Medio: El Día
Fecha de la publicación: viernes 18 de enero de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Duró dieciocho años, hasta Octubre de 1982, cuando todos los bolivianos estrenamos esta democracia apostando al Estado de Derecho.
El MIR es una sigla que supo cobijar numerosas tendencias políticas e ideológicas bajo su paraguas.
Centristas, extremistas, obreristas, confusos y preclaros hombres y mujeres que comulgaban, eso sí, un solo sentimiento con hueso de fierro: recuperar la democracia. ¿Cómo podría explicarse de otra manera la visible coherencia de su larga lucha? Un sentimiento cálido que supo abrigar a muy buena parte de su propia generación y que atrajo la simpatía de la generación mayor y la admiración de la menor. Una suerte de sacudón transversal en la realidad social boliviana que se convirtió en multitud cuando se produjo la UDP con el MNRI y el PCB. Eso es Octubre de 1982. Y no son justos los detractores de la UDP al echar mano a fáciles razonamientos para explicar sus tres años de gobierno. Sus varias derrotas, quiero decir. Por encima de ellas, trascendiéndolas con olímpico aire de campeón, está la instalación de esta democracia. Ojalá que a nadie le suene a poco ahora. La democracia primordial. Su marco legal. Sus instituciones. Sus aspiraciones. Su continuidad. Ahora mismo, en América Latina, queda claro que por encima de la lucha contra la miseria, contra la pobreza, contra el analfabetismo, contra la desigualdad, contra la exclusión social, está la democracia. La democracia sintetizada en su sabiduría: respeto al voto. Ni siquiera la necesaria redistribución de la riqueza, la justicia social, está por encima de la aspiración mayor del individuo: su voto. Es decir: su voz. Su opinión. Su digno parecer para que esta rueda, que llamamos vida, gire.
El viejo MIR, el histórico, compuesto por muchachos, peleó, junto a otros grupos y valientes individuos, por todo esto. No puede sonar a cuento el día que murió el primero de ellos. Y luego el segundo. Importantes tanto como inteligentes y sensibles jóvenes que fueron quedando en el camino hasta llegar a la masacre de la calle Harrington el 15 Enero de 1980. ¿Por qué el gobierno actual no los honra como fundadores de la democracia que vivimos? Sin estos muertos, sin su sangre, ¿cómo se hubiera desarrollado nuestra historia? Todavía campea el egoísmo entre nosotros. La ceguera. La falta de ecuanimidad. Todavía no hemos entendido que cada generación hizo todo lo que pudo hacer, en su propio contexto histórico, peleando con sus armas contra los enemigos de la nación. No tenemos ojos sino para lo nuestro. Una visión cortísima muy parecida a la egolatría. El gobierno del MAS debe dar un paso adelante y reconocer la lucha de tanta gente que, en su medio, a su modo, peleó por construir Bolivia. Ya lo sabemos: la vida tiene larguísima data.
No comenzó con nosotros. Tampoco terminará con nadie.
El MIR histórico se fragmentó sin traumas. Instalada la democracia, los obreristas buscaron su lugar en el partido comunista; los demócratas cristianos fueron disolviéndose y sólo algunos trabajaron en el gobierno de Sánchez de Lozada. La sigla se quedó con Jaime Paz Zamora, que llegó a la presidencia y sigue en brega. Algunos políticos, buscando estigmatizarlo, lo llaman viejo peyorativamente. Grave falta de respeto, por supuesto, pero poco se puede esperar de la ignorancia. A este hombre de la democracia le detonaron una bomba en el avión para intentar hacerlo desaparecer.
El MIR ya no existe. Es, sin embargo, uno de los partidos políticos que hizo historia. A mí me ha parecido justo rendirle homenaje a propósito de algunos temas: todos sus muertos; la masacre del 15 de Enero de 1980; su larga lucha; su sangre y talento para la instalación de la democracia contemporánea. En sus mejores momentos, su ejemplo.