Medio: ANF
Fecha de la publicación: miércoles 13 de febrero de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Los casos de los gobiernos latinoamericanos del “progresismo desarrollista” o “progresismo conservador” han hecho patente la falsificación de los principios e ideales de la izquierda política que supuestamente asumieron y decían representar.
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Cuando muchos en la región –y quizá más allá de ella– creyeron en la promesa del resurgimiento y renovación del proyecto social igualitario, las acciones concretas de esas experiencias gubernamentales y el comportamiento de sus protagonistas condujeron tal posibilidad a un callejón sin salida caracterizado hasta ahora por el despotismo, la corrupción y el engaño.
Después de la revolución nacionalista cubana de 1959, convertida en socialista para resistir la presión estadounidense, sólo hubo dos momentos más en la historia de América Latina que aproximaron a los pueblos del área a la posibilidad de una dirección de izquierda: la presidencia democrática de Salvador Allende en Chile (1970-73) y la victoria militar del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, que llevó a esta organización al poder en 1979. No obstante, Allende fue violentamente derrocado con apoyo de Washington y la revolución sandinista, una vez al mando, fue desvirtuada y acabó derrotada electoralmente en 1990.
Con posterioridad a esos acontecimientos, la etiqueta “izquierdista” fue usada para tipificar a los gobiernos de Hugo Chávez (Venezuela, 1999-2013) y su sucesor Nicolás Maduro (2013 hasta la fecha), Luis Inácio Lula da Silva (Brasil, 2003-2011) y su sucesora Dilma Rousseff (2011-2016), Néstor Kirchner (Argentina, 2003-2007) y su sucesora Cristina Fernández (2007-2015), Evo Morales (Bolivia, 2006 a la fecha) y Daniel Ortega (Nicaragua, 2007 a la fecha), caracterización debida sobre todo a su retórica.
A su turno y a su modo, cada uno de estos gobernantes encontró algún tópico discursivo para mostrarse como expresión de la izquierda, algo que consiguieron de manera relativamente fácil gracias al empleo constante de variadas apelaciones al “pueblo” o los “excluidos” al igual que con duros cuestionamientos al pasado reciente o periódicos y rimbombantes ataques verbales al “imperialismo”, la “derecha” y el “neoliberalismo”.
Pese a que ninguno de los arriba nombrados tuvo, en los hechos, una formación política concreta en el campo de la izquierda, todos se posicionaron en este plano para aprovechar la coyuntura crítica a que la aplicación mecánica del recetario del ajuste estructural llevó a los países de América Latina, desde inicios de los años ’90.
Antiguos dirigentes y militantes de partidos o sindicatos izquierdistas latinoamericanos, que a partir de 1989 habían quedado en la orfandad tras el derrumbe de la Unión Soviética y de su área de influencia europea, hallaron refugio en los gobiernos que fueron surgiendo en la región como respuesta del hastío popular con los políticos y las políticas “tradicionales”. Algunos de ellos efectivamente confiaron en que iban a presentarse oportunidades genuinas para la transformación social, pero los más se sumaron porque necesitaban una tabla de salvación que les resultara redituable también.
Es interesante el hecho de que todos los personajes señalados hayan conseguido en su momento importante apoyo ciudadano en las urnas, aunque igualmente lo es el de su paulatina salida del escenario político por la misma vía.
En el balance general del inmediato futuro, lo más probable será que se reconozca a este grupo de gobiernos como fabricantes de una ilusión suplantadora –el más ambicioso fue Chávez con su “socialismo del siglo XXI”– que, en fin de cuentas, se convirtió en una perversión del proyecto histórico izquierdista, pues no sólo lo desfiguró sino que terminó neutralizándolo y empujándolo a una nueva inviabilidad.
Así, otra de las tareas que dejan los “progresistas” latinoamericanos de estos años, aparte de la urgencia de reconstruir la democracia, es la de recuperar y reinventar la izquierda.