Medio: Ahora el Pueblo
Fecha de la publicación: domingo 10 de febrero de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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El incumplimiento de las normas electorales por parte de los partidos políticos era constante y se hacía patente en los eventos electorales, y muchos, además de ser permanentemente descalificados por no lograr el mínimo necesario de votación, desaparecían como sigla política y tardaban años o buscaban sepultar institucionalmente los pagos y multas que debían pagar ante la Corte Electoral.
La nueva ley de organizaciones políticas, en primera instancia, responde a la nueva CPE, a la diversidad que somos y a la pluralidad de posibilidades de decisión en el marco de la democracia intercultural. Si bien la CPE subraya que tenemos tres democracias en nuestra vida como país, asumimos institucionalmente que la forma representativa es la preponderante en las decisiones fundamentales de la elección de autoridades.
La nueva ley se ha enmarcado en el potenciamiento de la democracia representativa, postergando todavía la inclusión democrática intercultural; en ese camino, incluso la noción partido se ratifica como preponderante y desaparece lo que se había convertido en la novedad histórica del proceso de cambio, como es la figura del instrumento político.
La democracia liberal, junto a la correlación de fuerzas interna en el país, buscó potenciar la figura universal del partido y democratizarlo en el Proceso de Cambio. Ésta en sí ya es un salto de calidad en la propia democracia representativa que se asentaba en la figura de los caudillos antes que en la calidad democrática de la representación.
No podemos negar que es parte de la herencia colonial la figura caudillista de los liderazgos partidarios y que a nivel político ha gestado la figura del populismo como una expresión política de la construcción social latinoamericana. Sin embargo, no es con leyes ni decretos que la ciudadanía cambiará de forma de pensar en la construcción cultural de la democracia intercultural, si generan nociones y directrices que apuntan en esa dirección. Son precisamente las elecciones primarias establecidas en la ley de organizaciones políticas las que apuntan en ese camino.
El contexto político
Lo que la geopolítica nacional establecía antes de que se convocara a las elecciones primarias es que existía en el escenario político una sola organización política con representación nacional y que existían tenues intentos de construcciones partidarias y de agrupaciones opositoras que se habían constituido a partir de caudillos locales o departamentales, obteniendo espacios de poder intermedio en algunos departamentos y espacios locales, junto a una escasa representación parlamentaria.
Junto a ellas, quienes empezaron a hacerse visibles mediáticamente a través del uso de las redes sociales fueron las plataformas ciudadanas como expresión diversa de descontentos sociales, también de nuevas demandas agrupadas a nivel urbano, o la creación ficticia de partidos tradicionales que se enmascararon e incluso juventudes en búsqueda de espacios nuevos de protagonismo.
La nueva ley y la convocatoria a las primarias movieron el tablero político y generaron un proceso de reagrupación política. Entonces, las alianzas y bloques partidarios, recién creados o de siglas históricas ya sin contenido ni partidarios que fueron ofertadas al mejor postor, fueron receptores de algunas de las plataformas que rápidamente y en crisis de identidad tuvieron que optar por una forma partidaria de participación para disputar los nuevos liderazgos en la representación.
Una gran parte de plataformas urbanas quedó al margen y en espera, como una buena parte de la clase media urbana, tradicional y la de creación nueva en el espectro del Proceso de Cambio. Seguramente, como fue la afirmación de varios candidatos, con ellos se decidirá la votación urbana rumbo a las elecciones de octubre de 2019.
También las primarias obligaron a acelerar el proceso de definiciones y de alianzas políticas y pusieron de manifiesto, en primera instancia, el hecho de que el MAS tiene fortaleza en torno a un liderazgo fundamental, una gestión en marcha que otorga resultados en la vida de la gente y un programa de futuro. En el campo opositor, el en principio factor de unidad no es otro que el ‘antievismo’ y la negación por antonomasia de proponer un programa alternativo a través de su consigna-programa “Bolivia dijo No” o “21F”, que ya no resultó como factor de unidad a la hora de ponerse de acuerdo en las expectativas de poder, lo que generó disputas y rupturas. En teoría, precisamente las primarias habrían ayudado a consolidar liderazgos internos, a expresar el grado real de representación que tienen determinados liderazgos y confrontarlos con otros con los que aparentemente comparten el rol opositor y antievista.
Sin embargo, los opositores optaron por una visión basada en su propio caudillismo, para no confrontar ideas que no tienen como programa, y para no expresar en números la escasa representación que sustentan. En este sentido, quedaron nueve binomios que se confrontan a sí mismos, sin discusión alguna y sin deliberación sobre los contenidos de programa rumbo a las elecciones nacionales de octubre de 2019.
Ahora bien, los binomios opositores optaron por quitarle importancia a este espacio de democratización interna, bajo la figura de que sólo sirve para “legitimar al binomio del MAS”, que en realidad sigue siendo el único concepto que los une y, por supuesto, la persistencia en sostener el sistema de caudillismo interno en la creación de sus organizaciones políticas, expresados en su mayoría en los longevos candidatos que tienen. Entonces se presentaron convocando a un voto simbólico que tan sólo los habilite para las elecciones de octubre. Sólo el MAS manifiesta la unidad construida en 13 años de gestión, con un programa y un liderazgo fundamental, expresado en la votación militante.