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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 01 de marzo de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Además del hecho mismo de ponerse al lado de dichos criminales, es igualmente indignante que, en grandes titulares, se lea “Bolivia apoya a Ortega”, “Bolivia apoya a Al-Assad”… cuando sabemos que es el Gobierno, a nombre de nosotros, independientemente de que estemos de acuerdo o no, el que manifiesta tales exabruptos.
El más reciente es el respaldo del régimen al tirano de Venezuela, Nicolás Maduro, quien ha agradecido el mismo al “Jefe indio del sur”. En tal línea, el embajador del denominado “Estado Plurinacional” ante la ONU ha reiterado esta posición, no obstante los crímenes de lesa humanidad y las represalias atentatorias a los derechos humanos cometidos por el régimen “chavomadurista” en su afán por evitar el ingreso de ayuda humanitaria –alimentos- para paliar el hambre que asuela a la población venezolana.
En su argumentación, dicho embajador –luciendo en su solapa una bandera de Bolivia invertida- ha dicho que no quiere ver a Venezuela “convertida en otra Libia”. Lo que no ha advertido el diplomático –“acto fallido” es como se llama a este tipo de traiciones del inconsciente- es que al utilizar tal analogía, el sujeto en cuestión está equiparando a Maduro con Ghadafi; es decir, con quien fuera conocido como “El coronel sanguinario”. “No me ayudes, compañero”, podría alegar el sucesor de Chávez.
Y claro… ¡No podía faltar el “Bolivia apoya a Maduro”!, cuando lo cierto es que Bolivia apoya a Venezuela y condena el respaldo del régimen a su déspota. Esto se desprende del 82% de rechazo que la postura gubernamental generó en la ciudadanía, de acuerdo a la encuesta publicada por este medio.
En la línea del tiempo vemos a un militar golpista graciosamente liberado por el otrora lúcido líder Rafael Caldera, absolutamente complaciente con el enajenado que se asumía como la reencarnación de Bolívar; vemos también las variadas tretas del sujeto, ya en el poder, para burlarse del voto popular, tomando control de todas las instituciones –método calcado por el régimen masista-; vemos al tiranuelo morir por un cáncer achacado “al imperio” y cuyo deceso es comunicado varios días después de haber sucedido; vemos al –ponga usted aquí los términos expresados por Miguel Bosé- Nicolás Maduro concluir la obra de su predecesor: convertir a una potencia petrolera en país mendigo, mientras los jerarcas acumulan fortunas provenientes de una monstruosa corrupción.
¿No es todo esto una Vergüenzuela? Si bien la comunidad internacional, con buen criterio, ha decidido no hacer uso de la fuerza militar, la continuidad del sátrapa al mando del gobierno es insostenible; mientras más se prolongue, más seres humanos estarán en la mira de la dictadura, el hambre seguirá arreciando y la muerte irá ganando terreno para beneplácito de la tiranía.
Los últimos días de las dictaduras –y Maduro está viviendo sus últimos días en el poder- suelen ser los más cruentos, por lo que mientras menos días pasen mejor será. Para ello, la presión internacional será determinante.
Al cierre de la presente columna manifiesto el amor que me embarga por Venezuela, país que acogió a mi padre tras haber sido exiliado por la dictadura en 1974, esperando que pronto vuelva a ser la república democrática que brindaba generosamente sus brazos a los perseguidos políticos de otras y respetaba los derechos humanos de sus ciudadanos. ¡Viva Venezuela libre de la tiranía!