Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 04 de enero de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Erika Brockmann es politóloga y fue parlamentaria: Partamos por reconocer que la habilitación forzada de Evo y las condiciones que rodean la competencia electoral de octubre de 2019 transgreden la reglamentación de todo código de ética deportiva sancionado por organismos que velan por la justa y sana administración de estos eventos.
Aunque dudo que quien propinó un memorable y abusivo rodillazo presidencial a su oponente en cancha “pueda entender” el sentido de estas líneas, presumo le resultará más comprensible que el entramado de leyes y normas que se empeña ignorar con la venia de árbitros constitucionales y electorales complacientes.
En sentido figurado Evo Morales ingresó a la contienda “dopado”. La afirmación es temeraria pero lastimosamente cierta. Según el Comité Olímpico Internacional, el dopaje consiste en “la administración o uso por parte de un atleta de cualquier sustancia ajena al organismo o tomada en cantidad anormal o por una vía anormal, con la sola intención de aumentar en un modo artificial y deshonesto su desempeño en la competición”.
Me explico: el régimen alteró las reglas de un juego limpio, usa y abusa de los recursos públicos con fines proselitistas apropiándose impune y festivamente del patrimonio de los bolivianos. ¿No es acaso el incremento sistemático del presupuesto del Ministerio de Comunicación y de la Presidencia aprobado para este 2019 comparable a la ingestión irregular de esteroides anabólicos que de manera engañosa incrementan la musculatura del MAS para resistir esta prueba de resistencia de largo aliento?
La costosa farsa de las primarias sinsentido coronará a Evo como candidato sobre la base de un padrón azul inflado por amenazas, miedos y una clientela agradecida. Los 20 millones de bolivianos destinados a los viajes presidenciales, sumados a los 120 mil bolivianos destinados a la transmisión de actos del presidente candidato son apenas la caja chica de una campaña desigual y fraudulenta que amerita denunciar.
Es previsible que poco o nada hará el Órgano Electoral para garantizar transparencia del proceso o prohíba la presencia e imagen del caudillo benefactor en actos y propaganda de obras gubernamentales. La propaganda oficial de obras acertadas o de proyectos como el Ingenio San Buenaventura, la planta de úrea, entre otros elefantes azules, inversiones inciertas o fallidas hacen parte del juego y del doping propagandístico. “El 2019, el pueblo elegirá entre el camino del progreso y desarrollo con Evo o el camino ‘oscuro y triste’”, ha sentenciado García Linera congruente con la línea discursiva que falsea la realidad.
Será un año de manipulación informativa y pirotecnia electoral. El régimen extremará esfuerzos para camuflar las señales de alerta en materia económica. “Un día los anabólicos desaparecerán o disminuirán, entonces el queque se desinflará y como no se han trabajado las piernas productivas, la economía volverá a tambalear”, sentenció hace años Gonzalo Chávez.
La inversión en anabólicos es creciente y proporcional al crecimiento del descrédito de la palabra y obra del binomio ilegal e ilegítimo. Su rendimiento es decreciente y sus efectos colaterales la pesada carga que se esconde detrás de bambalinas. Tras 13 años su deterioro resulta inocultable.
Por éstas y otras razones, es imperativo asegurar el riguroso control electoral el día del voto de octubre del 2019, el único recurso posible difícil de manipular en mesa. Ello nos compromete a superar la condición de meros espectadores de tanta impostura y aparente fortaleza. ¿Sera el 2019 el final del doping y tanta parafernalia populista?