Medio: Correo del Sur
Fecha de la publicación: viernes 01 de febrero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Lo anecdótico es que, para evitar que la extorsión se consume, la denunciante pide la intervención del gobernante Movimiento Al Socialismo; es decir, es una opositora pidiendo la intervención del oficialismo contra un opositor.
Se trata de un hecho que podría ser considerado como falta de ética y corrupción en otros países pero en Bolivia se convierte en uno más de un largo rosario de hechos que desfilan en los noticieros con una cotidianeidad espantosa. Estamos tan acostumbrados a la corrupción que ya convivimos con ella. Está ahí, al frente, en la pantalla del televisor, o pavoneándose en las páginas de los periódicos.
Y estos hechos, además, nos demuestran que las diferencias entre oficialistas y opositores son más bien formales porque, al final de cuentas, unos y otros son lo mismo.
Cuando la derecha está en el poder comete abusos, viola la ley y depende de alguna potencia extranjera, generalmente Estados Unidos. Si la que manda es la izquierda, como actualmente ocurre en Bolivia, también hay abusos, violación de la ley (incluyendo a la Constitución, que es la mayor de las leyes) y una clara injerencia de otros países. Antes esa injerencia provenía de la desaparecida Unión Soviética pero ahora están otros países como Cuba y Venezuela. Rusia también se suma con una frecuencia poco disimulada.
Por tanto, las diferencias no son muy grandes. El objetivo es el mismo: el poder. Cuando se está en la oposición se busca llegar al poder y, una vez en él, el siguiente objetivo es permanecer el mayor tiempo posible. Lo hizo la derecha en el pasado y lo está haciendo la izquierda ahora.
Las violaciones a los derechos humanos son otro denominador común de los partidos. Se manifiestan en cantidad en los gobiernos dictatoriales, como se vivió en las dictaduras militares, pero también en los gobiernos autodenominados progresistas. Actualmente, Bolivia atraviesa por una etapa en la que se conculcan derechos, como el de la libertad de prensa —especialmente mediante la asfixia económica a los medios de comunicación independientes—, y hay peores ejemplos como el de Venezuela donde la situación ya ha llegado a un extremo.
Y son precisamente los extremos en los que estas tendencias aparentemente contrapuestas, derecha e izquierda, se unen de manera hasta natural. Ambas reaccionan de la misma forma cuando se les pide que dejen el poder: violan la ley y reprimen las protestas.
La conducta en la que todos los gobiernos incurren, sin importar que sean de izquierda o de derecha, es en su tolerancia a la prensa independiente. Definitivamente, no pueden vivir con ella. Por eso es que vemos el mismo comportamiento tanto en el presidente Donald Trump como en su homólogo venezolano Nicolás Maduro. A Cuba ni hay que mencionarla porque es el epítome de las agresiones al periodismo: en la isla simplemente se anuló a la prensa independiente y solo existe la oficialista. Es como si en Bolivia solo existieran los medios del Estado como Bolivia TV, la red Patria Nueva, ABI, el diario Cambio y toda la red de medios paraestatales que se crearon o acomodaron precisamente para contrarrestar a los independientes.
Por tanto, no debe extrañarnos que sus conductas sean tan parecidas. Así como se denuncia corrupción en el gobierno, a la que se debe sumar el irrespeto a la voluntad popular que se ejercita actualmente a través del Tribunal Supremo Electoral, también existe falta de ética entre los opositores.