Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 24 de enero de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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A propósito de los 50 minutos de discurso de Juan Evo Morales Ayma, con jaleo y zapateando sus 13 años de gobierno y 10 de Estado Plurinacional, me agradaría hacer algunas consideraciones necesarias. Diez minutos bastaron para corroborar mis sospechas sobre el informe mesiánico e inconsistente que daría en pleno ch’ajchu político de su gobierno y sus afamados sectores sociales.
Fue corto, atropellado y desnutrido como los resultados que chillan de mediocridad en materia de bienestar social, salud, educación, justicia, desarrollo sostenible de verdad, igualdad de oportunidades, pobreza, empleo, transparencia, violencia de género, derechos, libertades y democracia. Para Evo, la inversión en carreteras, bonos de parche, elefantes azules, “casitas del pueblo”, canchitas de fútbol, SUS y otros demonios, son un gran motivo para festejar los 13 años de gobierno.
¡Etnodesarrollo y autogestión!
En perspectiva, el MAS y Evo Morales siempre tuvieron victorias pírricas, producto de una forma de convivencia con la cultura del asistencialismo, la demagogia y las políticas de emergencia traducidas en improvisaciones y, desde luego, en una carencia absoluta de un programa de gobierno de verdadero desarrollo que involucre a todos los bolivianos, sin diferencias políticas ni prejuicios sociales.
Bolivia étnica, pluricultural y plurilingüe, suena interesante para un país eternamente postergado en esos temas medulares que, por mucho tiempo, significó un discurso político de bajo tono. Por eso, también, la llegada de Evo a la presidencia era la piedra angular en la dialéctica política y social de la nación. Aunque Morales no significa(ba) una fiel representación del universo originario boliviano, ni su retórica, y menos en la forma de llevar su lucha social, como lo hicieron en su momento Luciano Tapia Quisbert, Constantino Lima Chávez, Fernando Untoja, Marcial Fabricano, el Mallku, o el mismo Víctor Hugo Cárdenas.
La concepción de ayllu, decía Untoja, “debe garantizar que los nacionales sean autores y actores en la vida política, económica y cultural del país. Sólo así es posible la solidaridad entre nacionales ante la amenaza de clanes familiares y étnicos que convierten al país en feudos delincuenciales”.
¿El pasado? Sí, siempre pesado en estos temas, más aún cuando se trataba de alumbrar el rostro del indigenismo puro, el cambio a través de la autogestión y el etnodesarrollo como mecanismos de transformación y participación.
¿Y el presente? ¡Un país fragmentado, fracturado y con profundos odios en esa gran diversidad! ¡Un país para el poder, desde el poder y con el poder! ¡Hegemonía partidaria! ¡Autocracia clonada!
Trece años de “cambio” para que no cambie nada. Mientras tanto, un gobierno que obedece más a la reacción que a la razón. Un gobierno incapaz y soberbio que se desespera por que el poder se le podría ir como agua entre los dedos.
¡Victorias pírricas! Ilegítimas.
Esta coyuntura ya no es más un referente de inclusión, o por lo menos ya no camina (¿Alguna vez lo hizo?) por la senda estrictamente política y social de una retórica inclusiva.
¿Dónde está el cambio, si hoy más que nunca la unidad social está brutalmente fracturada? ¿De qué nueva época histórica se habla cuando el autoritarismo y el revanchismo son utilizados para oprimir y castigar a quienes disienten con lo que se ordena?
¡Corrupción y demagogia!
El gobierno de Evo y su “proceso de cambio” hace aguas desde hace mucho. La corrupción en altos mandos y grupos de poder son de cada día y ya no son escándalos, se convirtieron en anécdotas.
En Bolivia se ha institucionalizado la anécdota y la desvergüenza, poco importa lo que se diga y se haga, lo importante es que haya exactamente eso: pan y circo.
El mandamás que manda al tacho la resolución de conflictos, el debate social y político y prefiere enclavarse en el egocentrismo, la soberbia y la incapacidad para dilucidar sobre los profundos desequilibrios y las injusticias entre los oportunistas, llunk’us y nuevos ricos, subyugados por el kitsch de los dólares que todo lo pueden y el aroma de su nueva colonia neoliberal en frasco familiar, y los que día a día digieren su dolor y sus carencias. Los olvidados, los humillados y ofendidos, los que muerden polvo de vejación.
La concentración del poder económico se basa fundamentalmente en la concentración del poder político, y viceversa. Son una correlación de fuerzas que obligan irremediablemente a lo que hoy vive Bolivia: un adormecimiento intelectual y de liderazgo que subyace en una estructura política labrada a golpes de martillo y de discursos desfigurados que ya han conseguido el conformismo y la resignación.
Trece años ejerciendo un Gobierno de prebenda, donde el señor dinero manda a decir y a hacer lo que le venga en gana. Un Huicho Domínguez que alucina con su nueva pequeña riqueza y entonces hay que comprar de todo, autos blindados, nueva casita del pueblo, satélite, organizar eventos, proponer cumbres y cantar y cantar, como la cigarra, la dichosa vida y la poca vergüenza.
¡Sociedad de MASas y más corrupción!
La rebelión de las masas que le quitaba el sueño a Ortega y Gasset, ahora duerme un conformismo casi perpetuo, una manipulación escandalosa que tiene su núcleo justamente en la cultura de masas.
La “industria cultural” de los escándalos de corrupción ha derivado en la industria de la distracción y el espectáculo, donde lo obsceno en la noticia, narcotiza y entretiene disciplinadamente a los receptores que son incapaces de oponer resistencia: consumo pasivo, sin ejercer un juicio crítico. Al mismo tiempo de aletargarnos, se constituye en un efectivo control social del Gobierno.
¡21F, la sombra que persigue a Evo!
El 21 de febrero de 2016, la voluntad se convirtió en una acción insobornable. El No nunca había sido tan positivo, no sólo para decir que el poder acaparador, corrupto y deshonesto había roto sus vínculos con el mandato general, sino también para corroborar que la soberanía reside en el pueblo y que la voluntad de un país siempre mandará sobre cualquier intento por inhabilitarla.
El triunfo del No fue limpio e independiente.
El ingreso al laberinto en el que se encuentra atrapado el Gobierno fue sistemático, los escándalos se acumularon y se convirtieron en bombas de tiempo que el referéndum del 21F se encargó de detonarlas. “El poder nunca es estable cuando es ilimitado”, Tácito.
¡Un mar de engaños!
Luego del fallo emitido por la Corte Internacional de Justicia, referente al tema marítimo, el gobierno de Evo Morales ingresó en una etapa mucho más cuestionable y crítica. Puso en evidencia su política irresponsable de cubrir la realidad para exponer otra maquillada y construida. Mientras decía que el tema del mar nos unía a todos los bolivianos, la desunión, en torno a temas democráticos y respeto al 21F, estaba más clara que nunca. Banderazos, marchas mediáticas y una serie de parafernalias politizaron por completo un tema que debía ser manejado con austeridad, prudencia y bajo perfil. Evo Morales creó la idea de que el 1 de octubre de 2018 el mar volvería a llenar el gigantesco vacío en los corazones acongojados de los bolivianos que siempre suspiraron con la idea de retornar al litoral y él, como presidente del Estado Plurinacional, ser declarado héroe nacional y decretar en vigilia permanente la defensa de su derecho humano a seguir ocupando, como nadie, la silla presidencial por los siglos de los siglos, amén. ¡Fracaso y derrota, eso sí, para el MAS fue una victoria, pero pírrica.
Bolivia ha ingresado a una etapa en la que se tendrán que definir acciones frente a emociones básicas: miedo y esperanza, como sentenciaba Spinoza. Evo Morales no contempla para nada dar un paso al costado en pos de afianzar nuestra frágil democracia. más aún, su posicionamiento engorda y su retórica se hace cada vez más enfática y autoritaria.