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Medio: La Patria
Fecha de la publicación: viernes 22 de febrero de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Para entender mejor este análisis empecemos definiendo al populismo como: "Pensamiento político que activa los movimientos sociales de tinte popular, que rechazan a los partidos políticos tradicionales y que se muestran, ya sea en la práctica efectiva o en los discursos, combativos frente a las clases dominantes".
El populismo apela al pueblo para construir su poder, entendiendo al pueblo como las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Suele basar su estructura en la denuncia constante, de los males que encarnan las clases privilegiadas. Los líderes populistas, por lo tanto, se presentan como redentores de los humildes.
Este movimiento tiene sentido peyorativo, ya que hace referencia a las medidas políticas que no buscan el bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la aceptación de los votantes sin importar las consecuencias.
Por ejemplo: "Sancionar a las empresas norteamericanas es una decisión propia del populismo, que tiene consecuencias nefastas desde el punto de vista económico", "El populismo de izquierda ha ahuyentado las inversiones y sumido a la población en la pobreza", "Quienes nos acusan de populismo son aquéllos que gozaron durante años de ganancias inmensas a costa de la pobreza del resto de la sociedad".
Cuando la noción de populismo se utiliza de manera positiva, se califica a estos movimientos como propuestas que buscan construir el poder a partir de la participación popular y de la inclusión social.
Es de conocimiento general que los grupos populistas, no conforman un conjunto homogéneo, sino que muestran ciertas diferencias notables en cuestiones políticas y económicas. Por otro lado, tienen muchos puntos en común que los opone a quienes no participan de su ideología, la cual se basa principalmente en la promoción forzosa del consumo y la distribución. En los años 70 y 80, no hubo experiencia populista regional que no atravesara cuatro fases bien diferenciadas: el éxito al inicio, los desbalances, la aceleración de los mismos y, por último, el ajuste. En la primera de ellas no importa el proceder, ya que todo parece funcionar.
Aumenta el empleo y el salario real, el efecto de la inflación parece desvanecerse y las políticas de tipo fiscal y monetario expansivo ven una reactivación. Se trata de momentos históricos en los cuales un país cree haber encontrado el modelo económico que realmente funciona para su pueblo, la revolución que todos estaban esperando y que cambiará para siempre su calidad de vida.
Pero todo esto tiene sus consecuencias, es luego de esta etapa inicial que aparecen los desbalances: aumenta con más fuerza la tasa de inflación, crecen las deudas, aparecen los conocidos cuellos de botella externos (disminuye o se estanca el volumen de exportación, pero aumenta el de importación) y se ve la caída de las reservas internacionales.
Frente a dicha situación, el accionar del gobierno suele girar en torno a controlar los precios y los cambios, lo cual acarrea una inflación reprimida, entre otros males. Seguidamente, en la aceleración de desbalances, crece violento el déficit fiscal y la necesaria emisión monetaria para su financiación, aumenta la falta de divisas a pesar de controlar los cambios (con la consiguiente devaluación de la moneda), comienza la caída de la demanda de dinero, empeora la inestabilidad de la inflación y disminuye el salario real, para citar algunas de las terribles consecuencias de la fase anterior.
Por último, el ajuste intenta rearmar el país, como si de un gran rompecabezas se tratara. Cabe mencionar que este proceso toma unos cuantos años y cada paso es el resultado de decisiones tomadas fríamente, a sabiendas de los riesgos que acarrean.
El mundo actual hace que la duración y el impacto de cada una de las fases varíen con respecto a lo que nos enseña la historia de unas cuantas décadas atrás, pero el cuadro final es siempre el mismo.
Fuera de la ideología que domina el discurso político -sea socialista o nacionalista- el populismo tiene rasgos comunes, que se refieren a la estrategia de comunicación de sus representantes: el discurso populista funciona con base en un mecanismo de inclusión versus exclusión.
Establece un sentimiento de comunidad (inclusión) entre grupos específicos a los que el populista atribuye características positivas (inocencia, honestidad, etc.) y de la misma forma crea también un grupo de enemigos comunes, al que atribuye características negativas (explotación, conspiración, traición, etc.).
Marginaliza a un cierto grupo de la sociedad (como a un grupo religioso, étnico o social como los empresarios o los migrantes mexicanos en el caso de Donald Trump), que presenta como los culpables por las dificultades y desventajas que supuestamente sufre el "pueblo inocente, honesto y trabajador", en manos del grupo que se aprovecha de estas circunstancias (exclusión).
Con frecuencia se usa también la figura del "enemigo de afuera", para conseguir el apoyo de la población hacia el gobierno, en su lucha contra un adversario común, distrayendo de esta manera el discurso público de los problemas internos.
En los discursos de Nicolás Maduro, por ejemplo, la bestia negra siempre es el imperialismo de EEUU, o también la "clase de los empresarios explotadores" quienes, según él, causarían la pobreza y la escasez de mercancías por sus precios exagerados. Maduro suele olvidar totalmente el impacto negativo de su política económica que varios autores de este compendio analizan y desmantelan en sus efectos devastadores.
Cristina Fernández de Argentina siguió ese camino: los EE.UU., el FMI, los empresarios explotadores fueron sus enemigos de preferencia; de vez en cuando incluyó a "la prensa mentirosa" o la oposición, a la que acusó de no ser democrática, porque fueron críticos con su gobierno.
Este discurso -que se alimenta de conflictos, de disenso y de odio constante- polariza aún más a sociedades que de hecho ya están fragmentadas. Un coctel explosivo que fácilmente deja solo perdedores. Sus primeras víctimas normalmente son los grupos más vulnerables de la sociedad, aquellos que precisamente el mismo gobierno populista pretende defender.
Tan preocupante como la demonización de un enemigo imaginario, es la dialéctica que los gobiernos populistas usan para sus fines políticos. Con eufemismos camuflan sus intenciones autoritarias, en la que generalmente incluyen a los poderes del estado, a los que se les controla con las amenazas de juicios de responsabilidades, si se separan del pensamiento populista.