Medio: Opinión
Fecha de la publicación: martes 26 de febrero de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Hasta 1993, ser militante de un partido político era una norma para ocupar una función pública, lo mismo antes que después de la revolución del 52. Las dictaduras militares tuvieron cómplices civiles de los partidos políticos que ocuparon cargos públicos de jerarquía porque eran militantes. Incluso, la democracia pactada tenía militantes que se repartían el botín de Gobierno si estaban inscritos en filas partidarias. Pero, el gonismo comenzó a cambiar la historia porque se prestó la sigla del MNR para gobernar no con militantes, sino con independientes y analistas, es decir, “intelectuales” que no necesitaban ser movimientistas. Este nuevo discurso caló en la izquierda y convirtió a conspicuos izquierdistas de antaño en fanáticos gonistas.
A inicios de los 90, había que probar que uno no era militante de un partido para optar por un concurso de méritos y ser ministro de la Suprema, o del Consejo de la Judicatura, o del Tribunal Constitucional, o de la Corte Electoral, o cabeza de una institución pública. Los candidatos eran favoritos si se habían dedicado a sus negocios privados, pero esa condición se nublaba si alguna vez habían tenido militancia en un partido. Esa condición, la de no ser militante, se ha vuelto parte de nuestra cultura y se manifiesta en que hay numerosos intelectuales que ven con sorpresa la indiferencia de la oposición frente al desafío de plantear al electorado un modelo alternativo al oficial que sea económico, legal, ideológico y político.
La oposición abunda en críticas al proceso de cambio, pero no plantea alternativas. Entonces, hay que diferenciar a los intelectuales que confían en el proceso de cambio porque fue un modelo económico exitoso, la raíz de una inversión pública vigorosa, que se tradujo en una obra de Gobierno de 13 años, con una estabilidad monetaria y un crecimiento asombrosos en medio de una crisis mundial.
Esos intelectuales no son necesariamente militantes del MAS, pero sí del proceso de cambio.
Basta hacer un análisis entre periodistas, catedráticos, profesionales, escritores y artistas en general para hallar numerosas afinidades que hoy están desarticuladas aunque ellos confían en el proceso de cambio, pero lo hacen como individuos, y aquí debo referirme a numerosas mujeres intelectuales que tienen la misma confianza en el proceso y ven con inquietud el silencio de una oposición cada vez más dispersa y dividida. Y conste que ya se inicia marzo y las elecciones generales serán en octubre, a la vuelta de la esquina.