vengan al caso.
Evita estar cara a cara con sus rivales, frente a las cámaras, bajo los reflectores, con un moderador, un temporizador, y un país atento. Da la impresión de que no tiene la seguridad para explicar su plan ni tiene confianza en sus argumentos. Detrás de ese rostro duro y esa mirada fría, hay vacilación, y miedo.
En las sociedades más desarrolladas, que tampoco se libran de populistas, demagogos y déspotas, es imposible ganar una elección sin haber participado en debates frente a otros candidatos. La democracia no está consolidada si no existe un marco legal que regule la organización y difusión en señal abierta de debates entre aspirantes a un cargo público, con una programación de varios encuentros para profundizar los temas trascendentales en el desarrollo de un país.
Qué interesente sería, en nuestro caso, un debate entre aspirantes a la Presidencia sobre el mar, el gas, la salud, el sistema judicial, la economía, la política internacional o la preservación del medioambiente. El debate entre candidatos es un derecho y una exigencia de los ciudadanos.
No es suficiente asistir a una entrevista, menos aún en el canal estatal, donde no se desarrolla más que un monólogo aburridor que sirve de propaganda. No tenga miedo, Presidente, un debate es una confrontación, pero es también un diálogo, una oportunidad para mirarse a los ojos e intentar comprenderse, encontrar alguna coincidencia, llegar a algún acuerdo.
Y en principio, cuando el cronómetro y el score están en cero, nadie tiene la razón, y cuando comienza la contienda, los puntos se suman en favor de quien expone y defiende mejor sus argumentos. Así de sencillo. Quién sabe, por ahí usted llega inspirado y nos logra convencer de que las elecciones primarias enterraron al 21F, o que el resultado en La Haya no fue una derrota para Bolivia, o que le conviene al país entero, y no solamente a usted, apoyar al régimen de Maduro, o que no es incompatible que usted sea, al mismo tiempo, Presidente de Bolivia y máximo dirigente de los cocaleros del trópico…
La participación en un debate obliga a un aspirante a estudiar. Así se elevaría el nivel de nuestras autoridades, de sus propuestas e intervenciones públicas y, entre otras cosas, reducirían los casos de escupitajos y chicotazos entre “originarios” y “vendepatrias” en la Cámara Baja, que no solamente representan un espectáculo de bochorno, sino que provocan al ciudadano una profunda desesperanza.
La confrontación de ideas entre candidatos es la mejor manera de disipar las dudas de los electores y generar votos conscientes, y reflexionados. Una oportunidad para convertirnos en individuos librepensantes y separarnos de esa masa adormecida que se mueve por consigna.
En este momento de fragilidad en la democracia, en el que hay una desconfianza absoluta en el organismo electoral, en el sistema judicial y en la transparencia del gobierno, el candidato a la Presidencia tiene la obligación de participar en los debates y demostrarnos con argumentos sólidos que merece la reelección, a pesar de ser ilegal su repostulación.
Así mismo, los candidatos de oposición podrán contrastar las alternativas que proponen, que no se conocen con claridad. Pero es ilusorio pensar que será así. No obstante, debemos intentar que cualquier perfil oficialista no se parezca al boxeador peso mosca que asiste muy serio a la conferencia de prensa, se deja tomar el peso y posa en las fotos junto a su contendiente, pero llegada la hora no se sube al ring. Pasea por las tribunas con una toalla en sus hombros y con los guantes puestos, y espera, confiado, a que los jueces toquen la campana y lo declaren ganador. Un gallito. Un bravucón.