Medio: El Diario
Fecha de la publicación: domingo 16 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Los analistas apuntan al 11 de diciembre como un momento decisivo en la cruzada anti-prorroguista. Ese día, una multitud atacó al piquete de jóvenes que se habían instalado frente al edificio del Tribunal Departamental Electoral.
El ataque precipitó una onda solidaria que contribuyó a al crecimiento del movimiento. El edificio, que estaba sin guardias desde el mediodía, cuando poco antes estaba fuertemente custodiado por decenas de policías, fue saqueado y parte sus instalaciones incendiadas por la turba que lo invadió. Los huelguistas, que perdieron una de sus carpas y colchones, se fueron al atrio de la Catedral Metropolitana, donde mantenían más visible al movimiento, con música y arengas de protesta para avivar el movimiento.
Los cívicos, encabezados por el presidente del Comité pro Santa Cruz, Fernando Cuéllar, entre ellos una docena de mujeres del Comité Cívico Femenino, se incorporaron al ayuno en la noche del jueves, con lo cual la plaza central de la ciudad parecía territorio ganado por huelguistas, rodeados por la simpatía y curiosidad de los que acuden regularmente al lugar.
Lo ocurrido evocó los intentos de las autoridades por desbaratar la marcha de pobladores del Tipnis hace cinco años, que consiguió llegar hasta La Paz en medio de una multitud que los aclamó.
Para el viernes crecía la expectativa por las cartas que podría jugar el gobierno para frenar el movimiento. Una opción podría ser no hacer nada y dejar que el fenómeno crezca y, con el correr de los días, se apague.
La opción no era tranquila, especialmente por sus riesgos políticos y ante la posibilidad de que crezca la onda expansiva e involucre a un número incontrolable de adherentes, como ocurrió en 1977. A fines de ese año y comienzos del siguiente, la huelga de hambre que habían iniciado cuatro mujeres instaladas en el edificio del Arzobispado, se expandió y se volvió insoportable para el gobierno militar, que intervino los locales de ayuno y sofocó momentáneamente el movimiento. A los pocos días alzó las manos y dictó la amnistía irrestricta que reclamaban los huelguistas y acabó convocando a elecciones generales. Después vino el resto de la historia conocida: un golpe militar que derribó al régimen, y luego otro golpe que desembocó en elecciones libres que perdió el gobierno. Por último, el golpe de la dupla militar García Meza y Arce Gómez, derribada menos de un año después por una insurrección democrática generalizada. A partir de entonces el país se encarriló por la senda democrática que, con altibajos, el país transita.
La opción de desbaratar las huelgas era también peligrosa, con el crecimiento del fenómeno y las consecuencias “boomerang” que acarrearía, en momentos en que el gobierno pierde simpatías y medios influyentes del exterior critican sus propósitos reeleccionistas sine die.
La declinación del Socialismo Siglo XXI, del que el gobierno nacional es parte, fue patente el jueves, cuando ocurrió la ruptura entre el español Podemos, que encabeza Pablo Iglesias, y el régimen de Maduro. El apoyo de Podemos era uno de los pocos nexos que le quedaban a Maduro con el socialismo europeo. La ruptura sonó también como advertencia para los gobiernos de corte semejante al de maduro en América Latina.