Medio: El País
Fecha de la publicación: lunes 11 de marzo de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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A decir del experto, “si hay una continuidad histórica a lo largo de los 500 años y un poco más de colonialismo, etc., es la dependencia. Por ello es que se trata de un aspecto estructural, porque es un hecho que ha trascendido los distintos virajes de la política en la dirección cardinal que fuere”.
En este sentido, Neri enfatiza que la crisis actual de los gobiernos de la “marea rosa” -término usado para referirse a los gobiernos progresistas o de izquierda en al región- es una consecuencia directa de la continuación de esa dependencia histórica nunca superada.
Del neoliberalismo al progresismo, la misma dependencia
Distintos investigadores han coincidido en que el viraje hacia el neoliberalismo a finales del siglo XX, promovido por Washington, implicó entre otras cosas el compromiso de los países de la región -siguiendo una lógica clásica de ventajas comparativas y “la fantasía de la complementariedad comercial”-, de consolidar su especialización en la producción y comercialización de bienes primarios.
Este compromiso fue una de las condiciones expresas de las terapias de choque que se aplicaron a lo largo del continente después de la crisis de deuda de la década de 1980, junto con la privatización de los sectores estratégicos de cada economía, implementada en Bolivia en los 1990.
En muchos casos, como en Argentina, esto significó la interrupción de los intentos de sustitución de importaciones que fueron impulsados desde los años 60. En el análisis de Neri, esto implicó que las economías latinoamericanas vuelvan a depender “de grandes sectores económicos que, sin embargo, no generan riqueza –que no es lo mismo que decir que no generan excedente–. Esta es quizás la principal contradicción del neoliberalismo en el capitalismo tardío en Latinoamérica”.
De entre las múltiples consecuencias de esta “mala apuesta”, el experto considera como las más perjudiciales para comprender el momento actual y el futuro: “el auge de economías informales e irregulares, a saber contrabando, comercio informal, así como sectores vinculados con la extracción paupérrima de recursos; la terciarización perniciosa de la economía, el auge del sector comercial y del ‘emprendedurismo’ vinculado con el sector de servicios, además de la multiplicación híper-numérica de las burocracias, sobre todo durante los gobiernos de la marea rosa”.
La dependencia fundacional
El antropólogo británico John Gledhill -que enseñó en la Universidad de Manchester y en la University College de Londres-, realizó un análisis para el caso de Brasil, y que puede ser aplicado al resto de los gobiernos de la “marea rosa”, en el que advierte que éstos fundaron o basaron sus políticas sociales en la dependencia señalada anteriormente.
Siguiendo este análisis, Neri observa que “la histórica lógica rentista, rescatada por Washington a la hora de imponer las terapias de choque del neoliberalismo, fue la base para las políticas sociales y pseudo-sociales de estos gobiernos. Por lo tanto, en términos estructurales hubo una continuidad perjudicial”.
En el caso de Brasil, “la dependencia en el petróleo, la minería y el agronegocio es fundamental para comprender la crisis del PT. La crisis de las políticas sociales vino de la mano con la crisis de Petrobras, así como las continuas ventajas” que le fueron concedidas al gran agronegocio.
“Lo mismo aplica en el caso de Venezuela con la dependencia en el petróleo, que acabó liquidando la base productiva de este país, y en el caso de Argentina con la dependencia en el agronegocio y los hidrocarburos”, agrega.
En este sentido, la ausencia de un desarrollo de la base productiva, es decir de impulso de la industrialización y de la diversificación de la economía, es “el principal error que han cometido los gobiernos de la marea rosa”. Esta observación coincide tanto con los economistas políticos clásicos como con Marx posteriormente: no existe producción de riqueza sin una transformación de las fuerzas productivas, el desarrollo del sector secundario y la generación de trabajo.
Esta también fue una de las premisas fundamentales del pensamiento económico latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX, de la mano de la Teoría de la Dependencia –y su versión norteamericana con la teoría del Sistema Mundo-.
“La trampa para el desarrollo de la región latinoamericana ha sido y seguirá siendo la dependencia en los bienes primarios”, puntualiza Neri, y advierte que ella se ve acentuada actualmente por el auge de un sector terciario, en gran medida informal, mientras esta discusión “parece haber quedado cancelada u condenada a un olvido irresponsable”.
En contrapartida, “hay una peligrosa celebración del emprendedurismo de pequeña y mediana escala, vinculado al sector primario y terciario, y cuya generación de excedente no impacta positivamente en las economías”, afirma.
El caso boliviano
Para el experto, el caso de Bolivia “es paradigmático” en lo que respecta a todas estas contradicciones, debido a “un despilfarro arrogante del excedente”. Los principales sectores (formales, fiscalizables) de la economía boliviana son los hidrocarburos, la minería y el agronegocio.
Pero no se desarrollaron políticas económicas que transformen las fuerzas productivas hacia la producción de riqueza, sólo se mantuvo con la generación y distribución de los excedentes de los sectores mencionados.
“Esto conllevó al auge de sectores informales y desregulados vinculados ya sea con el sector primario (minería cooperativista, producción de coca y otros), o con el sector terciario (contrabando, comercio informal y emprendedurismo). Todos ellos son sectores que no generan valor, pero cuya generación de excedente dio lugar a una bonanza artificial de la que todavía se vale el gobierno boliviano para legitimarse”, explica Neri.
Asimismo, nota que el Estado boliviano “continúa arrastrando el colosal y pernicioso gasto que le implica subvencionar los carburantes”, sobre todo considerando que los sectores más favorecidos por esta política son el agronegocio y el camionaje para comercio (regular y contrabando).
Mientras tanto, el excedente producido por los sectores fiscalizados, sobre todo hidrocarburos, fue canalizado en políticas sociales que Neri considera insostenibles: bonos, inversiones significativas en infraestructura improductiva, y el subsidio a los carburantes, entre otros varios gastos, además de la corrupción.
Es decir, “el excedente fue invertido en maquillar la pobreza y la dependencia, sin una lógica de generar beneficios para el Estado. El excedente producido por estos sectores acaba invertido en consumo suntuario y acaparado por élites sectoriales”.
Neri también nota que el gobierno del MAS, además de no preocuparse por mejorar la capacidad de recaudación del Estado -salvo aumentando la presión sobre los sectores formales que ya contribuyen-, llevó a cabo una política de apoyo y promoción de actores económicos de carácter “social” (como las cooperativas mineras) que generan excedente sin riqueza, y cuya contribución a las arcas nacionales “es mínima”.
Apertura sin transferencia de tecnología
Otro gran problema que se ha identificado en la región es que, mientras Latinoamérica se sumergía en el neoliberalismo, otros países como China y Corea del Sur se abrían al mercado global bajo una lógica de estricto control estatal.
Esta apertura consistió, entre otras cosas, “en invitar a las corporaciones de países industrializados a relocalizar sus operaciones al país asiático, con la promesa de una mano de obra intensiva (explotable)”, pero con la condición de cuotas de transferencia de tecnología.
Ambos factores (explotación de mano de obra y transferencia de tecnología) “resultaron en el desarrollo de su base productiva, el crecimiento exponencial de la economía china y, lógicamente, la generación de riqueza, al punto que en veinte años China dejó de ser una periferia global”, explica Neri.
Si bien los problemas de excesiva explotación, despojo y alto impacto ambiental no hacen de China exactamente un ejemplo a seguir, el desarrollo alcanzado ese y otros países ha implicado que Latinoamérica se mantenga en una situación desventajosa y siga siendo una región especializada en bienes primario.
¿Espiral sin salida?
Para el experto, la dependencia estructural implica una sola cosa: “el estado de la región es el de una precariedad e incertidumbre permanente, que lógicamente deriva en una mayor desigualdad, en una continua decadencia de los estándares culturales de la mayor parte de la población y, a la larga, en el envilecimiento de la política”.
¿Qué hacer ante este panorama? “Necesitamos discutir públicamente las contradicciones estructurales que nos continúan empobreciendo y envileciendo, en lugar de preocuparnos por las contradicciones cuturales/morales de coyuntura. Y para eso habrá que asumir una honestidad brutal que, con seguridad, dañará más de una sensibilidad. Lo último que necesitamos es continuar sobándonos la conciencia y congratulándonos por nuestra propia tragedia”, sentencia Neri.
La revolución rosada
El origen término “marea rosa” (Pink Tide en inglés) es atribuido al periodista del New York Times, Larry Rother, quien en 2005 publicó un artículo en el que se refirió con esas palabras a la nueva corriente política de la región.
Ese ciclo de gobiernos progresistas en Sudamérica y el aparente giro a la izquierda que caracterizó la primera década del siglo XXI, si bien se proclamaba opuesto a las políticas neoliberales, en la práctica no se llevaron a cabo políticas que contrariaran realmente los intereses de Wall Street y otros organismos. En todo caso se mantuvieron apegados a “las reglas del juego internacional”.
Para ilustrar este proceso, Rother cita a José Mujica, quien cuando presidía el Congreso uruguayo dijo: “Hemos cambiado porque el mundo ha cambiado. Vivimos en un mundo unipolar en el que los intentos de socialismo han fracasado y no hay alternativas. Tenemos que tomar una línea pragmática”. A partir de esto, el periodista norteamericano afirmaría: “No son tanto una marea roja, más bien una rosa”.
Desde entonces, el término ha sido utilizado ampliamente en medios de comunicación internacional y en círculos académicos -pese a sus criticadas limitaciones teórico conceptuales- para referirse a aquellos gobiernos progresistas, muchos de los cuales han dejado el poder en sus países y otros están atravesando turbulencias.