Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 31 de marzo de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Servil es aquella persona que, de modo rastrero, se somete totalmente a la autoridad de alguien; puede ser un director, presidente, rey o un simple funcionario público. En el primer tercio del siglo XIX se les decía servilones a los partidarios de las monarquías absolutas; seguidores que se prolongan hasta nuestros días y se encarnan en individuos y grupos que se muestran sumisos y sin juicio crítico ante líderes y caudillos a los que alaban y mienten, inventándoles narraciones de felicidad para seguir usufructuando de sus favores, es decir, conservar la pega y seguir asaltando al Estado.
En el sinnúmero de discursos que emite el ser humano existe uno al que le hacemos honor todos los varones, sobre todo durante la adolescencia y la juventud. Esa oralidad torrencial sucede cuando, totalmente obnubilados por una mujer (presas de la pulsión obsesiva que es el amor), apelamos a nuestro oculto sentido poético y ofrecemos el primer discurso político para convencer a la pretendiente, ofreciéndonos como el mejor candidato para esposo, con cualidades inmejorables, trabajadores, honestos... Además, prometemos amarla toda la vida y, sobre todo, que después de la boda nos iremos a vivir a una casa en un condominio privado, con dos empleadas y chofer. Pero no sin antes asegurarle que la luna de miel la pasaremos en Venecia, que pasearemos por el gran canal y veremos el puente por donde Casanova fugó, y que comeremos sepias, con un gran vino añejo mientras un tenor canta arias de Verdi y algún bolero cebollero para darle un toque latino.
Ante tan irresistible discurso, el triunfo es casi seguro. Las mujeres se enamoran por el oído, dicen algunos. Otros más realistas dicen que por el oído y el bolsillo, en fin. De lo único que estamos seguros es que una mujer del siglo XXI no le creerá esa narrativa a ningún hombre disfrazado de cordero con pijama. Estas mismas tácticas de marketing son práctica común entre los paj’pakus callejeros, y sobre todo entre los políticos de Bolivia, la mayoría aventureros que solo buscan el enriquecimiento fácil en corto tiempo.
Mao Tse-tung (1893-1976) inició su proyecto revolucionario del Gran Salto Adelante entre 1958 y 1961, con el propósito de adelantar cambios socioeconómicos y erradicar, con una poderosa política agraria, el hambre entre la población china. Después de casi un año, Mao se percató de que su proyecto había sido un fracaso, cuando vio en su aldea natal gente deambulando de hambre, seres cadavéricos que enterraban a sus familiares. Presa de la furia y el desencanto, ordenó llamar a sus ministros y directores del proyecto que le habían enviado informes y diagnósticos inventados, anunciándole que el Gran Salto era un rotundo éxito.
Este desastre social le costó a la China miles de muertos. Hasta la fecha no se tiene una valoración objetiva del costo humano, tampoco del destino de los expertos narradores políticos que, servilmente, le mentían al mandatario chino con informes y escritos que inventaban una realidad de cartón, y que Mao creía porque confiaba en la fidelidad de sus camaradas más cercanos. Otro tanto y en otro terreno político ocurrió con la empresa revolucionaria del Che Guevara (1967-1968). Le elevaron informes favorables sobre las condiciones para una insurrección popular en Bolivia que nunca ocurrió.
Los narradores políticos han creado un nuevo género literario, apartando los criterios estéticos y privilegiando la invención de la trama y el poder de la mentira disfrazada de verdad. Estamos en la etapa de la posverdad, pero en realidad ésta siempre existió, solamente el soporte y su velocidad de difusión han cambiado.
La sociedad boliviana está atrapada por una seguidilla de tsunamis de corrupción, tanto del oficialismo como de la oposición; y deambula ante la inevitabilidad de elegir “gobergansters” para los próximos años. Los estrechos círculos de poder en los partidos en ejercicio de gobierno terminan por aniquilar sus estructuras, y se erigen en mafias para protegerse entre sí. Esa es la desazón principal de los futuros electores.
Mientras el presidente Evo está seguro de ganar con más del 70% de los votos, es notorio el trabajo de sus servilones narradores políticos que no le dicen la verdad, que le muestran maquetas de felicidad. Mao no tenía helicóptero y la realidad lo puso sobre la tierra.