Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 20 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Roger Cortez
El primero, un líder cocalero irredento, irrumpía la homogeneidad del escenario político boliviano con una pretensión aún en ciernes: transformar el país.
El otro, un intelectual mediático que había seguido el camino de la conversión, transitando, sin aparente incomodidad, entre la subversión y la academia. Hombre de libros y conferencias, no de masas como el primero.
Pero como las relaciones tienen vida propia, más allá de las expectativas y los oráculos, esta dupla se consolidó en la comunión de dos objetivos: la toma del poder y la permanencia en el mismo.
Para ello, como toda unión, tuvieron que superar crisis y encontrar un lenguaje común que los represente, dentro del cual, con las particularidades de cada quien, se pueda subsumir un proceso político. No es poca cosa.
De ahí que, en 13 años de vida conjunta, a Evo le gusta decir que Álvaro es insustituible, y éste no ha tenido reparos en afirmar que “perder a Evo Morales sería un suicidio político (…) una locura por mero apego muerto a la palabra institucional de la democracia representativa”.
Para llegar hasta hoy, el MAS y sus máximos exponentes han transitado un largo camino en el que han tenido que cambiar y adaptarse. Del original discurso del cambio, ahora conjugan el verbo de la estabilidad y el horror por lo nuevo. Los principios han sufrido metamorfosis, las verdades se han acomodado a los hechos y al futuro se lo ha combatido a punta de firmeza, sacando del camino lo prescindible.
Según Rafael Puente, que fue viceministro de Régimen Interior en los primeros años del régimen, siguiendo el periplo de las declaraciones del Vicepresidente se puede leer el giro en la retórica gubernamental de estos 13 años.
“Álvaro ha cambiado como lo ha hecho el conjunto del Gobierno y cualquiera que se mantenga demasiado tiempo en el poder. Era el intelectual más novedoso y brillante que teníamos. Durante el primer gobierno del MAS, mantuvo ese nivel y fue un complemento para Evo”, dice.
Pero “su discurso se ha vuelto cada vez más oficialista, menos creíble, soberbio, reaccionario e incita a la violencia”, añade.
No se entiende a Álvaro sin la confrontación: ya sea desde el miedo -como cuando señaló que si termina el gobierno de Evo Morales “volverán los asesinos” y “a las wawas les van a quitar todo”- , o desde el mesianismo -“cada mañana al despertar nuestro primer pensamiento tiene que ser Evo (…). Si Evo se va, el sol no va a salir”-.
El Vicepresidente Álvaro García Linera parece haber abandonado las pretensiones intelectuales para mostrar más bien la solidez de su adhesión al caudillo. Lo que -siguiendo a Rafael Puente- “resulta decepcionante y es dañino para Evo”.
Si se critica a Evo Morales por el doble discurso de defensa a los derechos de la Madre Tierra mientras se vulnera casi todas las áreas protegidas y se reprime a los indígenas cuando disienten con sus decisiones; en Álvaro García se reclama la ubicuidad, el hecho de que tenga un discurso para cada público: erudito entre académicos y paternalista y condescendiente con los sectores populares.
“Nos habla como si fuéramos tontos o infantiles. Si ha habido una decadencia (que es la decadencia del poder) es la suya, y precisamente por su capacidad es el principal responsable de que este gobierno hubiese perdido la actitud de diálogo participativo e inclusión que tenía hace 10 años. Sigue siendo inteligente, pero ser un intelectual ya es otra cosa”, señala Puente.
Adecuar la realidad a los fines o moldear el discurso para acompañar a los objetivos. Estos son los otros rasgos discursivos de los mandatarios, y han quedado retratados en sus promesas de aceptar los resultados del referendo al que convocaron en febrero de 2016 y cuyos resultados desconocieron después para apostar por permanecer en el poder.
“En el MAS no hay nadie que haya sustituido el discurso vicepresidencial. ¿Cómo tener más intelectuales si lo que quieren son soldados que obedezcan? Ni él se cree lo del Pacto de San José para justificar el incumplimiento de 21F. A pesar de ser marxista se olvida de la dialéctica de la vida”, concluye Rafael Puente.
Álvaro, el dueño de las ideas
La cosa más paradójica que pudo pasarle a Álvaro García Linera (AGL) -que también ha batido récords de permanencia en el poder como vicepresidente de Bolivia- es que se revelara que no tiene un título académico.
El que ha sido considerado ideólogo del MAS, el hombre cuyo pensamiento político es motivo de estudio dentro y fuera del país, el que tiene como único tesoro a sus miles de libros y se dirige a las audiencias en clave profética, resultó ser sólo un aspirante a profesional. “El bachiller”, como lo llaman los usuarios de las redes sociales.
Y no es que esto importe gran cosa -de hecho, el Presidente no ha pisado un aula universitaria en su vida-, pero habiendo sido su sello la actividad intelectual, el impacto en su imagen se siente larga y contundentemente. Haber mentido sobre ello es un demérito que nunca se olvidará.
Pero, entre los talentos que tiene Álvaro García ante el ojo público está la impasibilidad con que encara las dificultades y ni la exhibición de evidencias sobre el tema del título ni el escarnio público que le sucedió, hicieron mella en su talante pontificador ni en lo apasionado de su discurso.
Después del escándalo por el título o a pesar de él, Álvaro García Linera sigue siendo quien traza el curso ideológico del gobierno y quien construye una lectura de ese Socialismo del Siglo XXI, del que es embajador plenipotenciario.