Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 04 de febrero de 2019
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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No es la primera vocal que renuncia, pero es la única que lo hace hablando claro. Sandoval tuvo la entereza de oponerse minoritariamente a la habilitación de Evo Morales, tuvo iniciativa para evitar la instrumentalización de la Ley de partidos, y ha enfrentado el clima adverso “por el cambio de enfoque” -léase después de la salida de la anterior presidenta- para cumplir con sus responsabilidades.
Hace pocos días tras el resultado de las elecciones primarias, el Presidente deslizó amenazas contra “alguien” desde dentro del Tribunal que buscaría perjudicar al Movimiento Al Socialismo (MAS), razón más que suficiente para entender su decisión. Hay que ser corajuda para enfrentar a quien se ha caracterizado por la destrucción de todas las instituciones de la democracia en estos 13 años.
Pero el tema de fondo no es la conducta valiente de Sandoval, es la constancia de no tener una institución con las condiciones mínimas para asegurar elecciones limpias y creíbles para restablecer la democracia en Bolivia. El tema es que este organismo ha tenido la capacidad de triturar el prestigio de sus miembros, sacar el jugo a los disidentes y asegurar que los candidatos interdictos se postulen a pesar del referendo del 21F.
El tema es que dentro del actual estado de descalabro institucional, trabajar allí es exponerse a cualquier infamia como víctima o como victimaria. Giovanni Sartori, uno de los teóricos más importantes de la democracia, dice que ésta se ha ido mutando en cleptocracia; es decir, el abandono de todo sentido de los valores y los principios de la democracia, que se convierte en una caricatura para de contrabando transformarse en el gobierno de ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida. Como si hubiera tenido en mente a nuestro país.
Las virtudes y defectos personales de los funcionarios se amplifican de manera inversamente proporcional a la debilidad de las instituciones. He escuchado a no pocos dirigentes decir que sin Katya Uriona, la entonces presidenta del TSE, no hubiéramos tenido el 21F gracias a que ella habría salido a leer los resultados oportunamente; es decir, antes de que la mano “invisible” de sus operadores lo impida.
Las instituciones son entendidas como un espacio de disputa de poder sin límites ni procedimientos, donde conviven héroes y villanos, y los roles resultan fácilmente intercambiables. Se sabe que dentro de las instituciones tienen lugar interacciones cognitivas, normativas y de poder entre los diversos actores que la conforman, en la medida en que cada actor trata de persuadir o imponer sus puntos de vista y valores a la vez que defender sus intereses.
Lo que ocurre en las instituciones como el TSE es que ese debate no es transparente y la forma de convencer a la persona disidente es amenazándola o cooptándola al amparo de un criterio ampliamente generalizado, como es el aceptar que el sometimiento para preservar el derecho al trabajo es pan de cada día. Y esto que es cierto para los empleados públicos no debiera serlo para autoridades nacionales.
Las normas no son determinantes en términos absolutos, ya que son los actores quienes las reproducen y les dan sentido. Por eso es importante la selección por méritos, pero no se puede esperar de nadie que ejerza una función pública como si fuera la encarnación de las virtudes en una cueva de ladrones.
Lo que tiene que prevalecer es el cumplimiento de las normas, la erradicación del abuso y la arbitrariedad para reducir al máximo la práctica que asigna a los individuos toda la responsabilidad. Reconocer la valentía de Sandoval es importante, pero es evidente que ni con todas sus virtudes y las de otros disidentes puede funcionar un tribunal electoral despojado de prácticas democráticas y sometido a la trituradora del Poder Ejecutivo.