Medio: La Razón
Fecha de la publicación: miércoles 12 de diciembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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En conversación con Animal Político, ambos expertos son bien conscientes de que lo suyo es la provocación a repensar todo de nuevo en la relación política y redes sociales.
Naturalmente se trata de pros y contras del hecho, pero si hay algo en que ambos coinciden es en que la creencia (desde la convicción hasta el prejuicio) hoy tiene un nuevo valor político (pero en uno de los escenarios): las redes sociales, acaso más imprevisibles y de escasa regulación hasta ahora conocidos.
El primer dato: la devaluación de la verdad. Para Riorda, “las redes no requieren de fundamentaciones racionales, es más, no requieren de fundamentaciones verdaderas, no requieren de la verdad”. En tanto que Beccassino considera que si bien antes ya se hacía propaganda (donde el dato está subordinado al convencimiento), “ahora la historia es la de la fake news, de la circulación vertiginosa de las mentiras, de las verdades parciales, reconocer de algún modo la pérdida de valor del concepto verdad, de la pérdida de importancia de la verdad”.
Riorda llama la atención a que tampoco se sobredimensione a las redes; éstas, desde el punto de vista comunicacional en el fondo, “no están creando cosas nuevas”, dice, pero sí “están potenciando fenómenos que existían, pero con características industriales”.
Con todo, las redes sociales ya han generado nuevas reglas de la comunicación política: el discurso acortado; la “explosión” de los temas públicos, la diseminación del prejuicio, pero también la democratización de la opinión: “Por un lado, recortan la extensión de la discursividad, la comunicación política se presenta en pedacitos, los micro-hitos son el elemento dominante en las redes; hay simplificación, por supuesto; son expansoras de prejuicios; y, por último, las redes le están otorgando a la política una condición interesante, que es la política sin filtros”.
En esta línea, para Riorda el WhatsApp es la nueva “caverna de la comunicación política, donde literalmente no existen filtros, y por eso aquí se expanden los prejuicios de una manera inusitada”.
Pero hay más, advierte: “Por si fuera poco, las redes han generado dos fenómenos extra: uno, un consumo tribal, ‘yo no consumo lo que consume todo el mundo, sino lo que consume mi mundo de intereses comunes’; y, dos, la multiplicidad de agendas, ‘ya no discuto un gran tema, sino más bien discuto múltiples temas de los cuales formo parte en mis tribus, precisamente’. Ya no hay una agenda dominante, sino múltiples, que se superponen o que son paralelas, lo que hace que no sea tan sencillo gestionar la comunicación en esa amplitud de agendas imposibles de gestionar o, si se quiere, controlar”.
Un tema adicional es que la creencia se refuerza como factor de construcción de la realidad: “Según diversidad de estudios, entre el 60 y 70 por ciento de la gente que consume contenidos en las redes tiene dudas de lo que consume, cree que puede haber falsedad. Pero si el contenido, aun falso, ratifica o solidifica mi creencia previa, lo comparto; esto se llama ‘sesgo de confirmación’. Esto es un problema importante, porque (así) a la comunicación política no le exigimos veracidad, apenas verosimilitud, que parezca verdad, pero que no necesariamente lo sea”.
Con todo, Beccassino insiste en el carácter instrumental, en últimas, de las redes sociales: “Estamos frente a un instrumento muy poderoso de manipulación; pero esto es como con las armas, cierto, cada vez más potente; cada vez hay más poder de comunicar, a mayor velocidad y con mayor simultaneidad, pero eso no quiere decir que no haya habido manipulación antes”.
Una de las cosas que más preocupa del ‘saber’ en las redes sociales, destaca Beccassino, es lo efímero de las cosas, lo que genera un “desapego o, mejor dicho, una desconexión con la memoria”. Este desligarse de la memoria, de la historia, es una de las cosas que ayuda a explicar, dice, ciertos saltos de extremo a extremo de las sociedades: “Explicar lo de la Unión Soviética, de fuerte sensibilidad social, sociedad comunista, que deriva en un capitalismo salvaje; como del liderazgo de Obama, incluyente, de sensibilidad social, deriva en la opción hacia una brutalidad blanca, anglosajona, salvaje absoluta como Trump. Una de las cosas que explica esto es esa ruptura con lo que significó la trayectoria que tenía la sociedad. Las sociedades se revolucionan en positivo o en negativo a partir de un trauma”.
Un tema que planteó el vicepresidente García en el seminario fue el de la clase media como uno de los sectores que en buena parte construyen su ciudadanía en las redes sociales, a diferencia del pasado, cuando el ser alguien pasaba por el sindicato, la asociación o el gremio. Esa clase media que acaso defina el futuro del país en la elección de 2019.
Al respecto, hay más diferencias que similitudes entre los expertos argentinos, más elementos para la reflexión. Enhorabuena.
Riorda va directo al grano: “Todo aquello que sostiene mi punto de vista y me sirve, sirve. Las redes no tienen que ver con los niveles socioeconómicos ni de formación de las personas, tienen que ver con los niveles de creencia; en este sentido, hay cierta transversalidad. Se piensa que las clases medias son las de las redes sociales. Ese es un error total, hoy cualquiera tiene WhatsApp, Facebook, sectores mayoritarios que están lejos de representar a las clases medias. Es un criterio que subestima cuánto se han diseminado las redes sociales, socialmente; probablemente, yo diría que si algo no tienen las redes sociales son clases (sociales)”.
Beccassino, en cambio, en la relación entre clases medias y redes sociales encuentra una peculiar potencialidad: la configuración de una nueva “clase media cultural”: “Lo central de la pelea en esto es la nueva clase media cultural o de acceso a instrumentos culturales que se está dando en todas las sociedades; una clase que tiene mucho mayor acceso a la información, a puntos de vista diferentes sobre la realidad, al arte, la cultura y todo lo que ha hecho posible internet. Y esta nueva clase media, que no es clase media de poder adquisitivo, sino que es una nueva clase media cultural, sensible, está protagonizada obviamente por los que han nacido en mayor contacto con lo digital, los llamados ‘nativos digitales’, que son los jóvenes”.
Ahora, siendo así las redes sociales y en vista de la nueva volatilidad de la comunicación política allí, cabe preguntarse si tiene sentido hablar, en rigor, de campaña electoral en las redes. Otra vez el desacuerdo.
Para Riorda, nada que ver: “No, prácticamente cada día las campañas inciden menos. Nueve de cada 10 campañas confirman la tendencia previa que existía antes de que la campaña inicie. Pensar en las campañas significaría pensar en los grandes hitos, a la vieja usanza; hoy, la idea de una comunicación persistente a lo largo del tiempo, por lo menos en un periodo que supera la campaña electoral, es mucho más potente para imaginar un discurso. A las campañas cada día la gente las odia más, les cree menos e impactan menos”.
Desde otra perspectiva, Beccassino más bien afirma la nueva importancia del internet: “Hay dos canales centrales de comunicación, la calle, donde está la realidad física, donde ocurre la movilización y hay señales de identidad que recuerdan qué me atrae o qué me rechaza; y la otra, el gran protagonismo de las campañas políticas está en las redes sociales; está con proselitismo, con convocatoria a movilizaciones y está también con destrucción de reputaciones, sembrando información verdadera, de contraste y falsa información, ataques de línea baja (de golpes bajos). Las grandes protagonistas de la construcción de tendencias de opinión son las redes, mejor, el uso que se hace de las redes; las redes en sí son neutras”.