Medio: La Razón
Fecha de la publicación: jueves 20 de diciembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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El camino recorrido es largo y al final, matices más o menos, la dependencia sigue. Entretanto, países del Primer Mundo han vuelto a reabrir viejas minas, algunas de carbón y otras de metales básicos, por la perspectiva tecnológica que ofrecen ciertos componentes como el cadmio, cobalto, platino y níquel. También están de moda los proyectos en salares que contienen litio, potasio o manganeso; y en las minas que puedan contener grafito, un elemento estelar para la tecnología actual que busca la transición energética a fuentes menos contaminantes y para los gadgets que permiten almacenarla y suministrarla a poblados cada vez mayores. Por ello, muchas transnacionales están en la frenética búsqueda de minas de espodumeno, ya que su contenido de litio es mucho más alto que en las salmueras, parámetro definitorio en la reducción de costos de baterías y autos eléctricos.
Gracias a la tecnología, Estados Unidos es ahora el primer productor de petróleo del mundo, y ha desestabilizado a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (la OPEP). Asimismo, naciones del primer mundo ya están con la mira puesta en el cosmos, en los planetas vecinos, en sus satélites y en algunos asteroides donde ya se han identificado metales preciosos y tecnológicos en concentraciones muy altas.
Entretanto, en el país seguimos bajo los lineamientos de la minería heredada de los Barones del Estaño, a la que se combate por contaminante cuando es empresarial y de grandes volúmenes; pero se la permite cuando es informal y artesanal, así haya copado la explotación del oro en una de las cuencas aluvionales más grandes de Sudamérica, y pese al atroz impacto ambiental que ello conlleva.
Por otro lado, el Estado insiste en despertar los elefantes blancos de la minería republicana (v. g. Mutún o Karachipampa); ahuyenta al capital privado que llegó al país en los años 90 y generó nuevos proyectos (v. g. San Cristóbal o San Bartolomé); estatiza algunos proyectos de exploración en los que hay resultados alentadores (v. g. Mallku Khota); y busca nuevos socios y los encuentra, algunos de muy poca experiencia en la industria, pero que aceptan los duros términos de una legislación sectorial que repele el juego del capital privado en los negocios mineros.
Los resultados están a la vista, no hay un portafolio de proyectos de interés a escala mediana o grande; estamos en la lucha por sacar a flote nuestro proyecto estrella en el Salar de Uyuni, desfasado con relación a proyectos de Chile y Argentina y, peor aún, a los de Australia, Canadá o China; pataleamos en el Mutún, que a esta altura de las circunstancias ya será un intento de muy poca trascendencia frente al nivel tecnológico actual de la siderurgia en el mundo.
¿Cómo salir del entuerto de nuestra política minera sin daños irreversibles? ¿Se debe cambiar el esquema de raíz o se debe “remendar” la legislación vigente? ¿Debe haber apertura al capital privado o estamos contentos con cargar al Estado todo el peso de generar y administrar la minería en el país? El país merece respuestas (continuará).
* Ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.