Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: viernes 01 de marzo de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia comunitaria
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Todos los historiadores afirman que el conocimiento de la historia es fundamental para que las sociedades y las personas tengamos una cabal interpretación de lo que acontece en el decurso del tiempo. A mi amigo, el antropólogo, considero que le falta esta elemental interpretación. Sospecho que para él, la historia comienza con la llegada de Colón y los suyos, allá por el año 1492.
Es cierto que el quechua y el aymara están en peligro de extinción y que el resto de las lenguas al borde del precipicio, pero no reconoce o no quiere reconocer que todas estas lenguas han sobrevivido por más de medio milenio a un feroz genocidio y culturicidio, sin parangón en la historia: millones de seres humanos asesinados en todo el “Abya yala” (hoy América). Se olvida de que la llegada de los conquistadores significó para los nativos de estas latitudes la destrucción de sus avances científicos y técnicos logrados. Ahí nombramos a los Mayas y Aztecas en el norte y los Incas en el sur de nuestro continente. La pregunta es: ¿Los habitantes de aquel entonces fueron semisalvajes, con atisbos de ser humano y sin alma? Basta ver los restos arqueológicos existentes en muchos casos sin explicación por la ciencia actual. El periodo republicano continuó con la práctica de destrozar las lenguas y culturas existentes aún en el siglo pasado. El Código de la Educación Boliviana (1955), a título de incorporar al “indio” a la “cultura nacional” proscribió a las lenguas indígenas. Ser indígena fue sinónimo de retrasado mental y en las escuelas de entonces se sancionó duramente a los niños que osaban hablar en su lengua indígena. Pese a ello, estas lenguas pervivieron aun en la actualidad. En consecuencia, es digno de admiración el espíritu de estas lenguas y la valentía de sus hablantes.
Quizá, mi amigo antropólogo ignora que detrás de una lengua hay un mundo de conocimientos. Detrás de nuestras lenguas indígenas también lo hay. Aunque estén al borde del precipicio, tienen saberes y conocimientos atesorados por milenios: conocimientos sobre agricultura, medicina, astronomía, arte, etc. Muchas personas que de una u otra forma opinan sobre nuestros conocimientos, generalmente, afirman que no tenemos ciencia; que no tenemos filosofía; que no tenemos literatura, etc. Quiero mostrar solo dos ejemplos para que se entienda que de todo aquello que se nos despoja está en la memoria de nuestros abuelos-as y en las nuestras.
Mario Bunge, en su libro “La ciencia, su método y su filosofía” abundó mucho para su comprensión, señalando que un conocimiento para ser considerado ciencia tiene que ser verificado en laboratorio, replicable, etc., en el marco del principio básico del “ver para creer”; mientras que nosotros para expresar nuestras maneras de pensar, de ser y de hacer, nos inscribimos en el principio fundamental del “Creer para ver”. Nosotros creemos en el espíritu del monte para pedir permiso para entrar a cazar, pedimos permiso al espíritu de la laguna para pescar o permiso a la pachamama para comenzar a sembrar y esto no es un conocimiento vulgar o despistado, al contrario, la ciencia actual se aproxima a nuestra ciencia. Desde que Max Planck anunciara el descubrimiento del “quantum” (allá por el 1905, si la memoria no me falla), surgieron otras ciencias como la física cuántica, mecánica cuántica, la filosofía cuántica, la psicología transpersonal, etc. Le recomiendo un repaso a mi amigo el antropólogo. También debo enfatizar que esta manera de pensar nuestro es que consideramos que la naturaleza es “nuestra madre”. Ella nos proporciona alimento, vestido, medicina; es decir nos cuida y nosotros tenemos la obligación de cuidarla. No destrozamos el medio ambiente, cumplimos las leyes que nos da.
También se nos calificó de que no tenemos filosofía, pero, estamos en capacidad de demostrar que si tenemos. Aquí están: el Ivi maraei (guaraní), Sumaq kawsay (quechua) Suma qamaña (aymara) Loma santa (mojeño) cuyos principios son la dualidad (paridad); complementariedad, equilibrio, armonía. Se necesita mucho espacio para desarrollar cada principio y éste sólo pretende ser un artículo periodístico. Nuestra filosofía es una forma de vida que busca la transformación de la persona muy diferente de lo que es la filosofía occidental. Podríamos continuar citando otros aspectos de nuestra “Ciencia”· como es la comprensión del tiempo. Para la sabiduría indígena originaria el pasado está en nuestro delante, porque podemos visualizar lo que hice ayer, la semana pasada, el año pasado, etc.; mientras que el futuro queda detrás nuestro porque no podemos predecir lo que ocurrirá mañana, la semana próxima o los años venideros, en consecuencia el futuro es incierto. No visible. La adecuada complementariedad entre las condiciones del presente y las lecciones aprendidas del pasado es lo que nos da las condiciones del futuro. ¿Todos estos conocimientos no tienen ningún valor científico? Al contrario, en estos últimos tiempos, es el mayor aporte científico para la conservación de nuestra casa común: la tierra. La tierra se nos muere, señaló Galeano, y la ciencia indígena originaria está aquí para salvar al planeta. He aquí la importancia de recuperar, de preservar, de revitalizar y desarrollar nuestros idiomas porque nos traen otras formas de pensar, de ser y de hacer.
Si tomamos cuenta lo afirmado hasta aquí, sin el prejuicio de la discriminación, de supremacía del conocimiento, creo que no es “una pavada “ el declarar oficiales a estos idiomas ni dar pegas a quienes construimos el “proceso de cambio”. La recuperación de estos idiomas significa recuperar nuevos conocimientos, ingresar a otras formas de conocimiento.
Ah por cierto, no sabía que era necesario tener un doctorado para ser una servidora o servidor público.
El autor es Director General Ejecutivo del Instituto Plurinacional de Estudio de Lenguas y Culturas