Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 20 de enero de 2019
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Ya lo comentamos en una reflexión previa: las dictaduras de antaño nacían de lunes a martes, mientras sus pares del siglo XXI van de a poco. Si aquellas asemejaban embriagarse en una hora chupando una botella de ron al hilo, éstas alargan la joda por días, semanas e incluso meses.
Es una chupa de “q’ajs”, no de “secos”. Caes “mula” tras una lenta agonía alcohólica. Es un modelo que exhibe pues una particular mesura autoritaria. Son dictadores mesurados. He ahí su fuerza: en el camuflaje democrático. He ahí el peligro: en hacerse visibles como demócratas consumados. Pues no lo son y hay que saberlo ya. Pero, ¿qué es lo que hay que saber? Pues nada extraordinario, sino lo obvio: que los autoritarios se comportan como autoritarios.
Por tanto, si parto de esta tesis –vivimos en un régimen autoritario– debo ser consecuente con lo que ello supone. Si catalogo este modelo como autoritario, no puedo vivir mi vida diaria como si siguiésemos en democracia.
Es como querer jugar billar con reglas de fútbol. Ergo: es absurdo. Si estamos viviendo en una piscina autoritaria hay que nadar con los códigos de esta piscina. ¿Qué significa eso? Pues que no hay que esperar que el Órgano Electoral monte un fraude monumental para hablar de un régimen autoritario.
No, debemos develarlo no en su rasgo excepcional, sino en sus rostros cotidianos. Es en la rutina que debemos deschaparlo. Y eso solo lo podemos hacer partiendo de la tesis de que un régimen autoritario funciona no en abstracto ni por magia, sino con personas de carne y hueso: las personas autoritarias. Hay que visualizarlas. Hay que saber que existen y viven entre nosotros.
¿Cuáles son esas personas? Siete perfiles.
Los espías. No tengan duda mis amigos marchadores, conspiradores y deliberantes que siempre hay algún masista o más de uno colado a la fiesta. Aunque griten “Bolivia dijo No”, no hay que dejarse engañar.
El baldor de Vicepresidencia tiene a sus boyscouts repartidos en piscinas públicas, viendo si sabes nadar en caso de que te echen al río (alguna vez); en bares y discotecas, verificando si bailas con tu pareja de nupcias o con alguna otra fichita sacada de la manga o, precisamente, en reuniones secretas, bloqueos y/o en cabildos abiertos. Hay uno agazapado: hay que ubicarlo.
Los histéricos. De estos hay que cuidarse. Están en nuestras filas y quieren meter plomo a cuanto azul se mueva o quieren “ir comprando armas, porque no hay otra manera de sacarlos, hermanito”; y del otro lado, el cuidado debe ser mayor: los estalinistas de nueva laya, los adoradores de Evo, los emisarios del bachiller y no pocos fidelistas, guevaristas, antiimperialistas, maduristas (síííí, ¡maduristas!) y demás cojudos que te saluden con “patria o muerte” o “hasta la victoria final”, son de temer.
No dialogan: cuidan la pega, dan vivas por Ortega y te recuerdan cualquier pasado neoliberal. Hay que apartarlos. No hay más: chau hermanitos, vayan a morir al monte pero dejen que por acá hagamos democracia.
Los lamedores. Esta gama de ciudadanos surge aún en periodos democráticos, pero es cierto que a medida que el poder se hace más desalmado y autoritario, incrementan sus dotes lambisconas. Ya no es una lucha de ideas. Es una lucha de lenguas: quién lame más y más tiempo. Ahí surgen esas indecorosas certezas de que “un líder como Evo nace cada 150 años” o “denos la talla de su traje mi general (eso le dijo a García Meza un líder sindical)”. Lambiscón detected. No hay que permitirlo, hay que retomar las ideas, el debate y el diálogo y situar al líder en la posición que corresponde pero nunca como mesías o caudillo.
Los paramilitares sin fusil. Estos son un ejército: hay desde los cobradores de impuestos que te vienen con que el mes de febrero de 2007 usted pirateó una factura y en 2014 adulteró 22 facturas. O pagas una multa de 17.000 dólares o vas a la cárcel algún tiempito.
Cobran cabalito a los que joden políticamente; están los abogados que te plantan un juicio por acoso a una jovencita que nunca la has visto en tu vida; están los fotógrafos sin título: ni se te ocurra chupar hasta las últimas consecuencias: hay fotógrafos.
No se te ocurra bailar con desconocidos: hay fotógrafos; están los administradores de la facultad que te hacen perder el título: “no sé doctor, no aparecen sus notas, alguien ha tenido que haber sacado, ¿no las pidió usted?” (encima te quieren hacer recuerdo. Vaya.). Están los funcionarios de Migración que no te van a dejar salir del país por x razón; en fin: están los que no matan de frente pero te hacen larga la agonía y/o te dan muerte civil. Es imprescindible denunciarlos.
Los marulos. Usualmente este género abunda en todo régimen, pero en este modelito adquieren una personalidad singular: matizan todo. Pueden ver a un hombre clavar una daga a su vecino y te dicen que se resbaló porque en verano el ch’iji se hace blando y al estar muy verdoso ciega a los caminantes que acaban por insertar el cuchillo casualmente en el corazón del dueño de la casa de enfrente, con quien además se llevaban súper bien y que si bien el resbaladizo frecuentaba a su mujer algunas veces, era porque conversaban amenamente de los niños, las aves y el cielo estrellado.
Así de largueros son: “seguimos en democracia, es una lucha de sentidos contrapuestos, diferentes modelos de democracia”, “no se puede hablar aún de autoritarismo, más bien llamémoslo “democracia con algunas fallitas, democracia desportillada, democracia en cuidado intensivo” y la peor: “no soy del oficialismo pero tampoco de la oposición” como si se tratase de dos fuerzas similares. Nada carajo: no hay democracia. Basta de matizadores que solo legitiman a este abusivo régimen.
Los conspiradores. Estos son perjudiciales porque desvirtúan todo el tiempo la realidad. “Hermano, el decreto 2202 lo han redactado cubanos. Te juro, los he visto salir de Cancillería de la 17 de Calacoto”. “Pero papá en la 17 de Calacoto está Burguer King”, “umm, igual eran cubanos”; y del otro lado es aún peor, hasta tragicómico: “la derecha ha montado la violencia en Santa Cruz con plata de la embajada”. Ufa. No hay que darles bola. Hay que estudiar las cosas. Y, finalmente,
Los indiferentes
Grave pues abundan. Y hasta algunos hacen alarde de su indiferencia. Se los detecta fácil por señales claras: “metele hermano, te sigo, lo estás haciendo bien, vos sabes que yo no puedo pero vos vas bien, te vamos a visitar en San Pedro o te vamos a mandar mensajitos cuando estés en el exterior”; segunda señal: “hermano, estoy en mi empresa, no me meto en política”; tercera señal: “lo mejor es quedarse al margen, la política es muy sucia”. Pues ni qué hacer. De todos modos, estos se suben al carro que haya.