Medio: El País
Fecha de la publicación: lunes 18 de marzo de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Por tanto, los académicos Crhis Hesketh, del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Oxford Brookes (Reino Unido) y Adam David Morton, del Departamento de Economía Política de la Universidad de Sídney (Australia), en un trabajo conjunto, advierten que “la Historia está en riesgo de repetirse a sí misma”.
Se refieren, específicamente, a que “ésta podría ser la segunda vez desde la Revolución Nacional de 1952 donde un momento potencialmente revolucionario en el país se ha canalizado de vuelta hacia la consolidación y expansión de las relaciones sociales capitalistas”.
En este sentido, “en vez de lograr una ruptura revolucionaria con la lógica del capitalismo, Bolivia está en peligro de ser víctima de la historia de las revoluciones pasivas”, agregan.
Revolución pasiva
Según los autores, el término “revolución pasiva” se refiere a los procesos donde diferentes aspectos de las relaciones sociales del desarrollo capitalista son establecidos y/o expandidos, dando como resultado tanto una ruptura ‘revolucionaria’ como una ‘restauración’ de las relaciones sociales a lo largo de diferentes escalas y aspectos espaciales del Estado”.
Una revolución pasiva, por tanto, representa una condición en la que los procesos de revolución están al mismo tiempo parcialmente cumplidos y desplazados.
En palabras del sociólogo británico Bob Jessop, “el elemento crucial en la revolución pasiva es la estatización de la reorganización o reestructuración, de manera tal que las iniciativas populares desde abajo son contenidas o destruidas, y la relación entre gobernante y gobernado es mantenida o reimpuesta”.
Al respecto, Hesketh y Morton consideran que lo que termina prevaleciendo es la política de “transformismo” (en lugar de una genuina transformación). Esto significa, afirman, que una parte del desarrollo histórico de la revolución pasiva, o sea del transformismo, es un “proceso que intenta excluir a las clases subalternas de cualquier protagonismo en el proceso de transformación social, mediante la cooptación de sus líderes. Una vez instaladas dentro de los pasillos del poder, las demandas revolucionarias son frecuentemente desplazadas”.
De la esperanza de cambio al neoliberalismo reconstituido
La llegada de Evo Morales y el MAS al poder el año 2006 debía representar nuevas posibilidades de una “genuina transformación revolucionaria” en Bolivia: el primer presidente indígena y un “instrumento político” de las organizaciones sociales.
“Al igual que el MNR, el MAS tenía como objetivo la refundación de la nación”, sintetizan los académicos, reconociendo que mientras el primero quería transformar a Bolivia en una nación mestiza, el segundo buscó incluir la plurinacionalidad, al menos en los papeles.
El vicepresidente Álvaro García Linera, en diferentes textos producidos en los últimos años, ha afirmado que el horizonte político de Bolivia estaba marcado por un “trípode virtuoso”: 1) la plurinacionalidad (pueblos y naciones indígenas dirigen el Estado), 2) autonomía (desconcentración territorial del poder), y 3) economía plural (coexistencia de varios modelos de producción articulados por el Estado).
En este sentido, el Estado Plurinacional representa un “bloque histórico” que apunta a “modificar el contenido de la revolución en Bolivia como una revolución anticolonial, antineoliberal y democrática con un horizonte socialista-comunitario”.
A lo largo de este proceso, se ha construido una identidad urbana-rural y que cruza las clases sociales “alrededor de un núcleo indígena como expresión de la certidumbre material de su mayoría y su hegemonía”, complementaba García Linera en uno de sus textos del año 2012.
La radicalidad discursiva del gobierno, fustigando el capitalismo y advirtiendo sobre la necesidad de erradicarlo, complementada con algunos de los cambios logrados (nacionalización de hidrocarburos, la nueva constitución, etc.), daba la impresión de una “verdadera posibilidad de superar el predicamento de la revolución pasiva a través de la construcción de un proyecto de hegemonía nacional-popular”, aseveran Hesketh y Morton.
Sin embargo, críticos desde la izquierda como Jeffery Webber -economista político experto en Latinoamérica y Bolivia y profesor en la Universidad de Londres-, argumentan que en ve de inducir una transformación profunda en Bolivia, el régimen de Morales ha movido al país para acomodar al capital global a través de un “neoliberalismo reconstituido”, basado en la expansión de los derechos indígenas -avance que además se ha puesto en duda en los últimos años- junto con las continuidades neoliberales.
Pactando con el poder
Según Hesketh y Morton, la estrategia del MAS después de su “época revolucionaria” (aquella de sus primerísimos años), se ha movido hacia la política electoral y un énfasis en ganar un apoyo más amplio que incorpore a diferentes clases sociales, mientras se alejaba de la acción directa.
Por su parte, Webber indica que esta estrategia tenía una “importante dimensión espacial”, con la que el MAS buscaba dejar de ser un movimiento político regionalizado y transitar hacia un alcance nacional, inter-regional e inter-clases, lo que requería también el apoyo de intelectuales urbanos.
Pero el resultado de esto ha sido la dilución de las propuestas más radicales de los movimientos sociales. A decir de Rgalsky, en vez de confrontar el poder de los hacendados y terratenientes (la agroindustria) y de los intereses de las empresas transnacionales, el MAS y Evo Morales han estado “demasiado preocupados” buscando su cooperación.
De ahí que Webber afirme que lo que actualmente se observa en Bolivia es “la profundización y consolidación de la tendencia inicial hacia un neoliberalismo reconstituido”.
¿Nunca fue revolucionario?
“En vez de una profunda transformación social, el MAS llevó a delante un proceso de transformismo a través del énfasis en lo político electoral, implicando un progresivo cambio social ‘molecular’, donde las clases progresistas avanzaron cediendo, mientras se neutralizaba las demandas radicales dentro del estado reinante”, afirman Hesketh y Morton.
Según explica Webber, esto puede evidenciarse desde tan temprano como la guerra del gas de 2003 y el periodo que abarca hasta 2005: “el MAS falló en proveer un liderazgo revolucionario, y en su lugar se volvió instrumental para direccionar el impulso del movimiento hacia un camino constitucional”.
Esto significó que la crisis del Estado (un momento potencialmente de ruptura) se superó por la confirmación del poder estatal. “Es más”, agrega, “en términos de sus planes para el desarrollo económico, el MAS demostró ser menos que radical en su orientación. Al contrario, ha propuesto la continuación de la economía exportadora basada en el nuevo extractivismo de materias primas”.
En este sentido, el economista británico considera que la nacionalización de los hidrocarburos (menos aún de la minería) nunca terminó de concretarse realmente -los eslabones clave de la cadena productiva siguen siendo controlados por transnacionales-, “dejando la soberanía global del capital transnacional intacta”.
Por tanto, el “arca de poder y dominación” en Bolivia “sigue siendo conformada por la superposición de los intereses de las empresas foráneas, de los gobiernos de los países capitalistas desarrollados, de los agroindustriales y terratenientes de Santa Cruz”, y por “los lazos clientelistas con líderes” indígenas y de otros sectores afines, afirma.
Riesgo de recaída
Para Hesketh y Morton, en vez de ser guiada por las demandas de los movimientos indígenas, la movilización ha sido canalizada hacia el apoyo del proyecto del MAS. Por tanto, “está presente el riesgo de que el presidente Morales sigua el mismo camino que el MNR en las secuelas del ímpetu inicial de la Revolución Nacional” de 1952.
Los expertos reconocen que los indígenas rurales y las clases populares urbanas mantienen sus propias formas de acción y siguen resistiendo las políticas de absorción que caracterizan el transformismo.
Pero enfatizan las palabras del famoso filósofo y sociólogo marxista francés, Henri Lefebvre, quien advertía a los movimientos que desafiaban la lógica del estado a no caer en lo que llamaba “la triple trampa: de la sustitución (de la acción de base por la autoridad), de la transferencia (de la responsabilidad de los activistas hacia los ‘líderes’), y del desplazamiento (de los objetivos de la protesta social por las metas de los ‘jefes’ que están atados al orden establecido)”.
De esta manera, Hesketh y Morton ven que es “esencial” que los movimientos de izquierda retomen la iniciativa y eviten que Bolivia se enrede aún más en la política de la “revolución pasiva”.
La Revolución Nacional pasiva
Tras el primer gobierno de Víctor Paz Estensoro (1952-1956), la economía boliviana estaba en crisis. En su primer gobierno como sucesor (1956), Hernán Siles Suazo, tuvo que elegir entre tres caminos: radicalizar la Revolución a través de la socialización de la economía; permitir que la inflación siga creciendo (arriesgándose a que haya un golpe de Estado de derecha); o mirar hacia EEUU para pedir apoyo para superar los problemas económicos del país.
Como se sabe, la tercera opción fue la elegida. “Con ello se acortó el intento de transformación del Estado. Y para finales de la década de 1950, Bolivia era el mayor receptor de ayuda estadounidense en Latinoamérica, y fue el principal receptor de ayuda estadounidense per cápita en el mundo. Esta ayuda restringió severamente las opciones de política económica, confirmándose así una vez más que las revoluciones no ocurren en un vacío geopolítico”, explican los expertos.
Las huelgas y luchas sociales de los primeros años de la siguiente década permitirían una estabilidad que facilitó el golpe de René Barrientos en 1964, con lo que se dio inicio a una nueva era de gobiernos militares de diferente tendencia política. Para la década de 1980, los gobiernos neoliberales buscaron transformar los derechos colectivos de los indígenas (usos y costumbres) en derechos individuales, en concordancia con los procesos de acumulación de capital.
Pero esto afectó los medios de vida de las poblaciones empobrecidas, precipitando nuevas formas de lucha. “Esto nos recuerda que, aunque se tienen tácticas de revolución pasiva desde arriba, estas son respondidas dialécticamente por las clases subalternas desde abajo”. Hoy no parece ser la excepción.