Medio: El Deber
Fecha de la publicación: domingo 23 de diciembre de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Me explico: el gran pensador Zygmunt Bauman tuvo el acierto de confrontarnos con una forma de mentira política: la mentira de la impotencia e ineptitud. En su criterio hay una razón que explica el auge de los discursos xenófobos, homofóbicos, sexistas y demás laya de narrativas excluyentes: es más fácil hacer bulla y subvertir los ánimos usualmente alicaídos de algunos ciudadanos, que solucionar los problemas de fondo de esos mismos ciudadanos. Es un modelo que juega con las premuras sicosociales de las colectividades –complejos de inferioridad, sentimientos de angustia frente a un futuro amenazado por migrantes, odios a flor de piel, etc-, vale decir, sus urgencias subjetivas, más que con sus requerimientos materiales.
Es un modelo que profesa y alienta el odio. El mejor ejemplo lo ofrece Trump despreciando a los mexicanos o algunos ciudadanos del Reino Unido favorables al brexit culpando a musulmanes, migrantes e incluso a otros europeos de sus males. En nuestro país este modelo del odio adquiere un formato no menos virulento claramente visualizado en la proclama vicepresidencial referida a que hoy se está librando una “guerra de indios versus q´aras”.
El resultado es contundente: el Gobierno hace todo, pero no hace nada. El Gobierno muestra ser muy activo cuando en realidad es perversamente pasivo. Considero que en este rasgo reside la fuerza del modelo de la ilusión propia del “proceso de cambio”. Este modelo contrasta la incapacidad o la falta de voluntad del Gobierno para encontrar soluciones a problemas estructurales, con la magia hipnótica de la propagan oficial y/o los comunicados políticos referidos a la “firmeza del Gobierno” y frases por el estilo. A decir del mismo Bauman, “los políticos atizan el miedo al extranjero para ocultar su ineficacia ante los poderes globales. Esto es muy cómodo, porque la lucha contra el terrorismo es algo visible, algo tangible, que pueden vender en televisión. Vimos tanques en las calles de París, policías asaltando pisos de presuntos yihadistas... Eso da la sensación de que los gobiernos nacionales mantienen su poder: “¡No estamos sentados! ¡Estamos actuando!”.
He ahí el quid final del asunto: en generar miedos creando sentimientos de acorralamiento que son inobjetablemente falsos pero creíbles. Sentimientos que además, y sobre todo, les permite actuar. O, al menos, mostrar que actúan. El insano corolario de todo esto es que el ministro Romero sale en portadas de prensa con más asiduidad que los ministros de Educación o Salud que, a decir verdad, no salen jamás. ¿Síntesis? Nos espera un largo 2019 de este tipo de triquiñuelas mentirosas que, a la postre, solo esconden algo que ya sabemos: son malos y no de maldad, sino de ineptitud. Malos gestores que lucran con la violencia. Les da respiro. Les permite mostrarse efectivos cuando no lo son. Vaya desgracia.