Medio: La Razón
Fecha de la publicación: miércoles 19 de diciembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La unidad electoral surge de la debilidad, de la dispersión, pero también de los intereses de quienes buscan esa unidad electoral.
La estructural crisis de los partidos de la derecha boliviana aún subsiste. Para no diluirse políticamente en el tiempo, apelan constantemente al frentismo electoral. El primer ensayo fue Podemos en 2005 encabezado por el exvicepresidente de Banzer y presidente de la República Jorge Tuto Quiroga, sobre la base de militantes de ADN (Acción Democrática Nacionalista) y el MIR (Movimiento de la Izquierda Revolucionaria) que duró solo las elecciones nacionales y de los constituyentes en 2006, luego se esfumó. Un segundo intento fue en 2009 con PPB-CN (Plan Progreso para Bolivia-Convergencia Nacional) con Manfred Reyes Villa, exaliado de Banzer, de Goni, exalcalde y exprefecto de Cochabamba, cuya base estuvo en agrupaciones ciudadanas de Rubén Costas, Ernesto Suárez, ADN, MIR; la alianza terminó el día de las elecciones nacionales. El tercer intento ocurrió en 2014 con UD (Unidad Demócrata) con Samuel Doria Medina, exministro de Jaime Paz, cuya base fue Unidad Nacional y los Demócratas y que en los hechos se diluyó en el primer año. El cuarto intento (2019) podría ser con Carlos Mesa, exvicepresidente de Goni y del MNR y luego Presidente de la República; su sigla electoral, el FRI (Frente Revolucionario de Izquierda), que gobernó en alianza en 1985, 1989 y 1997; aquí la base orgánica podría ser Sol.bo (Gobierno Municipal de La Paz) y Unidad Demócrata. Dicha base descansa en la estructura de la Gobernación de Santa Cruz, como en plataformas (clubes de amigos) que emergieron en la coyuntura y otras siglas electorales como el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), UCS (Unidad Cívica Solidaridad) y el PDC (Partido Demócrata Cristiano) apelaran a las figuras políticas del neoliberalismo, hoy viejos en política, para tener algún espacio público.
Analicemos. Primero, que ninguno de los que pregonan la “unidad” son nuevos en la política boliviana; por el contrario, su origen político se remonta a la vieja lógica multipartidaria de la derecha boliviana y cada uno cogobernó y dirigió el país.
Segundo, tienen una afinidad de oposición en función de dos ejes: su antievismo y la consigna del 21F.
Tercero, el frentismo electoral no es sinónimo de fortaleza, es la expresión de unidad de minorías políticas, por ello se acude a la suma de siglas para tener un mayor caudal de votación.
Cuarto, no existe en las alianzas ninguna organización con estructura nacional, la base son organizaciones políticas locales y su militancia está concentrada en instituciones subgubernativas.
Quinto, de los posibles candidatos a la Presidencia desde la oposición, ninguno tiene estructura política y militancia, lo que implica que los candidatos pueden ser considerados librepensantes sin vínculo ideológico de la sigla que los postulará.
Sexto, las alianzas no están planteando la disputa del poder político, sino tener la mayor representación parlamentaria, es decir, ser actores públicos los próximos cinco años.
Séptimo, los posibles candidatos desde la oposición no presentan vocación política de poder, sino vocación constante de oposición, porque no representan opción de país, solo opción en la papeleta electoral.
Octavo, la lista de parlamentarios de los frentes estará constituida por la lógica regionalista de partidos localistas y el círculo de amigos del candidato a la Presidencia, lo que representará una bancada en sí misma, fragmentada y unida solo para el tiempo electoral.
Noveno, hasta ahora la propuesta que presentaron al país se reduce a la fraseología: democracia, autoritarismo, totalitarismo, 21F, federalismo, etcétera; es decir, solo discurso genérico, mediático y sensacionalista.
Décimo, quieren ser el futuro, pero sin certidumbre porque son la expresión política material del viejo pasado que fue superado por el voto democrático del pueblo.
El resultado electoral de 2005 con el triunfo democrático del MAS-IPSP (Movimiento Al Socialismo-Instrumento Por la Soberanía de los Pueblos), la nacionalización, la ratificación del liderazgo estatal del presidente Evo a través de referéndum revocatorio-ratificatorio y la aprobación de la nueva Constitución por el voto democrático del pueblo constituyó la ruptura con el pasado liberal, colonial, excluyente, racista y sus agentes políticos. Es un hecho constitutivo, por tanto, también de escenarios de nueva lógica democrática, pero las derechas, convertidas en los eternos opositores y abanderados del no a todo, quieren presentar la cara de nuevo, cuando en los hechos fácticos representan el pasado negativo de nuestra Bolivia Plurinacional.
No son las siglas electorales, tampoco las consignas mediáticas, ni mucho menos las imágenes y liderazgos mediáticos los que constituyen opciones de gobierno, porque el Estado no es un club social, es la institución que sintetiza la disputa y ejercicio del poder; por lo tanto, la dirección del mismo descansa en estructuras políticas, liderazgo y concepción (programa) de Estado, economía, sociedad, etcétera. Este hecho de la política es lo que da certidumbre al pueblo, y es el pueblo el que democráticamente define la titularidad de los órganos de poder del Estado.