Medio: La Razón
Fecha de la publicación: miércoles 03 de abril de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La demagogia consiste en conocer de antemano y a cabalidad las pulsiones, las creencias de las personas, saber qué les motiva a pensar de tal o cual manera, a razón de entablar un diálogo donde lo que se ofrezca siempre sea algo que la gente quiere escuchar de sí misma o del medio en el que viven. La demagogia, por lo tanto, consiste en construir un espejo adulador en el que las personas vean reflejadas —en una propuesta o en un discurso— sus impotencias, sus deseos y sus imaginarios más profundos.
Dicho esto, la demagogia es una herramienta que el expresidente Carlos Mesa y sus consortes comprenden perfectamente, ya que su equipo de trabajo está conformado para realizar estudios continuos de mercado sobre los imaginarios a nivel nacional. Sus giras por Bolivia no son más que eso: mecanismos para captar información de potenciales usuarios a través de sondeos de opinión enmarcados en sistemas de preguntas muy bien pensados para modelar con mayor precisión la propuesta política que le harán al país. Lógicamente, esta propuesta no será otra cosa que aquello que la gente quiere escuchar y no lo que, en realidad y por respeto, se nos debería ofrecer.
Así, la propuesta del Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) será el producto de un estudio de mercado, creado para conquistar posibles votantes; aunque no para satisfacer las necesidades reales y objetivas de los bolivianos.
Otra de las estrategias bien conocidas de Mesa, y que es fácil de evidenciar desde un comienzo, es su intención por capitalizar la negación al presidente Evo. Ser, de alguna forma, el abanderado del 21F que concentre en sí mismo ciertos tópicos de moda que atribulan las emociones y creencias de la gente: democracia, autoritarismo, libertad de expresión, extractivismo, entre otros. Es lograr instrumentalizar a su favor dichos temas, de manera que pueda encubrir, provisoriamente, una falta de programa de gobierno; ya que éste último saldrá a la “luz” una vez que el estudio de mercado haya concluido.
Por otra parte, es de conocimiento de todos los partidos y agrupaciones políticas que existe una franja poblacional (un pedazo considerable del pastel electoral) en disputa: la clase media tradicional (los herederos del privilegio colonial, entre ellos Mesa y compañía) y las denominadas nuevas clases y estratos emergentes. Las primeras sienten haber perdido la fuerza de antaño, confrontadas a una situación adversa ante la pérdida de la capacidad de reproducirse bajo la sombra del Estado. Entretanto, las segundas quizá se encuentran desamparadas discursivamente por el Estado, y de alguna manera viven a la procura de adquirir los bienes culturales, simbólicos de poder, adaptándolos a sus propias causas y necesidades.
El objetivo mayor, en todo caso, de toda esta pericia de marketing que opera Carlos Mesa no sería otra cosa que el intento de-sesperado de una clase social, otrora muy bien acomodada, por recuperar el poder del Estado, desde la conquista vivaz y oportuna de votantes provenientes de este variopinto conglomerado de clases medias. Pero ¿por qué recuperar el poder del Estado?, pues porque es el más fuerte delimitador de las reglas del juego social, es quien tiene la potestad de definir cuáles son las “cartas” más fuertes dentro la dinámica entre las personas (especialmente a nivel político y económico).
Entendido de esa forma, la apuesta de Mesa, y de la clase social a la que representa, no es más que una vuelta a los privilegios de antaño para seguir blandiendo sus apellidos y la blanquitud de su piel como “cartas” de poder. No es un proyecto conservador, ciertamente, sino retrógrado, pues no les conviene, ni a él ni a sus allegados, preservar lo ganado los últimos 13 años, menos aún seguir ampliando los derechos de los sectores más desfavorecidos; sino todo lo contrario, retroceder a lo perdido y simular que la última década fue un mal sueño de media noche.