Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 14 de marzo de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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La fraseología mediática, como expresión política desde 2006 en las oposiciones, se ha constituido en una práctica cotidiana, como la forma más efectiva de estar presentes en los medios de comunicación; han hecho un apostolado del eslogan y una competencia entre similares para no perecer y estar por encima del otro opositor.
La competencia ya no está contra el presidente Evo, sino entre oposiciones. En esta coyuntura, cada uno en sí mismo se considera el abanderado del 21F, sin precisar el norte como meta, por ello deambulan al caminar.
Cómo compiten: quién marchó el 21F, quién apoyo primero a Guaidó, el presidente chuto de Venezuela, quién crítico primero los dichos de Loza, quién visita más mercados, quién sale más en los medios. Es decir, la competencia entre oposiciones no es entre quién representa la opción política frente al liderazgo estatal indígena popular de izquierda, sino quién tiene el mástil de la bandera que ya no flamea; ahora sólo existe en el imaginario discursivo como excusa pública para el discurso.
Las oposiciones en cada elección, desde 2005, durante tres elecciones nacionales, hicieron intentos electorales. Lo más serio fue con Podemos, en 2005, porque pensaban reconducir el frustrado neoliberalismo. 2009 y 2014 fueron actos electorales desesperados porque se esfumaron como coaliciones frentistas antes de asumir unitariamente sus bancadas parlamentarias; sus planes de “gobierno” eran enumeraciones de proyectos sin concepción de Estado porque no comprendieron la dimensión del nuevo Estado Plurinacional. Y la lógica política que involucraba la articulación del poder ahora es más difusa, similar a la gaseosa zero, sin azúcar pero dulce.
Unos apelan al ciudadano como objeto identificado y no así como sujeto interpelado; ese “ciudadano” está aparentemente representado por un club de amigos ciudadanos afín al candidato, cuya propuesta es la imagen mediática del candidato y la línea discursiva de la organización es lo que diga el candidato. Es dramático porque la organización se redujo a la imagen y al discurso del candidato.
Los otros, aún atrincherados en su chauvinismo camba, cuya imagen de fortaleza es la Gobernación, proyectan un candidato sin identidad ideológica, sólo con la consigna “Bolivia dijo No”. A partir de este eslogan ataca al Gobierno para diferenciarse del otro candidato mesiánico -así fue identificado Carlos Mesa por Rubén Costas al momento de hacer conocer su candidatura-, de esa manera arrebatarle votos para subir en las encuestas. Su propuesta más seria es hasta ahora cambiar de feriado el 22 de enero por el 21 de febrero.
Los demás, arropados en discursos retrógrados de algunas iglesias o reivindicando banderas rosadas pasadas, sin saber que son, sólo repiten insistentemente críticas al que tenga en frente de los debates.
Y los que quedaron fuera, como el Conalde, algunas plataformas ciudadanas y dirigentes cívicos, hacen militancia de su frustración. Su máxima aspiración individual es tener algún espacio posible para candidaturas legislativas nacionales y departamentales.
El fracaso de su accionar sin estrategia también generó desmotivación en los eternos opinólogos políticos, que tienen la “verdad” de la palabra y el “don” de la predicción electoral. La “buena nueva” anunciada –desmoronamiento del Gobierno después del referéndum del 2016- no se cumplió, la realidad política es diferente a sus fantasías de café. Ahora las críticas ya no tienen como eje central al gobierno, sino a los candidatos opositores, por su falta de iniciativa, agresividad, organicidad, propuesta, dispersión, etcétera.
Las oposiciones, si quieren ser opción electoral, tienen que entender que la democracia es institución política, no sólo coyunturalismo electoral; que la organización política no es un club de amigos, que el pueblo no es un usuario electoral, que la propuesta de gobierno no es eslogan mediático y que la ideología –concepción del mundo y el poder- no es suma de palabras sin contenido.