Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: domingo 31 de marzo de 2019
Categoría: Representación Política
Subcategoría: Procesos contra autoridades electas
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En Quillacollo se ha normalizado esta inversión de los valores; más aún, cuando las autoridades llamadas a velar por el desarrollo han convertido su ciudad en un limbo jurídico y político.
Se han perdido las referencias del sentido común y sobrepasado los límites del absurdo hallándose más cerca de la angustia, ésa descrita por Camus en el Mito de Sísifo, que deriva en el suicidio, en este caso político y moral de sus autoridades.
Tan absurda resulta la situación política que se discute abiertamente y con normalidad que la estabilidad municipal depende de una correcta “repartija” de la institución, entre los apetitos de los concejales y los eternos dirigentes vecinales, que han llevado a su Alcaldía a ser el alter ego de la Casa de Senet.
El Senet es un antiguo juego de mesa egipcio, algunas tumbas tienen pinturas que muestran al difunto jugando y restos de éste se encontraron en tumbas de faraones, donde se dejaba para que puedan jugar durante la eternidad. Este juego es una referencia a un sortilegio del Libro de los Muertos, el juicio de Osiris para que el difunto pueda jugar y buscar la victoria en la entrada al más allá.
Estas referencias nos llevan a la idea de que en este municipio ha muerto el sentido común y teniendo la institucionalidad municipal rumbo al más allá, la ciudadanía- ingenua electora- que debería recibir el beneficio de una gestión municipal estará estos días atónita viendo el triste ritual lúdico del pasanaku de sus concejales.
Lo legisladores han convertido el municipio en una Alcaldía disfuncional y desnaturalizada, en la cual se cree que por el hecho de recibir el voto se les ha otorgado el derecho de asumir la cosa pública como algo propio, una especie de joint venture en el que el concejal y el dirigente vecinal creen ser accionistas y el alcalde el gerente, que debe repartir la alcaldía como los naipes del póker, sin dejar de mencionar que el sentimiento de propiedad hace que se asuma normal “rifar” los cargos públicos y cual salón de juegos llevarse de recuerdo las bancas de la plaza a su casa.
Esta adicción de jugar con el municipio de Quillacollo ha derivado en una ludopatía política que conlleva la alteración del comportamiento de sus autoridades y los lleva a la necesidad incontrolable de “jugárselas” por una porción de la repartija, por encima de cualquier consecuencia negativa, tal como hacen los adictos al juego, que necesitan el jugar para vivir intensamente el tiempo que transcurre entre la apuesta y el premio esperado. La ludopatía, la adicción al juego, ha destruido economías, familias y lleva a que a la persona afectada no le interese ni su autodestrucción con tal de vivir con intensidad la adrenalina del azar. Ojalá que Osiris tenga piedad de esta ciudad folclórica, ritualista y ahora lúdica.