Medio: Ahora el Pueblo
Fecha de la publicación: domingo 30 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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El ayuno voluntario es la denuncia y la protesta que emerge con fuerza cuando las demandas sociales colisionan con un Estado que ve agotada su capacidad de respuesta y cuestiona a un régimen que avasalla los más elementales derechos del pueblo.
El privarse de ingerir alimentos por la vigencia plena de las libertades ciudadanas, por el reconocimiento de un derecho juzgado, conculcado o no admitido, es una medida heroica de denuncia social en contra del causante de la injusticia que castiga al pueblo.
El 28 de diciembre de 1977, cuatro mujeres mineras y 14 niños tomaron el Arzobispado de La Paz e instalaron una huelga de hambre en demanda de una amnistía general e irrestricta para todos los presos y exiliados políticos, la reintegración a sus fuentes de trabajo de los obreros despedidos, la derogación de un decreto que prohibía las organizaciones sindicales y de otro que declaraba ‘zonas militares’ a los centros mineros.
Eran mujeres e hijos de dirigentes mineros excluidos del alcance de un decreto supremo que la dictadura del general Hugo Banzer aprobó en noviembre de ese año, como ‘señal’ para el supuesto retorno de la democracia. En realidad, la dictadura sólo ofrecía una parodia electoral.
El ayuno pronto se propagó, los niños fueron evacuados del primer piquete de huelga y relevados por dos curas, Luis Espinal y Xavier Albó; un obispo metodista, Pastor Montero; una dirigente de las amas de casa de Siglo XX, Domitila Chungara, y otros defensores de los derechos humanos. En pocos días, los piquetes se multiplicaron y la demanda popular se tornó incontrolable para la dictadura.
La verdad histórica desvela que la lucha popular iniciada por Angélica Flores, Aurora de Lora, Nelly de Paniagua y Luzmila Rojas no sólo exigía la libertad de sus maridos, sino también la liberación del conjunto de los presos políticos, el retorno de todos los exiliados y la convocatoria a elecciones generales.
Aunque en principio Banzer no cedió e incluso dispuso la intervención policial a los piquetes de huelga y detuvo a varios huelguistas, con más de 1.500 ayunadores diseminados a lo largo y ancho del país, se vio obligado a ceder y seis meses más tarde su dictadura se desmoronó.
La huelga que hace 40 años iniciaron cuatro mujeres mineras no sólo fue el principio del fin de la dictadura del septenio (1971-1978), sino que sentó las bases de la democracia que desde el 10 de octubre de 1982 disfrutamos más de 11 millones de bolivianas y bolivianos.
No obstante, aquella manifestación de rebeldía popular y de fuerte convicción política por la restitución de los derechos humanos conculcados y por la recuperación de la democracia hoy intenta ser emulada por políticos nostálgicos de la dictadura, por eso eligieron los días previos a la Navidad para instalar sus piquetes de huelga de hambre; dizque para ‘recuperar la democracia’, aunque fue un intento fallido para bloquear la candidatura del presidente Evo Morales en las elecciones de octubre de 2019.
Entonces, ¿por qué fracasó la huelga de hambre de la oposición, si presuntamente expresaba el ‘descontento’ del pueblo hacia la ‘dictadura’ de Evo? El ayuno hizo aguas porque el pueblo rechaza la violencia y la impostura política, fracasó porque el pueblo vive en democracia.
Si bien una huelga de hambre es una medida legítima para exigir la restitución de derechos conculcados y una protesta no violenta, sólo será efectiva si cuenta con el respaldo mayoritario de la gente, pero no es el caso del ayuno opositor contra Evo.
Además, un gobierno está obligado a escuchar sólo cuando siente que la exigencia de las personas que están en huelga de hambre representa la opinión mayoritaria del pueblo, caso contrario tiene el derecho a ignorarla.
La huelga de hambre de las ‘plataformas ciudadanas’ y del ‘21F’ fracasó, porque la oposición equivocó su estrategia, ya que no comprendió que el ayuno voluntario es un punto de llegada, no un punto de partida. Una huelga de hambre se instala después de agotar otras vías democráticas de solución a justas demandas colectivas.
Es cierto que la violación de los derechos humanos despierta el legítimo derecho a asumir la huelga de hambre como un acto de protesta para restituir los derechos conculcados, pero queda deslegitimado si el gobierno cuestionado respeta esos derechos y la población ejerce su libertad de expresión y de conciencia, tal como ocurre hoy en la Bolivia del cambio.
Y mientras la huelga de hambre de hace 40 años fue por la libertad y la democracia, y mereció un mayoritario apoyo popular; el ayuno neoliberal ‘indefinido’ desnudó un acto de impotencia y de orfandad política que, transcurridos 13 días desde su inicio, murió de inanición, con más pena que gloria.