Medio: El Día
Fecha de la publicación: domingo 17 de marzo de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Hace unos días, justo luego del carnaval surgió la pregunta en un medio de comunicación “¿por qué bebemos tanto?” y lamentablemente nadie tuvo la valentía de subirse al debate, pues en cuanto al abuso del alcohol se refiere, ninguno parece estar en la posición de lanzar la primera piedra. El “trago” forma parte de nuestra cultura, de los hábitos diarios y de cualquier circunstancia, incluso de las fiestas religiosas, hecho que ha motivado el establecimiento de algunas restricciones, como sucedió con la entrada del Carnaval de Oruro que se hace en honor a la Virgen del Socavón.
La medida parece haber tenido cierto efecto y es posible que pueda alcanzar la sostenibilidad en el tiempo, lo que daría pie a extenderla a otras festividades devocionales, universitarias y folklóricas que suelen terminar con un reguero de intoxicados, especialmente de jóvenes.
Un experto internacional en materia de corrupción que visitaba Bolivia en una ocasión llegó a la conclusión de que en nuestro país es imposible reducir la corrupción a cero y además recomendó no hacerlo, al menos no de manera radical, pues el país caería en un caos. Opinaba que los sobornos, las coimas y toda clase de atajos que toma el boliviano en su vida cotidiana, son el modo que ha encontrado para sortear la burocracia, sobrellevar la debilidad del Estado y obviamente es la forma de supervivencia de millones de bolivianos, ante la ausencia de oportunidades de trabajo dignas.
El consejo de aquel especialista no suponía, sin embargo, aceptar esa realidad con una óptica complaciente, pues de cualquier forma la corrupción forma parte del atraso cultural, económico y social que debemos superar gradualmente, pero desgraciadamente no hemos sido capaces de dar el primer paso hacia adelante como ha ocurrido con el tema del alcohol y en todo caso, caminamos como el cangrejo en materia de corrupción, con grave riesgo de precipitarnos hacia un abismo del que podríamos no salir jamás.
En Bolivia crece la corrupción porque se ha agudizado la impunidad. Es frecuente ver cómo se premia a los responsables de hechos graves y se persigue y se encarcela a los que han tenido la valentía de denunciar en un ambiente en el que reina la injusticia, la manipulación de los tribunales y la instrumentalización de las leyes para apuntalar un proyecto de poder.
Nos hemos vuelto más corruptos porque el régimen está apoltronado sobre una pila de leyes pisoteadas y vulneradas y ha llevado al Estado a un círculo vicioso en el que la moneda de cambio es la transgresión, la vulneración y el atropello. No existe moral para controlar la corrupción en la Policía, por ejemplo, que no termina de salir de un escándalo y cae en otro.
Hemos perdido el control, porque la corrupción se ha vuelto un requisito indispensable en el manejo del país, porque hay quienes no tienen otra salida más que corromperse para sobrevivir, pues ya no existen espacio para la gente decente, para la ética y el sentido común.
Nos hemos vuelto más corruptos porque el régimen está apoltronado sobre una pila de leyes pisoteadas y vulneradas y ha llevado al Estado a un círculo vicioso en el que la moneda de cambio es la transgresión, la vulneración y el atropello.