Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 15 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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La manera de conseguirlo era la clásica: clausura del Congreso, intervención de las instituciones, cierre de radios “subversivas”, mordaza a la prensa, carta blanca a los órganos de represión del Estado (los “paramilitares”) y compra de dirigentes sociales, policías y comandantes militares para asegurar lealtad.
En medio de montajes y “fake news”, para el ciudadano común la recomendación era “andar con el testamento bajo el brazo”; para los opositores más recalcitrantes la disyuntiva era la cárcel o el exilio y, en casos extremos, la morgue.
A este proceso el “antiimperialista” García lo denominó “democracia inédita”.
En los hechos, esa dictadura no duró ni dos años, aislada internacionalmente (con excepción de sus camaradas argentinos) y corroída por la corrupción y la crisis económica galopante, pero las consecuencias de esa aventura se sintieron los años siguientes, hasta desembocar en la hiperinflación y el programa de ajuste estructural del año 1986.
Casualmente, en una reciente entrevista a un medio impreso, otro antiimperialista García ha defendido su original “democracia inédita” que le permitiría retener el poder los próximos 500 años.
¿Cómo lograrlo? Cuales conversos sin fe, el nuevo comandante García y sus acólitos se ponen máscaras para aceptar tácticamente la vigencia de las odiadas instituciones democráticas y los valores universales. De ese modo pueden alcanzar su objetivo manteniendo una democracia formal, sin paramilitares ni torturas físicas. De hecho, la represión logra infundir el miedo en los adversarios y la democracia inédita pretende, en el fondo, que la población la acepte también por miedo.
La “democracia del siglo XXI” que vivimos hoy en Bolivia consiste en mantener las instituciones bajo el control de la “ineptocracia” servil al poder: ahí tenemos una Asamblea Levantamano Plurinacional para aprobar las contadas normas que el Poder Ejecutivo no puede sancionar mediante decreto; ahí están los tribunales de justicia, cuyos miembros ejercen sin el respaldo del voto popular; asimismo, se tiene un sinnúmero de autoridades puestas interinamente para que no tengan poder autónomo.
La nueva democracia inédita consiste también en utilizar a “parafiscales” y jueces para perseguir a opositores y críticos; en asfixiar a la sobreviviente prensa libre con impuestos, controles abusivos y negación de la generosa publicidad estatal; en adormecer con el opio de la prebenda a dirigentes sociales, policías y militares; en vender infraestructura escolar como si fuera educación liberadora.
En síntesis: la nueva democracia inédita consiste en meterle primero y arreglarlo después (en eso, ni la Segunda Ley de la Termodinámica se salva), gracias al control generalizado de las instituciones del Estado. Así fueron cayendo, una tras otra, las diferentes máscaras del régimen: la indigenista, la ecologista; la de la austeridad, de la palabra empeñada, del sometimiento a la Constitución; la de la fábula del “ama sua, ama llulla, ama quella”.
Las similitudes entre ambas democracias inéditas se han acentuado a raíz del referendo del 21F que ha abatido la última máscara -la del respeto al voto popular- revelando los groseros sofismas que han destrozado la institucionalidad y están arriesgando la paz del país.
¿Qué hacer ante tantas bravuconadas del totalitarismo? Se me ocurre, entre otras legítimas, la receta del Adviento: vigilancia, espera y esperanza, a contramano de la resignación a la cual nos quieren empujar los actuales impostores.