Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 22 de enero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
En un bando están los patriotas, en el otro los vendepatrias. En uno los revolucionarios, cuya misión es redimir el pueblo sojuzgado; en el otro los neoliberales, autores históricos de las desdichas populares. El éxito de los populismos estriba en que logran, a través de millonarias campañas propagandísticas y la puesta en marcha de complejos mecanismos de poder (educación, organizaciones sociales de base, sindicatos, ONG, etcétera) “lavarle el cerebro”. El sistema entero está diseñado para la intimidación, el miedo, la coacción; el que no sucumbe, queda fuera, expuesto e indefenso.
La historia ha mostrado, sin embargo, que el control político de la mayor parte posible de sectores sociales es necesariamente precario y temporal, dura lo que dura el entusiasmo y particularmente la bonanza. Cuando alguna de ellas se deteriora, el poder instituido experimenta una progresiva y creciente pérdida de hegemonía. En el caso boliviano, el masivo apoyo con el que llegó el MAS al poder sufrió, como efecto de las políticas de exclusión, racismo y corrupción, un deterioro acelerado.
En la cúspide de este trance, la cruzada vicepresidencial en contra del mestizaje fue sin duda el primer síntoma de este deterioro. Había que contrarrestar la creciente oposición de las clases medias al modelo masista y para ellos apelar a los atributos de raza suponía la construcción de una hegemonía cohesiva y diferenciable; sin embargo, el tiro salió por la culata, de a poco, fracciones obreras, clases medias, funcionarios del Estado, agrupaciones ciudadanas y finalmente campesinos originarios tomaron distancia o rompieron sus vínculos simbólicos e ideológicos con el régimen.
Los grandes sectores que en su momento se sentían representados por el MAS y Evo Morales se transformaron en disidentes feroces. La respuesta fue cooptar los que quedaban a mano: cocaleros, “movimientos sociales” (una suerte de logias prebendales) bartolinas, cooperativistas en desgracia y la escoria de la gloriosa Central Obrera Boliviana (COB), todos en calidad de rehenes.
Los rehenes son un tipo específico de sujetos que han perdido todo poder de decisión, les han castrado de la autonomía, actúan por el miedo que los invade, por el instinto de sobrevivencia o, en el mejor de los casos, por la mantención de ciertos beneficios, que en el caso boliviano son siempre dudosos. El rehén no discute, obedece. Si se envalentona es puro show porque no pretende liberarse; lo que quiere es ser el mejor rehén, el más sumiso, abyecto, obediente. Así, por ejemplo, la COB, en calidad de rehén, se ha transformado en la caja de resonancia de los embustes oficiales, en el beneficiario de la prebenda y eventualmente cómplice de la corrupción. Ha perdido su calidad revolucionaria y pasó a la condición de rehén del MAS y su caudillo. Ya no son sujetos de la historia, se han transformado en objetos del poder instituido.
En situaciones normales, las instituciones sociales gozan de una autonomía relativa que les permitir intercambiar criterios, imponer perspectivas, desplegar acciones con su propio sello. En Bolivia, los rehenes se han transformado en refrendarios de la voluntad del jefe. El propio MAS ha quedado reducido a la caja de resonancia de sus caudillos y, finalmente, de un reducto de acólitos, cuyo único propósito es beneficiarse de la corrupción, y protegerse de la ley.
En el ideario masista, el óptimo posible (como en todo régimen autoritario) sería transformar el “pueblo” entero en un rehén, en un objeto inoperante y silencioso. Esto que parece una mera hipótesis, empero, fue lo que experimentaron todos los regímenes dictatoriales a lo largo del siglo XX, y a todos les fue muy mal.
El problema de esto es que en el momento en que los rehenes deciden liberarse, sólo tiene en torno suyo los escombros de una nación y las frustraciones de una sociedad que en algún momento creyó en los redentores.