Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 04 de febrero de 2019
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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La partida de Sandoval deja a esa entidad en estado de coma, con un solo vocal “institucionalista”, Antonio Costas, frente a cinco que son afines al MAS.
Uno de los puntales de la democracia es el sistema electoral. Tras los acuerdos de 1992 y 1993, que le dieron autonomía a la entonces Corte Nacional Electoral, en Bolivia había certeza de que se contaban bien los votos. Eso empezó a cambiar con la llegada de Evo Morales y el MAS al poder. Su afán autoritario hizo que llenaran esa y otras instituciones con sus adherentes. Algunos de ellos, incluso levantaban el puño izquierdo -un símbolo de la izquierda, pero también del MAS- en los actos de posesión o asistían a actos de campaña.
En años recientes la situación mejoró con un conjunto de vocales con mayor nivel profesional y menor sumisión al partido de Gobierno. Pero, el año pasado la situación empeoró rápidamente con la renuncia del vicepresidente José Luis Exeni, por salud; y la renuncia de la presidenta del ente electoral, Katia Uriona. Fue el principio del fin. Uriona, en vez de resistir las evidentes presiones que venían desde el poder, optó por renunciar, salir del barco que se hundía.
Si Uriona hubiese podido cumplir con el juramente que hizo al momento de ser posesionada, de respetar y hacer respetar la ley, el TSE todavía tendría chances de mantenerse como un pilar de la democracia. Antes de su renuncia, el tribunal tenía tres miembros “institucionalistas” (Sandoval, Costas y ella) y tres “afines” al MAS (María Eugenia Choque, Lucy Cruz e Idelfonso Mamani).
Todavía en ese escenario existían las fuerzas necesarias para luchar por la independencia de esa entidad. Pero a sabiendas de que su renuncia dejaría el TSE en manos del oficialismo, ella tomó esa decisión de todos modos. Lo ocurrido después (es decir que el oficialismo haya llenado las vocalías con sus simpatizantes), es una consecuencia.
La renuncia de Uriona y Exeni los libraron de las presiones gubernamentales previas al voto de la sala plena sobre si Evo Morales debía o no ser habilitado. Al realizarse el voto, hubo dos votos disidentes, el de Costas y Sandoval. Se demostró con ello que negar la habilitación de Morales era algo posible de hacer.
El control institucional es para el Gobierno crucial. Ya cuenta con el Tribunal Supremo Electoral y el resto de las entidades de la justicia. También domina la Fiscalía General y, ahora, tanto o más grave, el TSE. La mayoría masista en la sala plena ya ha descabezado, por ejemplo, la unidad de informática y transmisión de datos, crucial, como se sabe, en la entrega de los resultados electorales.
Ello, más la mayoría de vocales masistas hace que las posibilidades de manipulación y fraude sean, ahora, mucho más evidentes. Ese hecho será de gran utilidad para el Gobierno precisamente cuando ha perdido buena parte de su respaldo electoral y las encuestas electorales señalan que, por lo menos hasta ahora, no tiene respaldo suficiente para vencer en una segunda vuelta.
En Venezuela y Nicaragua, que ya han perdido su democracia, el control de los órganos electorales y de la justicia por parte de las autoridades fue clave para distorsionar a todo el sistema, desde poder anular candidaturas hasta realizar fraude.
La renuncia de Sandoval, por ello, es doblemente lamentable. Si bien ya había una minoría de vocales independientes, la situación actual es francamente dramática. La posibilidad de denunciar futuras irregularidades es, ahora, menor que nunca. En el empeoramiento paulatino de la calidad de la democracia, la situación del TSE es uno de los puntos más graves.