Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 03 de febrero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Sin embargo, la cosa no queda ahí. Visualizamos un segundo resultado: Evo Morales perdió en legitimidad. Prometió huasca y los números no le dan para nada que no sea una autohuasca. El vicepresidente García Linera dijo que un apoyo de menos del 50% de su militancia lo iría a preocupar. Pues seguramente debe preocuparse: la cifra quedó muy por debajo de ese porcentaje, mostrando al país entero que su militancia leal araña el 5% del padrón electoral.
¿Qué significa pues este doble resultado de victoria en legalidad junto a una derrota en legitimidad? Es fundamental comprenderlo para no contaminar la reflexión con jactancia desmedida de un lado y/o excusas lastimeras del otro. No es que no quiera y pueda regodearme con esta derrota. Lo hago sin pretender disimularlo. Me fascina echarles en cara su fracaso.
La vergonzosa razón esgrimida por García Linera para llevar a cabo este evento amerita recordarle que los músculos prometidos no habían sido tales. Los músculos anunciados, una vez filmados en toda su calanchitud, no pasaron de ser bolitas de grasa en los brazos y lípidos severamente pronunciados en la huata.
Nos justificó una burda elección en nombre del six pack del MAS pero, ya chuto, terminamos por darnos cuenta de que el rollizo gimnasta seguramente se chachó del gimnasio los últimos años o hizo bíceps chela en mano.
Las usuales (cobardes) excusas del presidente “es un excelente resultado, los neoliberales no pasaban del 20 y pico por ciento” y/o peor aún “en el Tribunal hay quienes quieren perjudicarnos”, no bastan para darle un barniz de legitimidad a esa pobre legalidad conquistada. Todo lo contrario: pintan a Evo en su real dimensión de rodillador-mal perdedor agrandando la brecha entre legalidad y legitimidad.
Y es precisamente este último aspecto el que me interesa resaltar. En su fascinante tesis de doctorado presentada en el London School of Economics (La brecha entre legalidad y legitimidad. La crisis del Estado boliviano (2000-2008) en perspectiva regional e histórica), el boliviano Gustavo Bonifaz explica la historia de Bolivia desde ese lente: el de la brecha entre lo legal y lo legítimo, como el meollo para comprender las grandes transformaciones (revolucionarias) de nuestra historia.
Se adentra en la Revolución Federal de finales del siglo 19, en la Revolución del 52 y/o en la insurgencia de los “movimientos sociales” de principios de este milenio, constatando una y otra vez que el origen de estas revueltas se centró en ese divorcio. Un divorcio que tenía en lo legal al macho pegador y en lo legítimo a la esposa golpeada.
Bonifaz rescata principalmente la tesis del politólogo Samuel Huntingon, quien, en su investigación El orden político en las sociedades en cambio, nos enseña que cuando la sociedad crece y cambia permitiendo el acceso de nuevos actores, las instituciones existentes no pueden ya satisfacer a esta nueva camada de gente pues responden a los actores viejos.
Vale decir, la sociedad es como aquel niño que lucía un traje de tirolés a los cinco o seis años, pero que ya a los 17, 18 o 19 años no podía seguir luciendo la misma vestimenta helvética por obvias razones. Sin embargo, si a su madre se le hubiese ocurrido ponerle ese mismo trajecito alpino en su fiesta de promoción del colegio, además de ser el hazmerreír del evento, es de esperar que las mangas, los tirantes y botones hubiesen saltado por los aires dejando al bachiller pelado.
Algo así ocurre con las sociedades e instituciones. Las sociedades se hacen grandes y barbudas y las instituciones se quedan igual. ¿Qué significa ello? Pues que el brío social ya no entra en el chaleco institucional. ¿Cómo remedias este asunto? Siguiendo con Bonifaz, puedo interpretar tres vías. La primera vía es la más sensata: destruyes el traje de tirolés y creas nuevas instituciones acordes a la nueva sociedad. Algo así ocurrió en 2009 con la puesta en escena de una nueva Constitución que quiso lograr el matrimonio perfecto entre lo legal y lo legítimo a través de una nueva Constitución. No se lo logró aunque aquello no desdice la certeza de fondo: el MAS con Evo a la cabeza fue lo más cercano que tuvimos desde principios del siglo a un acercamiento de lo legal con lo legítimo. Lo legítimo se engulló a lo legal.
La segunda vía es la más insensata: destruyes al niño (ya joven) dueño del traje tirolés propinándole un balazo en la nuca y te quedas con las viejas instituciones. Reprimes pues a la sociedad y te parapetas como una dictadura con todas las de ley. Aquello ha sucedido de modo flagrante en Venezuela. La conformación de la nueva Asamblea Constituyente y/o las últimas elecciones son los ejemplos más patéticos del triunfo de la ley por sobre la legitimidad cada vez más derruida. Lo legal se comió a lo legítimo.
Finalmente, hay una tercera vía que no es ni sensata ni insensata: es transitoria: buscas legitimarte a como dé lugar para dar algo de lustre a tu legalidad. Y lo consigues repartiendo más coliseos y canchas, dando rienda suelta a una publicidad gubernamental triunfalista, asumiendo una actitud sensible con la población boliviana deseosa de mejor salud… ¡y te funciona!
Cada vez menos, es cierto, pero con algo de eficacia. Eso es lo que es Evo hoy en día. Ya no es un gobierno legítimo. Lo fuera si defendiera a los pobres. Hoy sólo defiende a la nueva rosca y sus palacio-museo-clínica-avión-etcétera. Y es cada vez más un gobierno tan sólo legal.
En 2014 todavía lo legal y lo legítimo cabían en un cuarto. Hoy se miran como quien en el estadio mira de la curva sur a un amigo en la curva norte. Los resultados de la elección primaria lo confirman. Tienen legalidad pero ya son pocos los que creen. Y es que, sepamos, y ésta es la buena noticia, ya hay una nueva sociedad en ciernes, exigiendo un nuevo traje a su medida, una nueva institucionalidad a su medida. No el traje que ofrece Evo. No, la sociedad es más que Evo. Ya es mucho más y no la podrán “calibrar” con simples parches legales.