No hay duda que mantener una alianza de esas características contra viento y marea profundiza el aislamiento de nuestro país, pero la prioridad del Gobierno nacional ya no es conservar la credibilidad y la buena imagen ante el mundo, sino alargar la supervivencia, pues los jerarcas del “proceso de cambio” saben muy bien que la caída del Chavismo acortará significativamente las posibilidades de continuidad de un sistema totalitario al margen de la constitución como el que pretende llevar adelante el Movimiento Al Socialismo.

Las reacciones de la OEA, del Grupo de Lima, del Gobierno de Paraguay, de la Unión Europea y de Estados Unidos en relación a Venezuela han sido demasiado contundentes como para que el régimen boliviano no se dé cuenta del riesgo que corre al cerrar filas en torno a Maduro, junto con Cuba y Nicaragua, pero la urgencia de ganar tiempo, de hacer causa común y de mantener el bloque regional, no le deja otra opción más que sujetarse a Venezuela, un país con una importante gravitación no solo en la región, sino también en China, en Rusia y en Turquía, países que le han estado dando el poco oxígeno político y económico con el que logra sustentarse.

Precisamente, ni Estados Unidos o Brasil se aventurarán a intervenir con mayor ímpetu en la crisis venezolana mientras esos actores estén rondando alrededor de Maduro y los intereses que representa su nación, con riquezas tan codiciadas y con una posición tan estratégica.

La salida a la crisis de Venezuela puede tomar tiempo y eso dependerá de los acuerdos que alcancen las grandes potencias, con enormes diferencias sobre la mesa y que pueden estar usando a la nación sudamericana como ficha de cambio. No se pueden hacer especulaciones al respecto, pero solo hay algo seguro y es que Estados Unidos no permitirá que China, Rusia, Irán o Turquía avancen más allá de lo que han conseguido en los últimos años gracias al auge de gobiernos populistas, abiertamente críticos hacia la hegemonía norteamericana.

La otra seguridad es que ninguna de esas potencias seguirá ejerciendo la misma presión en Latinoamérica una vez Venezuela retome la normalidad y se recomponga el esquema de amigos y rivales, que obviamente obliga a los estadounidenses a respetar las áreas de influencia rusas y chinas. En otras palabras, el apoyo de ultramar que hoy tiene Maduro se esfumará por completo en caso de que Bolivia se quede como único jugador socialista de la región y los modales de nuestros vecinos, obviamente no serán los mismos. Bolivia es demasiado pequeño y poco importante desde el punto de vista económico y político como para merecer tantas consideraciones. Por ahora no le queda más que acompañar al “Llanero Solitario”.

Ni Estados Unidos o Brasil se aventurarán a intervenir con mayor ímpetu en la crisis venezolana mientras Rusia y China estén rondando alrededor de Maduro y los intereses que representa su nación, con riquezas tan codiciadas y con una posición tan estratégica.