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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 16 de diciembre de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Tal bravuconada, como se sabe, no quedó en nada. Pasaron 790 horas desde el plazo otorgado y nadie tuvo que “atenerse” a ninguna “consecuencia”.
La razón de que no haya pasado nada es que la acusación contra Morales era correcta. Efectivamente, durante su gobierno, en 2008, se pagó una de las coimas del caso Lava Jato, la referida a la construcción del camino Roboré-El Carmen. La reacción furibunda de Morales, aunque haya sido estéril y nadie le hubiera dado bola, demuestra algo preocupante: la escasa información que recibe el Presidente.
Es muy claro que Morales se indignó con ese pedido porque él no sabía que esa acusación se había producido. Por lo tanto, no estaba al tanto del informe de la Policía brasileña llamado Castillo de Arena, ni del reporte de su propia comisión legislativa de investigación, que dirige la diputada Susana Rivero, y que también admite que existe el dato sobre esa coima pagada en 2008.
¿Cómo el Presidente puede estar desinformado de ello? ¿Es razonable que no sepa datos tan importantes de la realidad política nacional?
Una colega que trabajó durante 12 años en el Estado me contó que es perfectamente posible que Morales no sepa ni ése ni otros datos cruciales, como que la situación de los enfermos de cáncer es desesperante. Cuando Morales dijo desconocer ese hecho, muchos pensaban que el Presidente intentaba engañar a la opinión pública.
¿Cómo no lo sabría si casi diariamente se publican, desde hace años, noticias sobre este tema? ¿Cómo se le pueden haber pasado, literalmente, cientos de artículos de prensa sobre el caso? ¿Y acaso no recibe informes de sus ministros al respecto? ¿Cómo le entregan las noticias sus asistentes? ¿Qué reportes le entregan sobre los acontecimientos nacionales?
Aunque yo creo que Morales engañó al decir que desconocía ese padecimiento, mi colega insiste en que dijo la verdad. Simplemente no sabía. Lo que sucede -me explicó- es que nadie le da a Morales informes sobre problemas que enfrenta su gobierno, nadie. Según esta versión, el Presidente “saca a carajazos” de su despacho a cualquier ministro que le lleve “malas noticias”. Por lo tanto, Morales está aislado, ajeno a la realidad.
Si ya de por sí -como solía decir Óscar Eid - “desde dentro de Palacio no se ve hacia afuera”, la situación se agrava con un líder como Morales, afectado por una conspiración del silencio desarrollada por sus colaboradores más cercanos.
Si esto es favorable para la oposición, ya que enfrenta a un adversario que no sintoniza con la realidad, es extremadamente peligroso para el país. Morales no sabe, probablemente, que irritó a Mauricio Macri con su intento de visitar a Cristina Kirchner en Buenos Aires, hace un par de meses. Morales no sabe, probablemente, que cada vez que se solidariza con Lula o Dilma Rousseff, irrita al presidente electo brasileño Jair Bolsonaro. Morales no sabe, probablemente, que después de 2019 Bolivia deberá negociar con esos líderes los futuros contratos de gas.
Morales no sabe, probablemente, que el corredor bioceánico es inviable, una obra onerosísima que no tendría dividendos. Morales no sabe, probablemente, que la fábrica de úrea casi no funciona, pese a haberse invertido en ella 1.000 millones de dólares. Morales no sabe, probablemente, que todas las encuestas lo dan como perdedor en una eventual segunda vuelta electoral.
Como Morales no sabe que los aeropuertos que construye no tienen pasajeros, que los estadios que hace no tienen espectadores, que las fábricas que inaugura no producen nada, entonces persiste en seguir errando. No hay nadie que le haga notar sus errores. Mientras tanto el país derrocha miles de millones de dólares en decenas de obras inútiles.
Tener un mandatario que da plazos de 24 horas a sus adversarios, amenazándolos con que se “atendrán a las consecuencias”, sólo porque nadie de su círculo íntimo tuvo las agallas de decirle que sí existe registro de una coima pagada en su gobierno en el caso Lava Jato, es el triste reflejo de un mandatario convencido de sus propias mentiras, obsesionado en su retórica ya vacía, ilusionado con que sigue teniendo la popularidad de antaño. Un presidente así no puede llevar a su pueblo a mejores destinos. En ese sentido, Morales no se enterará del contenido de esta columna.