Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 23 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Si hay algo que es palpable es que los regímenes no democráticos pre Guerra Fría dejaron de existir, y las dictaduras represivas son numéricamente menores respecto a las democracias.
Pero ojo, no significa que los autoritarismos desaparecieron del todo, al contrario, al haber tenido una transición hacia democracias, éstas tomaron formas bastante curiosas, partiendo, por ejemplo, de regímenes de partido único, como de golpes militares, o de procesos de erosión democrática.
La idea que intenta trabajarse a partir de lo que es el autoritarismo electoral (de hecho quien es el padre fundador de esta teoría es Andreas Schedler, en su libro La política de la incertidumbre, 2016) concibe la política como la defensa de las instituciones, no de los políticos. Es decir, no hay campo para los caudillos. Las instituciones formalmente democráticas tienen el poder de cambiar la naturaleza de la política bajo el autoritarismo.
En este escenario en el que la defensa es por las instituciones, hablamos de instituciones formales, que son todo el conjunto de normas y procedimientos escritos y que reglamentan la conducta de las personas en un Estado; y de instituciones informales, que son el conjunto de normas y procedimientos orales-no escritos que reglamentan la conducta de las personas en un Estado; estas dos instituciones juntas son la parte fundamental de la vida política.
Como los cambios institucionales son mucho más lentos que los políticos, requieren de voluntad política y esfuerzos generacionales, de hecho, a EEUU transitar de un modelo de burocracia que no era meritocrático a uno que sí lo es le costó dos generaciones después de su guerra civil.
Lo que hoy tenemos en el estado de evaluación fría de las democracias son regímenes híbridos, que no se van a mejorar por acciones mecánicas orientadas a solamente estar en contra del gobierno de turno, sino a contemplar siempre escenarios de contingencia a lo que ocurre como propuesta institucional.
Para nuestro contexto, parto de la idea de que urge hacer evaluaciones del estado de ánimo de la democracia, pienso en un ejemplo: un informe de 2015 da cuenta de que el principal factor de discriminación en Bolivia es la preferencia política, fíjense, si eso hoy día no es mucho más claro de percibir en las redes y en las calles; nos encontramos embriagados de versiones de la sociedad que contiene más explicaciones emotivas que racionales a lo que ocurre y eso de hecho no es malo.
Lo cuestionable es que quienes dicen librar la batalla, en especial el que concentra mayor intención de voto, de señales más concretas de movimiento de campaña conservadora, no se atreva a actuar como una institución formal representativa, sino que su diversión máxima sea querer tener el sello de un outsider que se repliega en su núcleo de simpatizantes.
Volviendo al escenario en el que nos encontramos, no hay dudas de que las prácticas autoritarias por parte de quien gobierna son más que evidentes y que nos arrojan a momentos de tensión expresadas en la polarización electoral, que se suman al plano social, donde el pésimo funcionamiento de la justicia es la carta directamente atribuida al poder político; entonces uno esperaría que la respuesta desde la oposición sea algo más que esperar lo que haga el movimiento ciudadano.
Si de verdad nos decidiéramos por recuperar la democracia, dos son las posibles vías en las que Schedler sugiere tomar en cuenta si se quiere hacer un quiebre hacia una democracia plena con instituciones fuertes:
a) la sobredependencia de sus líderes, desafortunadamente todos los partidos se encuentran anclados en este dilema; b) el sobreestiramiento hegemónico, cuando quien gobierna domina a la oposición sin desmoralizarla, pero lograr ese punto de equilibrio de control opositor puede verse afectado porque cuando no se logra esto es posible llegar a escenarios extrainstitucionales de protesta.
Desafortunadamente, con este panorama, tengo la sospecha de que lo que está ocurriendo más bien es una vuelta a nuestros orígenes en el sentido en que el motivo que más se esgrime y con entusiasmo desmedido es el de que el principal factor de discriminación en el país es la preferencia política.
Tenemos un microclima en las redes y en la calle, en el que está cada vez más prohibido manifestar públicamente apoyando a uno u otro lado. Esto no es nada nuevo, siempre lo hemos tenido en el país, los liberales hablaban de políticos que desde el gobierno decían que si se iban del poder vendrían las peores calamidades, y los que competían contra ellos decían que estaban acometiendo una lucha por la liberación del pueblo contra el yugo del tirano de turno.
Al final todo concluía en otro caudillo, por lo que la vuelta a nuestros orígenes parece ser lo más cercano por ahora mediante la aplicación de la fórmula: caudillo mata caudillo.