Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 29 de enero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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El Tribunal Supremo Electoral (TSE) presentó el año pasado un anteproyecto de ley que establecía que las elecciones primarias debían realizarse con miras a las elecciones de 2024, pero el partido de Gobierno, en la comisión respectiva y luego en el plenario, hizo que se aprobara su realización con miras a los comicios de octubre próximo. Aunque se levantaron voces en el TSE para advertir sobre la falta de tiempo para concluir adecuadamente el proceso, se impuso el apuro del MAS por usar este escenario electoral para demostrar su fuerza (o su musculatura, como dijo el Vicepresidente) y darle carta de ciudadanía a su binomio que es considerado espurio.
El MAS buscaba tres cosas con las primeras elecciones internas del país. Uno, imaginaba poder organizar una jornada poco menos que con cientos de personas arremolinándose en cada una de las mesas de votación, deseosas de ayudar con su voto a la dupla oficialista Evo Morales-Álvaro García Linera. Dos, acelerar el proceso electoral y, con ello, adelantar la habilitación del binomio del MAS por parte del TSE.
El primer objetivo ha fallado ostensiblemente: centros de votación vacíos marcaron una jornada de ausentismo masista, en la que, según el Tribunal Electoral, sólo el 36% de los militantes masistas votaron ayer y de ellos casi el 10% votaron blanco o nulo (es decir rechazaron la candidatura del binomio oficialista).
Con todo, esas cifras no son nada despreciables, pero comparadas con la expectativa que mostraron autoridades, especialmente Morales y García Linera, parecen un fracaso. El mismo García Linera dijo que menos de un 50% de respaldo sería preocupante. Obtuvo 15 puntos menos de ello.
La decisión de la oposición, de no entrar en el juego del MAS, que quería mostrar su “musculatura” frente a la “escualidez” de sus adversarios, hizo más patente aún el revés sufrido por el Gobierno. Los candidatos opositores no asistieron a sus propias mesas de votación y se preocuparon de tener un puñado de votantes con el solo objetivo de habilitar sus candidaturas. Si no asistían a las primarias no iban a ser autorizados a participar como candidatos en los comicios de octubre.
El Gobierno hizo notorios esfuerzos por poner un bálsamo a este cuadro y, como suele hacer cuando recibe un resultado adverso, creó su propia versión de los hechos. Además de la ya manida argumentación de los beneficios de una primaria para la democracia, argumentó que en todo el mundo las elecciones internas, que no son obligatorias, presentan altos grados de abstencionismo. Luego, señaló que pese a todo, el MAS había salido fortalecido al convocar más de 300 mil militantes (obviamente, no se habló acerca de las presiones que tuvieron éstos, a pesar de las cuales no acudieron a votar).
La organización de primarias es común en varios países, y también se ha dado en Bolivia en el pasado en algunos partidos; su instauración podría ser positiva, pero, ¿por qué no hacerlo con el tiempo y la organización necesaria? Se organizaron esos comicios pese a que todos los partidos tenían un solo binomio inscrito. ¿Qué sentido tenía gastar 27 millones de bolivianos en un acto electoral en el que se sabía de antemano el resultado?
Con todo, a pesar de esta nueva derrota electoral, el MAS ha conseguido concretar dos aspectos favorables: 1) asumir que el binomio ilegal de Evo Morales y García Linera ya ha sido validado; y 2) obtener una radiografía de su electorado y percibir dónde debe reforzar su trabajo.
La oposición también debiera recoger algunas lecciones y apurar estrategias territoriales y programáticas que cubran el vacío que al parecer ha comenzado a gestarse en el proyecto del MAS.