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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 29 de diciembre de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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No digo nada nuevo al afirmar que la Navidad es la fiesta anual de los comerciantes, que celebran con fruición inmediatamente después de descolgar las brujas, telarañas y calaveras de Halloween, otra ocasión para hacer negocios manipulando el imaginario colectivo.
La magia de la Navidad se perdió hace varias décadas, cuando los árboles eran todavía pinos y los juguetes no eran de plástico y chinos. Se ponía más empeño en los nacimientos que en Santa Claus, Papa Noel o San Nicolás (como quieran llamarlo). De niños éramos felices si nos daban ropa, dulces y un par de juguetes que no ocupaban un armario.
Sin embargo, no voy a referirme a las luces de Navidad que adornan las principales avenidas y plazas de la ciudad, y envuelven arbolitos artificiales tanto en hogares sencillos como en los opulentos. Quiero mencionar otras luces parpadeantes, que aparecen en las calles para anunciar el efímero tránsito de los políticos que ejercen el poder.
En este doble sexenio apareció un fenómeno exacerbado de manifestaciones de arrogancia del poder político como nunca antes habíamos visto en Bolivia: caravanas de vehículos blindados del Presidente y de los principales funcionarios, con luces intermitentes rojas y azules que anuncian que alguien “importante” está pasando, escondido detrás de vidrios polarizados.
Quienes tienen memoria recuerdan los autos presidenciales, desde el Cadillac negro que usó Paz Estenssoro (y también Barrientos), hasta los que usaron los presidentes anteriores a Evo Morales. Walter Guevara se desplazaba en un Mercedes Benz blanco sin blindaje. Jaime Paz hizo comprar en 1989 un BMW gris que tampoco era blindado y que se usó hasta 1997 cuando el primer Gobierno de Sánchez de Lozada adquirió dos BMW negros blindados, los mismos que usaron con discreción y sin alarde los presidentes que se sucedieron hasta 2006.
Todo cambió cuando llegó al poder el humilde indígena cocalero… Para el uso del nuevo mandatario, el Gobierno compró lujosos autos blindados de marca Lexus, la alta gama de la empresa Toyota. No contentos con el blindaje de origen, gastaron en reforzar el blindaje en Brasil, como si temieran un mortífero ataque del “imperio”.
La caravana presidencial se abría paso con motos de Policía, vagonetas flamantes y autos blindados con luces parpadeantes y sirenas estridentes. Desde la primera vez asocié ese despliegue de altanería a las luces de navidad y a la necesidad megalómana de expresar: “Está pasando el nuevo dios”. Ya no vemos ese espectáculo porque el autócrata prefiere tomar el helicóptero incluso para trasladarse de la residencia de San Jorge al helipuerto de su palacio de 28 pisos en el centro de la ciudad. El costo del capricho no le importa.
Los funcionarios masistas que no tienen el helicóptero a 10 metros de su cama se conforman con lujosas vagonetas Toyota, la marca privilegiada por el Estado por el vínculo que existe entre la empresa importadora y la familia del vicepresidente. No es una casualidad que Erick Michel Saavedra Mendizábal propietario de la importadora Toyosa haya sido nombrado en 2014 Embajador de Bolivia en Japón. El gasto en centenares de vehículos Toyota que el Estado renueva cada año o dos años no tiene precedentes en la historia de nuestro país.
Los vehículos oficiales son símbolos del comportamiento altanero de quienes usan y abusan del poder y olvidan que son servidores públicos y que deberían actuar como tales. Es una cruel paradoja quienes dicen representar al “pueblo” más que los anteriores (calificados como “neoliberales”), sea el que mayor ostentación hace de lujos y fanfarrias fielmente representadas en la canción lambiscona de Kala Marka titulada “Etiqueta azul” (en referencia al whisky más caro): “Etiqueta azul nunca faltará / etiqueta azul siempre habrá MAS / con permiso de grandes mallkus / el buen jila Evo Morales / con permiso de grandes mallkus / llegó el Túpac Evo Morales”.
Antes, los vehículos oficiales tenían placas amarillas para que uno pudiera distinguirlos si circulaban los fines de semana o si en días laborables estaban haciendo compras en un mercado. Hoy, usan placas privadas (cuando las usan), estacionan en cualquier lugar sin respetar las normas de tránsito, y avanzan raudos con sus luces intermitentes por avenidas donde la velocidad está limitada. Detrás de los vidrios polarizados está algún ministro, viceministro o parlamentario que se cree muy importante. Eso es lo más grave: se lo cree.
En un país donde los indicadores de salud, educación y empleo están entre los más bajos de América Latina y El Caribe, el despliegue y uso indiscriminado de vehículos de lujo comprados con recursos públicos es insultante. Sus luces parpadeantes nos recuerdan que el Gobierno no ha resuelto en 13 años los grandes problemas de Bolivia pero los funcionarios del MAS han resuelto los suyos.