Medio: El Día
Fecha de la publicación: domingo 16 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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No existe representación alguna dentro de la política nacional que no responda a los intereses particulares de esos grupos que han estado encaramados en el estado desde 1825. Ni siquiera un caudillo de la talla de Evo Morales, que se identifica como el “Messi de la política” ha sido capaz de imponerse en la cancha, actuar en equipo y llevar a Bolivia al éxito, definido por el actual Gobierno como “vivir bien”, algo que apenas ha llegado a un puñado de bolivianos, pese a que hemos atravesado el periodo de bonanza económica más importante de la historia. En términos generales nuestro país sigue estando en los últimos lugares de los rankings sociales del continente.
Ni siquiera la democracia pudo rendir frutos significativos en la calidad de vida de la gente, porque inmediatamente fue secuestrada por esas minorías eficaces, como los cocaleros, tal vez lo más exitosos a la hora de adueñarse del poder que no quieren soltar y que pueden llevar a la nación a una situación calamitosa en términos económicos, de derechos humanos y de los progresos sociales que están pendientes, sin miras de abandonar las realidades de emergencia.
Todos los dueños del país han tenido elementos comunes como el centralismo, la corrupción, la insistencia en el extractivismo como modelo económico; todos han sido violentos, autoritarios, excluyentes, manipuladores de la justicia y sobre todo, totalmente indiferentes y alejados de las preocupaciones del ciudadano común, que paradójicamente le dicen “el soberano”, porque en teoría el poder reside en él.
A principios de este siglo la democracia hizo crisis justamente porque vivía de espaldas al ciudadano; lo ignoraba, lo desplazaba, lo postergaba. Lo lamentable es que el “proceso de cambio”, que surgió para subsanar este grave error no ha hecho más que profundizarlo, multiplicarlo y llevar al riesgo de retroceder hacia la dictadura, que es la peor forma de agresión hacia el pueblo.
En estas condiciones ya no se puede esperar nada de las organizaciones que históricamente han fraguado los cambios en el país. Ni siquiera la Central Obrera Boliviana (COB), protagonista de verdaderas revolucionas puede asumir el reto de luchar contra el absolutismo, pues encabeza la lista del tejido clientelar que ha formado el Gobierno. Las Fuerzas Armadas no están en condiciones de defender la Constitución y la Policía no hace más que apuntalar la degeneración autoritaria. No hay duda que la fuerza que han adquirido las plataformas ciudadanas, las organizaciones civiles, los jóvenes, las mujeres, los estudiantes, la inteligencia colectiva que hace fuerza desde las redes, puede cambiar la historia de este país y lo harán con otros medios, con otras estrategias y con métodos pacíficos.
La fuerza que han adquirido las plataformas ciudadanas, las organizaciones civiles, los jóvenes, las mujeres, los estudiantes, la inteligencia colectiva que hace fuerza desde las redes, puede cambiar la historia de este país y lo harán con otros medios, con otras estrategias y con métodos pacíficos.