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Medio: Correo del Sur
Fecha de la publicación: domingo 24 de marzo de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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La primera es la justicia que tiene que ver con lo que es acorde a la ley y lo que no lo es. Manosear a una joven mientras duerme en un bus, ejercer violencia familiar, violar a una reclusa a la que hay que custodiar, robar dinero del Estado o saquear una cooperativa son actos reñidos por las leyes y que conllevan una sanción. La justicia es un valor universal, presente en los genes de toda cultura: no matar, no robar, no calumniar, incluyendo todas las formas en las que han evolucionado esas normas “naturales”. Es llamativo que, a pesar del mal que envuelve a nuestra sociedad, el valor de la justicia siga vigente y su violación genere indignación y rechazo.
La ética es el fundamento de la justicia, pero tiene que ver no con lo legal/ilegal, sino con lo bueno/malo. Es verdad que un asesino lo es antes de cometer un asesinato porque cree que la vida, que pretende quitar, no es un valor supremo. Sin embargo, no se puede imputar a una persona por el mero hecho de despreciar la vida. La justicia entra en juego cuando la ética actúa violando la ley, no por el sentido del bien y del mal que se tiene. Actuar, por supuesto, implica también omitir, instigar e inducir a cometer delitos. Estamos viendo cuánto daño puede hacer a las instituciones el encubrimiento de crímenes abominables como la pederastia. Por eso, Jesús habla de una justicia “superior”, o sea no circunscrita al cumplimiento de la ley; una que va al corazón de la condición humana. Él dijo que se mata también despreciando e insultando, incluso haciendo bromas ofensivas.
Para ilustrar la relación entre ética y justicia tomemos el caso de un dirigente cocalero autor de bromas sexistas (suponiendo que fueran bromas); un caso que muestra la escala de valores de quienes, escudándose en la impunidad que da un poder efímero, creen que pueden decir lo que se les venga en gana. A Leonardo Loza difícilmente se le puede procesar (sin forzar la ley) pero se le debe censurar públicamente desde la ética.
La mentira, cuando es infamia o falso testimonio, cae en el ámbito de la justicia. Pero hay promesas públicas –como la de respetar el resultado de un Referéndum– que pueden ser burladas precisamente manipulando la justicia; no obstante, los tramposos no se librarán de la condena ética ante la historia. Tampoco hay una ley que impida al Presidente del Estado dirigir las Seis Federaciones del Chapare, pero el incuestionable conflicto de interés se vuelve un conflicto ético. En otro ámbito, el aborto provocado, no obstante sus diferentes grados de despenalización, conlleva una pesada carga de conciencia, principalmente en la mujer.
Finalmente, la estética tiene que ver con lo bello/feo de una acción. Pregonar que los alimentos son para la vida y no para las máquinas y luego incentivar el “biodiesel”, no es objeto de la ley ni de la ética, pero tiene la fealdad de la impostura, la cual delata la tendencia a usar máscaras ideológicas para intereses pragmáticos. Asimismo, en una red social he calificado la decisión de Maricruz Ribera de Revilla de pedir los servicios legales de la esposa de un concejal afín al Alcalde (su esposo), como “antiestética”, porque ilegal no lo fue y antiética tampoco. En el fondo, cual “mujer del César”, ella hizo algo que “se ve mal” y tal vez hubiese sido mejor, para su imagen, no haberlo hecho.
En fin, la confusión –inocente o ladina- entre actuar mal, pensar mal y verse mal lleva a que acciones poco “estéticas” sean calificadas alegremente como “antiéticas” y luego aparezcan salpicadas por el hipócrita y gastado estribillo “no tienen moral”.