Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 03 de febrero de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Pero el poder se pierde porque es una magnitud propia que está por encima de cualquier poderoso.
La reflexión de Bertrand de Jouvenel sobre los futuribles del poder le hacen prever la tendencia contemporánea a concentrarlo en una persona y a consolidar formas de mando personalizadas. El poder es energía infinita, centralizador, egoísta, revolucionario por naturaleza, y tiene en el Estado la membrana que lo envuelve y le favorece su expansión en tanto le garantice recursos financieros.
Las atribuciones del poder se dan en los regímenes políticos con o sin medida y la voluntad humana de poder es total en hombres infames, con medida en hombres virtuosos y diluido en hombres ilusos.
Como dice Julien Freund, el poder arbitrario, de sobrepolitización y de omnipotencia de mando del Estado sobre la sociedad se llama hipercracia y su extremo contrario es de debilitamiento de la autoridad y desaparición de la política; el vacío de poder se denomina anarquía; siendo ambas formas de despolitización, la una por exceso y la otra por defecto.
Una política auténtica es una política de la mesocracia que no es otra cosa que un régimen con sentido de realidad de la medida de reparto del poder y de su límite, porque nadie puede gozar de duración ilimitada ni de inmunidad permanente.
Son estas tres medidas del poder (el exceso de poder, el vacío de poder y el poder con medida) que hay que tener en cuenta en las transiciones políticas de la reciente América Latina. Habiendo experimentado la región formas de gobernar despóticas y con más o menos violencia, existe la obligación de reflexionar sobre la medida adecuada del poder y sobre la necesidad de hacer valer las reglas de transmisión de ese poder en una nueva transición de la democracia.
Conjugar la experiencia específica de los regímenes políticos en la región con la teoría de las formas de gobierno nos hace ver que los ciudadanos de hoy no quieren ni pueden vivir con exceso de autoridad y de política (hipercracia), pero tampoco se puede vivir sin autoridad y sin política (anarquía); de ahí que surge la necesidad de preguntarnos ¿Cuál es la medida de poder de un buen gobierno?, ¿Qué régimen es inmune a la degeneración de los regímenes políticos históricamente constituidos?, ¿por qué la democracia se ha corrompido como forma de gobierno?
En Latinoamérica, los defensores del poder sin medida, sin derecho y con tiempo ilimitado no han hecho otra cosa que demostrar que el disfrute opaco del poder es entre amigos, favorece los abusos, la corrupción, la impunidad y la ineptitud.
La realidad política dicta que los gobiernos despóticos se ven y se entienden a sí mismos oficial y públicamente como democráticos e incluso como herederos de una metamoral revolucionaria que ha logrado “sustituir” el corrompido neoliberalismo y el colonialismo depredador por un nuevo orden de felicidad matemáticamente infalible.
Si bien los partisanos de las tiranías admiten sin discusión las autodenominadas revoluciones socialistas del siglo XXI, hay algunos cabos sueltos que no encajan en la categoría de democracia, como la cínica delitocracia, la destrucción del equilibrio de poderes, la pulverización de las libertades ciudadanas, el servilismo de las dirigencias sindicales rebajadas a la adulación y la reducción de su voluntad combativa a una máquina de ejecutar órdenes y decisiones arbitrarias del Estado.
Los regímenes del socialismo del siglo XXI, como hay demasiado poder, han degenerado en la dictadura grupuscular y el aislamiento; su debilidad y caducidad ya no les permite ser aptos para arreglar los problemas de sus sociedades y su sustitución es necesaria.
La concentración de poder en una sola mano en Cuba, Venezuela y Nicaragua (en Bolivia en un grado menor) ha terminado rechazando la alternancia en el poder, negando la oposición y haciendo del derecho a elecciones libres un engaño.
¿Cuál es el camino que está caminando Evo Morales?: el empoderamiento de una nueva clase dominante en el Estado Plurinacional y la decisión de sus operadores de ir más allá de lo permitido por medios ilegales y violentos, está conduciendo a los bolivianos a una trágica despolitización y a un despotismo larvado.
Tras el hundimiento de la corriente autodenominada progresista, las personas tendrían que estar locas para desear vivir bajo regímenes con poderes corrompidos que solo trajeron desgracia e infelicidad.
La desilusión con el socialismo hoy es tan grande como lo fue con la del comunismo soviético que experimentaron los hermanos Strugatsky al escribir su novela Qué difícil es ser Dios y sus advertencias sobre el altruismo marxista de querer hacer el bien buscando transformar la evolución de los sistemas sociales en una perspectiva humanista, degeneran inevitablemente en sistemas violentos y fascistas.
En un nuevo modo de organizar la sociedad no puede haber demasiado poder ni demasiado poco, se trata de reconstruir el Estado para gobernar con medida pero plenamente.
El poder es un elemento indispensable de la vida humana y, por tanto, resulta inútil querer suprimirlo, de lo que se trata es de situarlo donde corresponde, es decir, circunscribirlo en sus límites políticos y estatales, porque el poder es una dialéctica entre su afirmación en el Estado y el gobierno y su debilitamiento en la sociedad civil y las libertades individuales.
Una transición hacia un nuevo modo de ejercer el poder, de gobernar, de informar y de ordenar la sociedad reconoce la mesura, la concordia, la diversidad, la libre expresión y los derechos ciudadanos y de la comunidad.