Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 13 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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En la misma semana, en Bolivia, la ciudadanía protagonizaba masivas movilizaciones en las calles y en las redes sociales en contra del quiebre constitucional y el incumplimiento del resultado del referendo del 21F. La aceptación de la candidatura del Presidente y Vicepresidente para las próximas elecciones presidenciales por parte del Tribunal Supremo Electoral fue la gota que colmó el vaso.
Lo que está ocurriendo en Bolivia no es un fenómeno aislado en América Latina. Otros presidentes de izquierda están vulnerando el orden democrático: Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Díaz-Canel en Cuba y Morales en Bolivia.
A primera vista se podría pensar que ambos fenómenos son independientes y no comparten características comunes, considerando los signos opuestos que se adscriben –de derecha y de izquierda–. Al final tienen posiciones opuestas en relación al modelo económico, algunas políticas públicas y temas sociales como la igualdad de género.
Sin embargo, no es así. Ambos movimientos son parte de una nueva ola de liderazgos políticos que llegan al poder por la vía del voto popular y posteriormente adoptan actos que se orientan a debilitar el orden democrático. Su popularidad se funda en discursos simplistas que apelan a las emociones del electorado. Dividen a la sociedad entre buenos y malos, y ubican a enemigos (internos o externos) como los culpables de todos los problemas.
El carisma del líder, sea de derecha o de izquierda, se piensa insustituible y, en algunos casos, los discursos inflamados en contra de los valores y principios democráticos aumentan su popularidad. Este tipo de caudillismo comparte la lógica del fin justifica los medios para mantenerse en el poder. Para la ultraderecha, la justificación está en el restablecimiento del orden tradicional; para la izquierda autoritaria, la excusa está en una supuesta revolución en curso.
Estas nuevas realidades no son fáciles de comprender. Por esto la profusión de conceptos: populismo, gobierno autocrático o autoritario, dictadura y fascismo. Sobre lo que no hay divergencia es en el hecho de que, independientemente del signo político, estamos frente a fuerzas políticas que amenazan los principios y valores democráticos que, con tanta dificultad y de forma incompleta, muchas sociedades han alcanzado.
Los anteriores conceptos, elaborados para otros contextos, ya no se adecuan a cabalidad a lo que está ocurriendo al inicio del nuevo siglo. Así como se ha acuñado el concepto de neoliberalismo para dar cuenta del nuevo orden económico que se instauró a partir de los años 90 del siglo pasado, el desafío es redefinir los conceptos para interpretar los nuevos regímenes políticos emergentes.
Estos nuevos regímenes se caracterizan por el ataque a la democracia en nombre del pueblo. Por el uso de las reglas democráticas y del sistema electoral para, una vez en el poder, vulnerarlas. También manipulan las emociones, como el miedo, el resentimiento y la inseguridad para dividir la sociedad y generar posiciones radicales de unos contra otros.
Tienen lecturas simplistas que no se fundan en la argumentación razonada y plural. Sus rasgos autoritarios, dictatoriales o fascistas ya no son necesariamente como los del pasado. En lugar de tanques militares en las calles, vulneran derechos y libertades ciudadanas, mientras proclaman que siguen siendo democráticos.
Nos esperan grandes desafíos en 2019. Retomaré el debate de ideas y acciones el próximo año. Les deseo felices fiestas.