Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 18 de marzo de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Hace algunos días, en un debate esbocé sobre el carácter autoritario y patriarcal del actual gobierno, y me parece necesario profundizar en su fundamentación haciendo un breve recorrido por ambas categorías: autoritarismo y patriarcado.
La contradicción entre autoritarismo y democracia se puede ver, al menos, desde dos configuraciones. La transmisión de autoridad en ausencia de congreso y elecciones, y aunque se conserven, sean reducidos a meros procedimientos ceremoniales manteniendo el predominio del ejecutivo. Y la expresada en una oposición política invalidada, donde el sistema de partidos pluripartidista es nada más que un simulacro, cuya base es la destrucción de grupos políticamente relevantes o son permitidos mientras no perjudiquen el estatus gobernante.
El MAS ya es un proyecto personal de poder ejercido desde y hacia el líder (jefe), quien es dueño del partido, del gobierno y del poder. Hay muchas expresiones en este sentido, cito algunas: “Por encima de lo jurídico, es lo político” (Evo Morales, 2008); es decir, traducir la voluntad -su voluntad- en ley. “El MAS no está en el gobierno para hacer gestión, sino para cambiar la correlación de fuerzas” (García Linera, 2007); anulación de la oposición. Y la cuarta postulación consecutiva a la presidencia desconociendo los resultados vinculantes del 21F, como expresión clara del predominio del ejecutivo.
Es que el “virus” del autoritarismo, como lo describe Obama, es una realidad que pone en estado de coma a la democracia. El presidente Morales sólo busca una cosa: quedarse en el poder por más tiempo del estipulado constitucionalmente, y donde dice “más tiempo”, léase “para siempre”.
El segundo elemento referido al patriarcado admite varias interpretaciones, invoco aquella que señala dos tipos: el de coerción y el de consentimiento. En el caso de los patriarcados de coerción, el control es duro y está normado, por ejemplo, Arabia Saudí, que está gobernado por una especie de apartheid de género. En cambio en los patriarcados de consentimiento, el control es flexible, no está normado y existe una aparente libertad que crea una ilusión de emancipación a través de la ampliación de los derechos de las mujeres (leyes), pero dentro de una estructura simbólica fuertísima que usa las instituciones para transmitir el adoctrinamiento; éste es el caso de Bolivia.
Gerda Lerner (1986) definió el patriarcado como: “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niñ@s”. Y Celia Amorós (1985) dijo sobre la violencia simbólica: “Que es un concepto clave como violencia fundante del resto de las violencias que se conocen”, debajo de la violencia física siempre hay violencia simbólica.
Hace un par de años, luego de una de tantas impresentables alocuciones machistas cargadas de violencia simbólica, el presidente Morales se definió como “feminista con chistes machistas”, un absurdo del tamaño de su palacio, su museo, su avión y su helicóptero juntos. Es que Evo Morales cree que puede ser “feminista” ejerciendo violencia simbólica, permitiéndola y justificándola.
Ignora que es la base sobre la cual crece otro tipo de violencia. Por eso, al igual que sus seguidores: ministros, dirigentes, alcaldes, militantes masistas y otras cosas peores, hace gala de esa ignorancia y se ufana de sus “chistes” hacia sus compañeras y las denigra.
Aplauden y salivan con cada bodrio misógino que sale de sus bocas. Entonces, el patriarcado estatal es evidente. Las cuotas políticas para las mujeres son importantes, pero de nada sirven si no están acompañadas de una auténtico ejercicio del poder y de la eliminación de la violencia simbólica y el acoso consentidos desde el poder por hombres y mujeres.
Vivimos un autoritarismo patriarcal que debe ser combatido desde la ciudadanía y las instituciones. La respuesta al patriarcado evista es el feminismo y la respuesta al autoritarismo masista es la autoridad de la democracia.