Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 31 de diciembre de 2018
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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Acabamos una gestión que se caracterizó por varias crisis. La de la salud, con un sistema público colapsado, deficiente, arcaico e indolente ante los enfermos, y que ahora plantea un nuevo escenario para arrancar la nueva gestión con un seguro universal que todos deseamos, pero que pocos creemos sostenible en las actuales condiciones. Habrá que dejar al tiempo la respuesta, pero nada permite atesorar un cambio profundo con la precariedad presente.
Con la justicia sucede otro tanto. Tras un año plagado de escándalos y evidencias de la descomposición del sistema judicial y de sus operadores, no le sigue precisamente una esperanza de transformación, pues las nuevas autoridades posesionadas no han hecho otra cosa que constatar su dependencia al poder y su inclinación a la ineficacia y la corrupción.
Pero quizá los mayores riesgos e incertidumbres se asientan en el escenario político. Con una elección en puertas y muchas interrogantes sin respuesta. ¿Qué elegiremos en las primeras elecciones internas de nuestra historia?, ¿será nomás que, como dijo el Vicepresidente, realizaremos estos comicios para medir “la musculatura” de los partidos y legitimar un binomio espurio?, ¿será posible que para ello pongamos en riesgo la base de la confianza democrática que es la credibilidad del Tribunal Supremo Electoral?, ¿qué le espera a la aún joven democracia boliviana?, ¿podrá una oposición dispersa y que aún no ha presentado un proyecto alternativo seductor vencer a un oficialismo sin convicciones democráticas, que utiliza al Estado en su totalidad para sus fines y que tiene todos sus recursos a su servicio?
Son estas y otras más las incertidumbres con las que los ciudadanos bolivianos reciben este decisivo 2019; el año en que de una forma u otra se deberá encontrar una sucesión al actual gobierno, ya sea por la vía de la prórroga o de la renovación (ninguna de las cuales parece convincente).
Lo económico es también incierto, a pesar de las albricias sobre el crecimiento sostenido. Las nubes negras del desempleo, el déficit fiscal y las exigencias de pagos forzados como el del doble aguinaldo, con tinte demagógico, no ayudan en esa perspectiva.
Finalmente, y también incierta, está la paz social de los bolivianos, no sólo por la presencia cada vez menos ocultable de crimen organizado, sino por la polarización y la intolerancia que, además, se va perfilando en los discursos de algunos de los aspirantes a gobernar el país.