Medio: Ahora el Pueblo
Fecha de la publicación: domingo 24 de febrero de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Durante este 2019, luego del triunfo conservador del 3 de febrero en El Salvador, la batalla electoral entre progresismo y neoliberalismo tendrá como escenarios a Panamá (5 de mayo), Guatemala (19 de junio), Uruguay (27 de octubre), Argentina (27 de octubre) y Bolivia, aún sin fecha definida, pero prevista también para octubre.
En aquellos países donde los candidatos exponen posiciones progresistas y con tendencia a un triunfo electoral ya se desató contra ellos la denominada guerra de cuarta generación, comandada por los medios corporativos de desinformación, las redes sociales afines y manipuladas por la derecha reaccionaria.
En un contexto regional en el que habrán de contender las distintas fuerzas políticas del tablero electoral latinoamericano, bajo flagrante injerencia de Estados Unidos para inclinar la balanza a su favor, serán las elecciones bolivianas —por el liderazgo mundial del presidente Evo Morales entre los pueblos que luchan por su soberanía y libertad— las que sellarán el rumbo del progresismo en la región.
En varias ocasiones, Evo sostuvo que la Revolución Democrática y Cultural que lidera está preparada para la defensa de los procesos progresistas latinoamericanos frente a las agresiones de grupos conservadores neoliberales y la injerencia de Estados Unidos en asuntos que conciernen única y exclusivamente a los latinoamericanos.
Es en ese contexto político regional que Estados Unidos y sus aliados están decididos a eliminar los procesos progresistas en América Latina y tienen como primer objetivo a Venezuela.
El progresismo es la doctrina política, filosófica, social y económica cimentada en la defensa de los derechos civiles de igualdad, libertad y justicia, que por convicción política ejerce la defensa de la autodeterminación de los pueblos y la soberanía de los Estados como eje en las relaciones internacionales.
El progresismo rechaza toda forma de dominación y sometimiento, alienta la democracia participativa, promueve la integración y la solidaridad entre las naciones que se reconocen como igua- les y actúa por el bien común, porque ser progresista es ser partidario de las culturas populares que se oponen a la cultura dominante.
En tanto que el neoliberalismo forma seres individualistas y solitarios, sin vínculos con su realidad ni con la historia de sus pueblos transformados —muchas veces como por arte y magia de los mercadólogos— en “mercancías” al servicio del establecimiento del orden capitalista.
Esta cultura material basada en la v ida privada aislada y el consumo impulsivo de bienes materiales y servicios producidos f ue y es una cultura, un modo de vida orgánico al capitalismo. Éste es el tipo de individuo que empezó a tener los rasgos de la mujer y el hombre unidimensional y carente de sentido de solidaridad que visualizara Herbert Marcuse, filósofo y sociólogo de la Escuela de Frankfurt.
Ya lo dijo Tito Villacreces, el neoliberalismo como ideología y modelo de dominación en América Latina, en su momento de esplendor en los años 90 del siglo pasado, aspiró a imponerse como regulador, no tan sólo de la vida política, económica, social y cultural, sino también de la vida cotidiana de las personas.
Acicateada por las apretadas victorias electorales del neoliberalismo del 28 de octubre de 2018 en Brasil, con Jair Bolsonaro, su expresión neofascista; del 17 de junio con Iván Duque, en Colombia; y el golpe de Estado en marcha contra Venezuela, liderado por Estados Unidos, la derecha boliviana y sus aliados transnacionales creen que octubre es la ocasión para derrotar a Evo en las urnas.
Por eso minimizan la derrota del neoliberalismo en México a manos de un candidato de izquierdas: Andrés Manuel López Obrador, y no aceptan que si se cierra o no el ciclo progresista en América Latina está aún por verse.
El periodista y sociólogo argentino Pedro Brieger señala que no se puede hablar del fin de la etapa progresista en América Latina. “Todavía hay una disputa importante que tiene nombre y apellido: elecciones generales en Bolivia”, sostiene.
Además, los candidatos de la derecha boliviana —Mesa, Ortiz y demás tucuimas— no sólo comparten un discurso común diseñado en torno a la ‘defensa del 21F’, sino que no tienen nada nuevo que ofrecer al pueblo.
Por eso apelan al fácil discurso de la ‘defensa de la democracia’, mientras apoyan al golpista venezolano que se autoproclamó presidente; por eso mienten, desinforman y manipulan, mientras sus asesores extranjeros planifican cómo abolir las grandes conquistas sociales y privatizar —otra vez— la riqueza de todos los bolivianos.
Por eso enarbolan como bandera electoral la supuesta ‘lucha contra la corrupción’, mientras encubren y apapachan a oscuros personajes como José María Leyes, en la Alcaldía de Cochabamba, y Fabián Siñani, en La Paz, con graves indicios de corrupción.
En ese escenario se librará la batalla electoral entre el progresismo que lucha por consolidar el desarrollo, la independencia y la soberanía de Bolivia, y el neoliberalismo entreguista y sumiso a los dictados del imperialismo. Entonces, el progresismo —como posición política— tiene ante sí el enorme desafío de preservar la autodeterminación, la soberanía y la independencia de los pueblos, y frenar la bestial arremetida del imperialismo.
El desafío electoral de octubre es preservar el ejercicio pleno de los derechos humanos, económicos, sociales, culturales y ambientales del pueblo, en el marco de una macroeconomía heterodoxa que genere trabajo, que sirva primero a la gente y no al mercado. El desafío en las urnas es bloquear el retorno al pasado, a la economía ortodoxa de libre mercado, individualista y estática del consumismo, de lo desechable, de la obsolescencia programada y de las privatizaciones.
La historia nos puso en un momento en el que miramos con enorme preocupación el futuro de Bolivia, y prepararnos en lo inmediato es nuestra exigencia y compromiso, pues de ello dependerá la vigencia o la aniquilación de la independencia y la soberanía de la patria.