Medio: El Potosí
Fecha de la publicación: martes 29 de enero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Al hacerlo, no solo incurrió en exceso de soberbia sino que dejó entrever su seguridad en un resultado que, como se ha demostrado, no depende ni de él ni de sus buenos o malos deseos. ¿Por qué estaba tan seguro? Probablemente porque el verticalismo que ejecuta en su partido político le dio la falsa sensación de que tenía todo bajo control.
Y como sucede con mucha frecuencia en los últimos meses, quien empeoró las cosas fue el vicepresidente García Linera quien, muy suelto de cuerpo, dijo que esperaba una votación de por lo menos el 70 por ciento. “Si vota menos del 50 por ciento, me preocuparé”, dijo y, ahora, cuando su votación no ha rebasado el 40 por ciento, la mayoría de la población boliviana quiere ver su rostro de preocupación.
Los dos gobernantes —ambos candidatos a una reelección que, en su caso, ya no está permitida por la Constitución Política del Estado— incurrieron en apresuramiento. Se limpiaron la boca antes de comer y, al final, se quedaron sin bocado.
Como sus acciones e insistencia lo han demostrado, las elecciones primarias iban a ser usadas por el gobernante Movimiento Al Socialismo (MAS) para legitimar la candidatura oficialista que no solo va contra la constitución sino también contra los resultados del referendo del 21 de febrero de 2016. Si se hubiera llegado al ansiado 70 por ciento, el oficialismo no hubiera segmentado el porcentaje sino que habría llegado a afirmar que este superaba con creces al expresado en el 21F. Por eso no solo se empeñó sino que se emperró en realizar unas elecciones que costaron la friolera de 27 millones de Bolivianos.
Pero el tiro salió por la culata e hirió la mano del que disparó. En las elecciones que se limitaron a los militantes de los partidos políticos, los del MAS asistieron a votar en escasa proporción con todo y las previsiones que tomó esa tienda partidaria. Desde luego, el bajo porcentaje de votantes, y aquel que expresa disconformidad —los que votaron blanco o nulo— demuestra que el gobierno tiene opositores incluso en su propio partido.
Por eso es que el presidente está furioso y no tuvo el cuidado de ocultarlo. Aunque fue diplomático en su cuenta de Twitter, soltó su frustración en Tarija donde, en el colmo de la ironía, culpó al Tribunal Supremo Electoral por los malos resultados. “Han ido a votar porque se inscribió al MAS-IPSP, pero su nombre aparece en otro partido. Ese ya no es problema de los dirigentes, ya no es un problema del militante, sino es un problema en la parte técnica del Tribunal Supremo Electoral, habría que investigar qué está pasando”, manifestó. Esa queja, que soltó con el desenfado que le caracteriza, es sumamente grave si se toma en cuenta que parte del presidente del Estado: lo que está haciendo es admitir que el padrón electoral padece de fallas y, así, no se puede encarar ningún proceso plebiscitario.
Pero, por otra parte, su reacción hace temer que, a partir de los resultados de estas primarias, el MAS replantee su estrategia electoral pero no precisamente en los marcos de la cordialidad sino con la severidad —por decir menos— que ha demostrado en su ya dilatada carrera política. En otro exceso de sinceridad, el ejecutivo de la federación de campesinos de Chuquisaca habló de la necesidad de “ajustar” un Tribunal Supremo Electoral que, empero, ha dado suficientes muestras de estar sometido al MAS.
Por tanto, habrá más ajustes de tuercas… más verticalismo.