Medio: El Deber
Fecha de la publicación: martes 29 de enero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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El cimbronazo recibido por el oficialismo viene ahora de su propia militancia y no de sus adversarios ni del ciudadano sin partido. Aunque el Gobierno intente suavizar el golpe, con la estrategia de generar sospechas sobre la transparencia del Tribunal Electoral o de justificar la alta cifra de ausentismo, lo evidente es que sus cálculos electorales volvieron otra vez a fallar y los votantes hicieron que se estrelle contra una realidad inesperada.
Antes de las inéditas primarias, el propio presidente había pronosticado otra paliza a sus rivales “de la derecha”. Incluso anticipó la “fiesta democrática” del 27-E, que teóricamente enterraría el 21-F. Ni lo uno ni lo otro. Como ocurrió con el referéndum de 2016, las internas partidarias resultaron otro autogol.
La sensación de que al MAS le salió el tiro por la culata se acrecentó después de que los resultados de la votación dejaron casi en el ridículo al propio vicepresidente. García Linera había adelantado al comenzar la jornada electoral que si su partido no alcanzaba el 50% de participación quedaría preocupado. Y, evidentemente, el ausentismo fue más elevado del piso que se puso el Gobierno.
Más allá de la búsqueda de culpables externos, como el TSE, o el ‘maquillaje’ que puedan recibir las cifras finales, la negativa a un contundente apoyo orgánico al binomio gubernamental debería ser asumido como un fuerte toque de alerta sobre cuánto han fallado los estrategas del MAS en su propósito de reproducir el poder.
Ya antes el vicepresidente concluyó que fue un error político acceder al pedido de los movimientos sociales de convocar tan temprano en 2016 a un referéndum para abrir el candado de la repostulación. Con el mismo espíritu autocrítico, el oficialismo también debería reconocer ahora que fue casi otra locura empujar a todo el sistema partidario a unas primarias para las que ni siquiera sus militantes estaban preparados, solo para mostrar su “musculatura” y legitimar la cuestionada habilitación de la dupla del MAS.
Si no admite estos problemas propios, el Gobierno puede acelerar su desgaste y hacer peligrar su continuidad en la llamada Casa del Pueblo. El 21-F fue un duro mensaje de la mayoría del pueblo boliviano a los excesos del poder. Ahora son los militantes del MAS los que con el elevado ausentismo en las urnas destapan las secuelas de la desconexión de sus cúpulas dirigenciales de la nueva realidad del país. El exitismo es tan peligroso como la subestimación de las fuerzas rivales y de la inteligencia de los ciudadanos. En este caso, el nuevo garrotazo no parece sacudir aún al Gobierno.