Medio: Ahora el Pueblo
Fecha de la publicación: lunes 12 de febrero de 2018
Categoría: Autonomías
Subcategoría: Autonomía Indígena
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Vio crecer a su natal Uru Chipaya, se alegró cuando se instaló energía eléctrica y se entristeció durante las inundaciones. Ahora se lamenta porque el desvío del río Lauca, registrado en 1962, aún tiene sus consecuencias en los cuatro ayllus (Aransaya, Ayparavi o Unión Barras, Vistrullani y Manansaya), que aún resisten la amenaza.
Cuando apenas superó los 20 años se casó y tuvo nueve hijos, cuatro varones y cinco mujeres.
Cuenta con orgullo que en 2003 llegó la conexión de energía eléctrica hasta esta población ubicada en la provincia Sabaya del departamento de Oruro.
“Cuando ha entrado de honorable mi cuñado Juan Felipe, él ha puesto esta luz eléctrica, en 2003. Yo estaba esa vez de Jilakata, Jilakata he pasado, ese año ha hecho esta instalación”, cuenta con voz baja Rafaela.
La nación Uru Chipaya, que adoptó su nombre por la forma reforzada que construyen sus viviendas (ch’ipata, chipaya en adaptación a la lengua aymara) posesionó el 31 de enero a su primer autogobierno indígena, el tercero del país (Charagua fue el primero y Raqaypampa, el segundo), pero es el que tiene “los desafíos más grandes”, señala el director general de Organización Territorial del Viceministerio de Autonomías, Gonzalo Vargas.
En este territorio, donde la temperatura puede alcanzar fácilmente los 11 grados bajo cero, la producción está limitada a la quinua porque la tierra tiene un alto grado de sal y el agua es una joya de gran valor cuando se llega a poseer.
Paulo David Lázaro, del ayllu Manansaya, cuenta con pesar que la tierra no tiene las condiciones para sembrar y que el agua sólo llega “en tiempo de lluvia, no más entre enero y febrero”.
“Desde marzo no hay agua, hay que cavar pozos, hay agua pero es salada y es apenas para los animalitos, pero igual les hace mal”, relata Lázaro, padre de tres hijos, dos mayores que están a punto de lograr el bachillerato.
Zacarías Huarachi López, representante del Órgano Ejecutivo (Lanqsñi paqh ma eph), confirma la grave situación. “El río Lauca está empezando a secar por factor de la lluvia, este tiempo está cambiando. No hay lluvia. Antes llovía desde noviembre, pero ahora ya no llueve, también hay muchos proyectos que están desviando los vecinos del río Lauca, entonces esos desvíos van a afectar mucho al pueblo Uru Chipaya. Yo creo que de aquí a unos cinco años se va a secar”, advierte.
El jefe médico del Centro de Salud Chipaya, Édgar Choque, llegó hace seis años a Uru Chipaya y vio cómo en los años 2011 y 2012 se inundó la zona.
Sin embargo, desde entonces, 2013, 2014, 2015, 2016 y 2017 “no ha llovido nada. Yo le digo: ha sido desierto, desierto total, llovía uno, dos días al año, un mes máximo, pero aisladamente, y era seco y el forraje ¡imagínese! No había nada, cero”.
La poca agua que llega a la zona viene de la corriente del río Lauca, pero eso sucede sólo cuando la lluvia es intensa porque el trasvase construido por Chile en la década de los 60 desvía casi la totalidad del cauce hacia el Valle de Azapa.
La toma de aguas fue construida en Chile cerca a la frontera con Bolivia y es parte de un sistema de canalización hacia el Valle de Azapa, en Chile, similar al que la empresa The Antofagasta (Chili) & Bolivia Railway Company Ltd (FCAB) construyó para llevarse las aguas de los manantiales del Silala.
“Nosotros vivimos del río, el pueblo vive del río y si no hay esa agua, muere el pueblo, no hay otra fuente de agua para el pueblo”, sentencia con lamento el médico Choque.
Este hecho ha tenido consecuencias en la comunidad boliviana. De acuerdo con el jefe médico del Centro de Salud Chipaya, debido a la carencia de agua potable se incrementaron los índices de diarreas y se hace difícil controlarlos porque incluso para atender a los pacientes se requiere de agua para tomar las sales de rehidratación oral.
Pero además, la falta de agua ha tenido un impacto en la producción de quinua y en la actividad ganadera y, en consecuencia, ha llevado a varios jóvenes a dejar sus casas y buscar trabajo en Chile.
Rafaela Lázaro Mamani tiene a cinco de sus nueve hijos en Chile y su esposo realiza viajes periódicos para trabajar en ciertas temporadas.
Claudia Felipe Lázaro es una de ellas. Se fue allá porque no encontró una fuente de trabajo en Santa Cruz ni en Beni. “Quizás por la discriminación”, dice.
Se dedica a la venta, mientras que su hermana mayor Elizabeth estudió gastronomía y ahora trabaja en un local de comida, tiene dos hijas que pasan la vacación en Uru Chipaya y cuando lo hacen lucen orgullosas el urku, el traje de la mujer chipaya.
Debajo llevan una camisa sin mangas tejida por las mujeres. El tocado (sekje), consistente de pequeñas y numerosas trencillas. Las puntas de las trencillas se adornan con lauraques que son hilos de lana de color, flecos y bolillas, que las más jóvenes pierden cuando se casan. Sus otros hermanos se dedican a la construcción y de forma temporal vuelven a su tierra.
El doctor Choque sostiene, a su vez, que “por estas fechas (entre enero y febrero) está la mitad del pueblo, la otra mitad está en Chile una vez que empiecen las clases van a volver, van a trabajar allá a ganar recursos para por lo menos unos seis meses y hasta junio, en las vacaciones invernales lo mismo, la migración es casi total, se vacía el pueblo”.
Paulo David Lázaro es una de esas personas que va a Chile de forma temporal. En 2017 estuvo durante noviembre y diciembre en Antofagasta. Trabajó en la cosecha de productos agrícolas.
De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en el Censo de Población y Vivienda 2012 la población Chipaya llegó a 786 personas, de ellas 386 mujeres y 400 hombres. Respecto al Censo de 1992, se redujo en 53,94%. En esa ocasión se contabilizaron 1.210 habitantes (526 mujeres y 684 hombres).
El Lanqsñi paqh ma eph Zacarías Huarachi López se propone revertir esta situación. Señala que una vez se logre consolidar la institucionalidad del autogobierno indígena, se trabajará en estudios para buscar agua dulce, generar fuentes de empleo en la actividad agrícola y ganadera e impedir que los jóvenes vayan al exterior del país.
“No hay trabajo en este pueblo y ésa es una de las penas para mí. ¿Cómo puedo retenerlos a los jóvenes? Y creo que es creando proyectos, impulsar el turismo y tener más cultivos y crianza de ganado”, señaló Huarachi.
En tanto, el director general de Organización Territorial del Viceministerio de Autonomías, Gonzalo Vargas, afirmó que el Gobierno nacional ayudará a Uru Chipaya para hacer efectiva su autonomía.
Se trabaja en convenios intergubernativos que involucran al Gobierno nacional, al Gobierno Departamental y el autogobierno indígena para impulsar proyectos vinculados a la dotación y de agua y producción agrícola.
“Estamos pensado que en Uru Chipaya se pueden implementar proyectos de generación de energía eléctrica, ya sea eólica o solar, para bombear agua de los ríos que hay en el entorno, desalinizar los suelos y hacer el cultivo a gran escala de la quinua”, afirma.
De acuerdo con Vargas, el bombeo se hará de dos ríos, uno de ellos del Lauca.
Gracias a la cooperación Alemana, el Viceministerio de Autonomías encargó una consultoría que realizará el proyecto a diseño final.
No “son grandes cantidades de agua que van a consumir, además son épocas concretas en las que según el comportamiento climático ellos pueden establecer mejores condiciones para la actividad agrícola”, apunta.
“La gente es difícil, pero también te protege”
Cuando Édgar Choque llegó a Uru Chipaya desde La Paz, el auxiliar de enfermería, un habitante del lugar, le advirtió que no sería fácil. Le dijo que se debía sacar la ambulancia al otro lado del puente, la única conexión con Chipaya, porque la inundación era inminente. Choque dudó de la advertencia, pero hizo caso. A la una de la mañana de ese día de noviembre de 2011 sacaron la ambulancia y algunos insumos del centro de salud, junto con los pobladores que fueron a las zonas altas para instalar las carpas.
“Nos fuimos, esperamos y de verdad de un día al otro todo se ha inundado. Y justo era tiempo de entrega de informes, con el auxiliar de enfermería nos fuimos en una lanchita, y en el viaje la lancha que se vuelca con nosotros. Hemos llegado mojados a Huachacalla que es la gerencia de la red a la que pertenecemos”, relató.
Por entonces, sólo dos personas atendían en el Centro de Salud Chipaya: Choque y el auxiliar de enfermería. La población no lo conocía y el trato era distante, pero con el paso del tiempo se convirtió en uno más de la nación Uru.
“Les digo a las personas nuevas que tienen que ganarse a la población porque así nomás no les van a dar. La gente es difícil, pero una vez que se encariñan contigo también te protegen, no te dejan tocar nada y eso también hay que reconocer y hay que vivirlo, y eso es estando cada día, eso es lo bueno”.
La esposa y los hijos de Choque viven en La Paz y durante las vacaciones llegan a Uru Chipaya. Cuando comenzó a trabajar, él viajaba cada tres meses a La Paz, esto por la falta de vehículos y caminos. Ahora sale cada dos semanas, durante tres días, pero no sólo porque hay transporte, sino porque el Ministerio de Salud dotó tres médicos más para la población.
“Nos han dado médicos MiSalud, un médico Telesalud, un médico del programa Bono Juana Azurduy, entonces ya tengo colaboración en eso. Yo cuando he llegado era solo, entonces era tremendo, pero ahora ya tengo la ayuda, y en comunidad tengo mayor manejo”, afirmó.