Medio: Correo del Sur
Fecha de la publicación: jueves 07 de febrero de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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ocos días después, el 1 de febrero de aquel año histórico, llegaba a las librerías de Londres y Nueva York “Democratic Ideals and Reality”, de Halford J. Mackinder, el afamado especialista geopolítico que unos años antes había presentado una serie de teorías sobre la geografía y el poder mundial, que más tarde conocieron una gran difusión durante la época de la Guerra Fría, y que nuevamente parecen revivir con el auge de la Nueva Ruta de la Seda puesta en marcha por China. Cualquier estudioso de la geopolítica conoce los términos de Heartland o de World Island, y que el dominio del mundo pasaría por el control del este de Europa. Durante años militares, diplomáticos y académicos se formaron en estos principios de determinismo geográfico y político, aunque por un breve tiempo, en los primeros años de la Posguerra Fría, el espejismo del fin de la historia llegó a sugerir que estaban desfasados.
Mackinder atribuiría en 1943, el fracaso del sistema de Versalles a la falta de coordinación entre las tres grandes democracias: EEUU, Gran Bretaña y Francia. Cada una atendió a sus intereses cortoplacistas y no supo prever lo que estaba sucediendo, o iba suceder, en Alemania y Rusia. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, hubo quienes creyeron que la paz llegaría por el cansancio de los hombres por las guerras. No sucedió eso, pues los cambios económicos y sociales, o el ascenso de los nacionalismos y los imperialismos fueron mucho más poderosos que todas las iniciativas, públicas y privadas, para la prevención de la guerra. El autor era de los que creían en la naturaleza pacífica de las democracias liberales, pero eso no era obstáculo para que afirmara algo tan real en 1919 como en 2019: las democracias rechazan pensar estratégicamente a no ser que se vean obligadas forzosamente a atender a sus necesidades defensivas. Hace un siglo, algunos concebían la naciente Sociedad de Naciones como una especie de liga de las democracias, aunque distaba mucho de serlo. En cambio, hoy apenas existen llamamientos para que las democracias se concierten en la escena internacional. Un concierto de las democracias se puede asociar incluso con Occidente, pero el Occidente que hemos conocido, el que hizo acto de presencia en 1917 con la intervención de EEUU en la Primera Guerra Mundial, está en crisis, mucho antes de la llegada de Donald Trump. Lo de las democracias occidentales suena casi a lenguaje de otro tiempo, pues la geopolítica, y la geoeconomía, más hobbesianas que kantianas, son componentes esenciales de la actual dinámica de las relaciones internacionales.
En su libro de 1919, Mackinder, presunto defensor del determinismo geográfico, sorprende por su afirmación de que solo se puede guiar a la humanidad por la atracción de los ideales. Se permite incluso mencionar la famosa cita de Shakespeare en Julio César, cuando Casio le dice a Bruto que la culpa no es de nuestras estrellas sino de nosotros que consentimos en ser inferiores. También afirma que los seres humanos solo serán dueños de sí mismos cuando no sean esclavos de la geografía del mundo. En efecto, existen discursos basados en los mapas que solo sirven para enmascarar realidades más complejas. Sin embargo, la geopolítica no suele hablar de las fragilidades de los poderosos, pero la psicología y la antropología modernas nos enseñan que éstas existen, pese a que los gobernantes hagan ostentación de su dominio material. No es casual que el último capítulo de Democratic Ideals and Reality se refiera a la libertad de los hombres, y es una continuación del capítulo anterior dedicado a la libertad de las naciones. En el momento en que Mackinder concede un lugar privilegiado a la libertad de los seres humanos, sus teorías no están abocadas al fatalismo geográfico. No predica la adaptación de los ideales democráticos a la realidad, sino que insiste en que la realidad no puede desentenderse de los ideales democráticos.