Medio: Ahora el Pueblo
Fecha de la publicación: domingo 23 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Quizás ahora más que nunca vemos cómo nuestras historias se encuentran entrelazadas en este continente; y si eso era absolutamente evidente en el proceso de colonización que sufrimos los habitantes de este continente, donde el etnocidio físico y la sumisión cultural fue la norma de la “convivencia”; transformándose en los tiempos de las repúblicas en racismo institucionalizado o en desaparición de los pueblos indígenas, junto a la construcción de historias mestizas, que nos hicieran aparecer más cerca al primer mundo; de donde además millones de emigrantes pobres se habían desprendido buscando nuevos horizontes de vida en nuestras tierras.
Los siempre incómodos pueblos indígena originario campesinos fueron un problema para las repúblicas que se enseñoreaban de tener países cuyo amor patrio terminaba en el tamaño de sus haciendas. Sólo cuando los pueblos empezaron a levantarse y demandar ser parte de sus países con el cumplimiento pleno de la ciudadanía negada por el racismo, es que la historia empezó otro rumbo donde no bastaron las balas de los dictadores, sino sobre todo los engaños de los republicanistas y luego los neoliberales que reinventaron el discurso de la opresión bajo la ilusión de la modernidad.
Entonces remataron nuestros recursos naturales, se embolsillaron los erarios estatales, se privatizaron todos los derechos para lucrar con ellos. Entonces los pueblos decidieron elegir distinto, tomar confianza en ellos mismos; y a las revoluciones cubanas o nicaragüenses le sucedieron victorias electorales de nuevas izquierdas resultadas de los movimientos sociales que no sólo lucharon contra los gobiernos neoliberales, sino que enarbolaron nuevamente el sueño de todos por una patria para todos. Y vencieron, y muchos sueños se construyeron, los excluidos de siempre se visibilizaron, muchos derechos se ejercieron, los países cambiaron y los pobres se hicieron menos pobres, pero además recuperaron la palabra y la representación.
Sin embargo, los oligarcas y el imperio nunca dejaron que la democracia fuera una palabra verdadera, siempre fueron los dueños de la opinión pública que todos vemos y escuchamos en los medios, y rápidamente se apropiaron de los nuevos espacios comunicacionales.
Crearon los fake news e inundaron de opiniones inventadas y falsos miedos a todos quienes se creían “informados” sin reparar en que sólo eran formateados en un mismo molde de prejuicios y temores. Entonces votaron los descontentos, los que cargaban con el miedo, para no perder nada de lo que habían logrado por gobiernos progresistas, que cambiaron la historia y la vida de muchos pobres que habían perdido la esperanza en tiempos neoliberales, pero cuyos hijos pensaron y creyeron que los derechos de hoy siempre los tuvieron y nunca nadie los luchó. Y ganaron los Macri y los Bolsonaro, con el discurso de las sectas evangélicas que proclaman el paraíso en el cielo y las ganancias terrenales para quienes siempre las tuvieron aquí por gracia de Dios. Nos dijeron que estaban contra los políticos y que eran “ciudadanos” que querían recuperar el gobierno para los “ciudadanos”, cuando la realidad es que buscan recuperar el poder para los que siempre lo tuvieron, junto al imperialismo que siempre actuó a través de ellos para recobrar sus ganancias y recuperar la subordinación de “sus pueblos vasallos”.
Mientras tanto los gobiernos progresistas, que habían sumado tantas victorias y tanto pueblo, asumieron que lo hecho como gestión era suficiente para convencer a los votantes de que la sostenibilidad de lo logrado haría posible la continuidad de los gobiernos de izquierda. Y mientras el imperio y sus derechas oligárquicas locales confabulaban, insistimos en que ya los pueblos no volvían atrás, sin darnos cuenta de que los pobres de ayer, aquellos que fueron beneficiados por las transformaciones, sin conciencia política, pero en una nueva posición de clase, empezaron a pensar alternativas conservadoras que “les permita reconstituir un orden” por cuanto el bombardeo ideológico había insistido en que no sólo “la excesiva democratización de los sectores” había generado la pérdida de valores y “alejado a las sociedades del mandato divino”, sino que además lo logrado en cuanto a los cambios materiales de la mayoría, en cuanto a sus derechos, había sido conseguido “por la corrupción institucionalizada de los gobiernos”. Pero además instalaron una receta de lo democrático, en base a rotación necesaria y a que las mayorías si toman decisiones son proclives a las dictaduras, es decir, adecuaron el discurso a su situación de minorías, que siguen en la pretensión de parecer mayorías.
Frente a eso nos enfrentamos y no es poco, pero debemos empezar por repensar la izquierda y los gobiernos progresistas, que no bastan las gestiones redistributivas de la riqueza, ni siquiera los derechos recuperados, si no están acompañados de una absoluta politización movilizada de las organizaciones sociales, que son las protagonistas y que no sólo defienden lo logrado sino que no se cansan de construir la revolución.
Asumir que más allá de los discursos opositores necesitamos crear un núcleo duro de la revolución, que sostenga la idea-realidad de la democracia intercultural que estamos construyendo, que es más que votos, es cambio en la vida de los pueblos y protagonismo de las revoluciones. Pero además impulsar en consecuencia una profunda reforma moral para que la corrupción como herencia colonial y capitalista sea removida de los procesos revolucionarios, como señal de que la transformación es a fondo y entonces nada nos detendrá. Sólo así nuestras revoluciones serán invencibles.