Medio: ANF
Fecha de la publicación: miércoles 09 de enero de 2019
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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El 2019 comienza y, fiel al trajín que se vivió el año pasado, el escenario político no se deja esperar: nos hallamos a un par de semanas de realizar las tan criticadas elecciones primarias; sin duda un gasto innecesario, teniendo en cuenta que ningún partido presentó más de un binomio. No obstante, resulta interesante y necesario traducir la necedad del gobierno, poner en líneas aquello que el MAS le transmite a sus seguidores y militantes, quitar los eufemismos a sus redundantes y desgastados discursos y señalar lo que en realidad expresa.
Contenido
En casi todos los discursos que realizan los representantes del oficialismo (presidente, vicepresidente, ministros o miembros de la asamblea), siempre se menciona el pasado infértil del país, la Bolivia distópica anterior a su gobierno; al final e invariablemente, ya sea utilizando metáforas astrales o siendo un tanto más concretos, nos dicen que bajo su perspectiva existe una dicotomía entre un camino de progreso y otro “oscuro y triste”, y para evitar este último -según ellos- sólo se debe continuar con Evo Morales. Este discurso maniqueísta muchos lo conocemos y no nos engaña; sin embargo, para el infortunio del país, aún hay muchas personas que lo creen y lo toman como verdadero.
Tal línea discursiva, lejos de señalar la verdad, comunica otro mensaje: la verdadera cara del gobierno, el fracaso de muchos puntos de su agenda y la traición a los valores que un día tuvieron; el rechazo al resultado del 21F nos muestra que ellos no quieren someterse a ninguna suerte, mandato social o conjunto de normas; es más, que creen que hay un poder natural, uno que disfrazan con el eslógan de “proceso de cambio” y que está por encima del Estado de Derecho y cualquier pacto que la sociedad pueda dictaminar. Lo que el gobierno no termina de entender es que las elecciones en algún momento se pierden y que estas derrotas no significan el final de los procesos de transformación histórica; que lo fundamental de la alternancia es que posibilita una consciencia de cuán alta se deja la vara, al cabo de un proyecto político, en lo que respecta a derechos, inclusión, democracia, respeto, distribución de riqueza, entre tantos otros objetivos a partir de los cuales los gobiernos que habrán de venir después deberán seguir construyendo.
Si el caso fuera el miedo del gobierno a un posible cambio y que llevara a su consiguiente destrucción, esto significaría su fracaso en el conjunto de transformaciones sociales, institucionales y culturales, que son aquellas que en realidad construyen el sentido común y dirimen el poder real de los Estados. Tienen tan poca confianza en el trabajo que realizaron que no pretenden irse; su excusa es simple: si ellos se van, todos los logros sociales conseguidos se terminan. Esa es la mayor demagogia que pueden apuntar. La fortaleza de la construcción de políticas públicas reside en que la población ya no sienta las mismas como atribución de un partido político, sino como un derecho consustancial al hecho de ser ciudadano; esa victoria cultural es mucho más fuerte si nadie la agradece en las urnas, porque la gente asume que no es un beneficio por votar a uno u otro sino que es un derecho.
Al mencionar constantemente la posible pérdida de los mentados beneficios, el gobierno se traiciona y empeña las conquistas sociales obtenidas, mostrando que lo que en realidad le preocupa es mantenerse en el poder; no así la gente, pues trabaja en base al miedo y no al empoderamiento de la población. Si en realidad el motivo para insistir en una reelección fuera aquel que esgrimen, ya habrían comprendido, gracias a las “malinterpretadas” declaraciones de Mesa acerca de los bonos y la reacción adversa que desataron por parte de la población en redes sociales, que las conquistas logradas a través del proceso de cambio se mantendrán, y no bajo la condición de que ellos permanezcan, sino porque la gente las hizo propias como derechos y, como tales, piensa defenderlas.
Gramsci decía que “del ‘sentido común’ se tomaran referencias y ordenamientos que justifiquen o reprueben los actos de la vida pública y privada”; los candidatos presidenciales han mostrado un rostro muy amigable con varios de los triunfos del proceso de cambio, y aunque probablemente no sea porque en realidad les agraden, tienen claro que no pueden sustituirlos: esa es una victoria innegable del MAS, una victoria del sentido común, porque cuando el adversario, por una serie de transformaciones en el imaginario colectivo, tiene que proponer gobernar con principios y valores muy similares a los tuyos, los cambios realizados hacen que quien llegue después esté contraído y limitado por la construcción cultural.
Tal línea discursiva, lejos de señalar la verdad, comunica otro mensaje: la verdadera cara del gobierno, el fracaso de muchos puntos de su agenda y la traición a los valores que un día tuvieron; el rechazo al resultado del 21F nos muestra que ellos no quieren someterse a ninguna suerte, mandato social o conjunto de normas; es más, que creen que hay un poder natural, uno que disfrazan con el eslógan de “proceso de cambio” y que está por encima del Estado de Derecho y cualquier pacto que la sociedad pueda dictaminar. Lo que el gobierno no termina de entender es que las elecciones en algún momento se pierden y que estas derrotas no significan el final de los procesos de transformación histórica; que lo fundamental de la alternancia es que posibilita una consciencia de cuán alta se deja la vara, al cabo de un proyecto político, en lo que respecta a derechos, inclusión, democracia, respeto, distribución de riqueza, entre tantos otros objetivos a partir de los cuales los gobiernos que habrán de venir después deberán seguir construyendo.
Si el caso fuera el miedo del gobierno a un posible cambio y que llevara a su consiguiente destrucción, esto significaría su fracaso en el conjunto de transformaciones sociales, institucionales y culturales, que son aquellas que en realidad construyen el sentido común y dirimen el poder real de los Estados. Tienen tan poca confianza en el trabajo que realizaron que no pretenden irse; su excusa es simple: si ellos se van, todos los logros sociales conseguidos se terminan. Esa es la mayor demagogia que pueden apuntar. La fortaleza de la construcción de políticas públicas reside en que la población ya no sienta las mismas como atribución de un partido político, sino como un derecho consustancial al hecho de ser ciudadano; esa victoria cultural es mucho más fuerte si nadie la agradece en las urnas, porque la gente asume que no es un beneficio por votar a uno u otro sino que es un derecho.
Al mencionar constantemente la posible pérdida de los mentados beneficios, el gobierno se traiciona y empeña las conquistas sociales obtenidas, mostrando que lo que en realidad le preocupa es mantenerse en el poder; no así la gente, pues trabaja en base al miedo y no al empoderamiento de la población. Si en realidad el motivo para insistir en una reelección fuera aquel que esgrimen, ya habrían comprendido, gracias a las “malinterpretadas” declaraciones de Mesa acerca de los bonos y la reacción adversa que desataron por parte de la población en redes sociales, que las conquistas logradas a través del proceso de cambio se mantendrán, y no bajo la condición de que ellos permanezcan, sino porque la gente las hizo propias como derechos y, como tales, piensa defenderlas.
Gramsci decía que “del ‘sentido común’ se tomaran referencias y ordenamientos que justifiquen o reprueben los actos de la vida pública y privada”; los candidatos presidenciales han mostrado un rostro muy amigable con varios de los triunfos del proceso de cambio, y aunque probablemente no sea porque en realidad les agraden, tienen claro que no pueden sustituirlos: esa es una victoria innegable del MAS, una victoria del sentido común, porque cuando el adversario, por una serie de transformaciones en el imaginario colectivo, tiene que proponer gobernar con principios y valores muy similares a los tuyos, los cambios realizados hacen que quien llegue después esté contraído y limitado por la construcción cultural.
No podemos decir, entonces, que las gestiones del Movimiento al Socialismo hayan sido del todo malas. Han tenido varios puntos rescatables y desde los cuales se debe continuar construyendo un mejor proyecto, con mejores ideas, con crítica y renovación; porque cuando la revolución recae en una persona queda en pausa, y ninguna transformación cultural importante se realiza en pausas. Morales tuvo su tiempo; éste se agotó y esa circunstancia debe ser comprendida por todos los ciudadanos de Bolivia, empezando por el gobierno. No sacrifiquen los triunfos, no los empeñen, ellos hoy ya no luchan por ustedes, luchan por mantener su poder.
Finalmente, al lector que es militante, seguidor, o está pensando votar por el MAS, quisiera preguntarle ¿en serio piensas votar por quien empeña tus derechos por una elección? ¿Piensas votar por quienes no confían en ti?